Por años se ha dicho que Ciudad Juárez es un municipio próspero. Pero en análisis frío de los procesos que sigue la generación y distribución del dinero, es claro que esa imagen colapsa. La industria maquiladora ha dado noticias que alientan a unos cuantos: a quienes sacan ganancias del crecimiento sin desarrollo.
En los callejones que dejan los mercaderes del centro de la ciudad, cientos de personas caminan en busca de ofertas. Buena parte de ellos acude semana tras semana para abastecerse de alimentos y deja ahí, como hacen miles en distintas plazas comerciales, una derrama que puede sonar extraordinaria pero que en verdad está lejos de corresponder a un municipio próspero.
Fórmulas relativamente simples han llevado a algunos analistas a definir que en la ciudad rige una economía de “enclave”, cuyo origen es justo la combinación de políticas adversas que dejan la ilusión de una gran derrama, y que en los hechos encierra la paradoja de casi toda la frontera: el enorme volumen de un gasto salarial empobrecido.
“Gran parte de la riqueza que se genera no se queda en el municipio”, dice el investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Héctor Padilla. “El gran aporte de la riqueza que se genera aquí, queda fundamentalmente bajo la forma de derrama salarial, y sólo la que es de bajo perfil y que es mayoría, se queda en la ciudad”.
Es un consumo que despoja a la región de atractivo suficiente como para que nuevos capitales comerciales lleguen y se asienten, dice el investigador. Y a esa economía de enclave, habría que añadir lo que él mismo califica como “exclusión territorial”.
“Eso significa que el problema no radica tanto o sólo exclusivamente en la pobreza, sino en la construcción y consolidación de una matriz socioeconómica –y política- en donde co-existen e interactúan quienes fincan su bienestar en el desarrollo de la industria maquiladora y en sus limitados efectos multiplicadores en el comercio y el sector inmobiliario”.
Con una política social deficitaria, la ciudad es poblada por individuos concebidos básicamente como fuerza de trabajo y no como habitantes poseedores de derechos sociales. Un impacto negativo como éste, resulta desastroso. Ello impide, dicen los economistas, la generación de un modelo de desarrollo endógeno que permita la diversificación, y ese es justo el enorme vacío que aqueja a la ciudad desde hace décadas.
La apuesta a un sólo modelo de economía se tradujo en una crisis a principios de la década, y si bien sus saldos están aún por medirse, algunos indicadores dan idea de fuertes desplomes que difícilmente habrán de sanarse con un esquema de aparente recuperación laboral.
En 1980, la proporción de personal insertado en los esquemas de la economía formal era de 33.5 por ciento respecto a la media nacional. Fue una cifra que alcanzó su máximo punto en 1984, con 38.1 por ciento y que paulatinamente se desplomó hasta quedar en 18.2 por ciento en el 2002.
Los números están estrechamente vinculados al crecimiento y la crisis sufridos por la industria maquiladora. En la Radiografía Socioeconómica del Municipio de Juárez, el Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP) dice que entre octubre del 2000 y diciembre del 2003, el IMSS dio de baja a 97 mil 935 trabajadores, que corresponden al 78.8 por ciento del total registrado en Chihuahua.
“A estos datos hay que agregar los empleos no creados en el periodo: alrededor de 60 mil, según promedio de los años anteriores”, advierte el estudio.
Las mismas estadísticas indican que durante el 2004, la industria maquiladora generó poco más de nueve mil empleos, una cantidad que influyó en la creación de otros 13 mil trabajos formales en el municipio. Hasta diciembre pasado, el sector había recuperado los niveles de personal registrados en el 2001, que era de 207 mil empleados, pero la diferencia es que en el horizonte en vez de pérdidas se ve un aumento en los niveles de contratación.
Un reporte emitido los días pasados por la Asociación de Maquiladoras dice que en la ciudad se generaron poco más de siete mil nuevos empleos durante agosto, más del 50 por ciento de las 13 mil 171 plazas extendidas durante los primeros ocho meses del 2005.
Los números eran predecibles desde el cierre del segundo trimestre del año, cuando se dieron a conocer noticias alentadoras en el mundo de los negocios: inversiones locales por 350 millones de dólares con la generación de cinco mil nuevos empleos, a raíz de la llegada de cuatro de las grandes firmas del sector, Electrolux, Lexmark, Aotumotive Lighting y Johnson Controls.
Pero no todo en la economía local sirve para el entusiasmo. Justo por este modelo, que sitúa a Juárez como el centro de industria manufacturera más importante de América Latina, las políticas económicas han variado poco a través de cuatro décadas. El municipio aporta 44.28 por ciento del PIB estatal y contribuye con el 1.94 en el país, a cambio de una retribución bastante pobre.
Las partidas presupuestales otorgadas por el Gobierno Federal son 40 por ciento menores a las de Tijuana, la única ciudad fronteriza que mantiene una población similar a la de Juárez. Eso implica que por cada uno de los 1.4 millones de personas que oficialmente viven en la ciudad, se recibieron aportaciones y participaciones de 594 pesos durante el 2004, una cifra inferior a los 886 que sumaron el ingreso per cápita en Tijuana, donde hay el mismo número de habitantes.
Incluso la capital del estado, en donde reside menos de la mitad de la población registrada en Juárez, se dispuso de un ingreso per cápita mucho muy superior, de 740 pesos.
Históricamente, el municipio ha sufrido esa política que muchos han llamado “doble centralismo”. En el 2000, por ejemplo, las aportaciones federales para el estado fueron superiores a los 12 mil millones de pesos. De ellos, únicamente 574 mil fueron enviados a Ciudad Juárez. La proporción ha variado muy poco. Para el 2004, las participaciones ascendieron a más de 18 mil millones de pesos, de los que el estado concedió al municipio 806 mil pesos, 4.6 por ciento del total.
El gasto sectorial, un ejercicio de distribución del dinero estatal que se realiza bajo absoluta discreción del ejecutivo, tampoco favorece a Ciudad Juárez. En el 2004, del total, que sobrepasó los 7 mil millones de pesos, le fue otorgado al municipio 17 por ciento, contra 25 por ciento que se le dio a la ciudad de Chihuahua.
“La ciudad tradicionalmente ha sido excluida de los principales beneficios de las políticas de desarrollo a nivel estatal”, dice Héctor Padilla. “Y esta exclusión fue todavía más manifiesta durante los dos pasados gobiernos estatales”.
Fueron esos 12 años en los que el nivel de complejidad social aumentó, para sumarse en el 2001 a la crisis de la industria maquiladora.
Las líneas entre números de habitantes, gasto per cápita y tasas de desempleo llegaron al peor de los divorcios en el 2002, y desde entonces la incidencia criminal ha sido inexorable. Los estudios del IMIP indican que durante el 2003 se consumaron 241 mil 477 delitos, muchos más que los contabilizados por la Procuraduría General de Justicia, que no alcanzan siquiera los 100 mil.
Son números que al término del 2004 sufrieron un leve decrecimiento: 226 mil 347 delitos. La cifra, sin que haya sido determinado así, es probable que guarde relación con el incipiente repunte de la economía, a partir de la recuperación de empleos en la maquiladora, dice el encargado del área de Estadísticas Económicas del IMIP, Alfredo Morales.
No son las únicas tendencias en el municipio. La ciudad sigue concentrando al 74 por ciento de la migración, sea del estado o nacional, y mantiene de esa forma al 42 por ciento del total de los residentes de Chihuahua. Con más de 100 mil empleos perdidos en menos de cuatro años, el peor registro laboral del último medio siglo, entró en dinámicas reveladoras.
En 1994, el gobierno decidió operar un centro de fomento a la pequeña industria. La idea era diversificar parte de la economía regional, algo que en Ciudad Juárez fracasó.
El Centro de Desarrollo Empresarial dejó de funcionar en el 2002, justo en el momento de peor crisis laboral. Dos años después reanudó operaciones y lo que se ha visto desde entonces es una consecuencia lógica para una ciudad que fue perdiendo vocación e iniciativas a partir de que se apostó a un esquema consagrado a la industria del ensamblaje.
En este periodo, la dependencia recibió solicitudes de crédito de 40 mil personas, que deseaban abrir negocios de Internet, estudios de fotografía, papelerías y restaurantes. La idea de circular préstamos de hasta 250 mil pesos para detonar pequeños procesos industriales, jamás ocurrió, dice la coordinadora regional del programa, Rocío Grisel Sáenz.
“Lo que buscaba la gente en realidad era dinero en efectivo más que la apertura de un negocio”, dice. “Eso nos dio una idea de la enorme crisis que dejó el desempleo en la ciudad”.
El 70 por ciento de los solicitantes de créditos carecían de empleo y también de proyectos. Por cada 100 que llegaban 10 formalizaron sus requerimientos y únicamente cinco obtuvieron el préstamo. La bolsa anual de dos millones de pesos que maneja el centro, prácticamente está intacta.
“Hay muchísima micro industria en la ciudad, pero lamentablemente no se le ha dado el empuje necesario porque siempre se ha preferido apostarle a la maquila. Y los efectos de esa decisión, ya los vimos”, dice Sáenz.
Es una fórmula que ya mostró cuáles son sus limitaciones, dice a su vez Héctor Padilla, el investigador de la UACJ.
“La principal es que no es una inversión segura. Los empresarios tuvieron un fuerte susto con la pasada crisis. Pero esto fue más allá por las características intrínsecas del modelo, que no le deja algo más que una derrama económica del salario, que es una derrama que, en los niveles medio y medio superior, no se queda en la ciudad”.