Eternamente efervescentes, las ocho jóvenes mujeres cuyos cuerpos sin vida fueron arrojados a mitad de unos cultivos de algodón, en Ciudad Juárez, representan algo más que la desgracia. Son ellas, junto a cientos más, producto del desgarro social de una ciudad que insiste en andar los mismos caminos. Descubiertas en noviembre de hace cuatro años, perpetúan una realidad de voracidad, intereses, corrupción e ineptitud que seguirá añadiéndoles compañía.

–¿Qué es el pueblo, para quién se gobierna, quién los gobierna?–, pregunta Marco Antonio García, encarnando al Rey Creonte, en la fase culminante de un altercado con su hijo Víctor (Hemón), quien le reclama el descaro de su prepotencia.
Y antes de marcharse para siempre, le deja el dato irrefutable del que nace la confrontación:

–Ah, encontré más de 200 cadáveres de mujeres, ¡no puedes seguir negándolos!
Ambos actuaron la víspera del Día de muertos, sobre un templete armado en el más elocuente cementerio de la ciudad, un antiguo campo algodonero donde se descubrieron restos de ocho mujeres asesinadas, en noviembre del 2001.

“Antígona, las voces que incendian el desierto”, una adaptación del clásico dirigida por la actriz Perla de la Rosa, sostuvo un ánimo provocador.

“Estás de luto, ciudad mía: han asesinado toda tu esperanza”, dice casi al final el último de los personajes, una madre asesinada desde su hija, que huye devastada. “¡Te ha abandonado la Ley!”.

El culto por los muertos tuvo aquí la representación menos folclórica. Mientras miles de personas colmaban panteones con ofrendas, esta parcela daba cuenta de un fenómeno que muchos consideran “la peor de las vergüenzas”.

A un costado del templete, las Mujeres Promotoras Contra el Neoliberalismo, junto a las integrantes de Nuestras Hijas de Regreso a Casa y otros grupos locales, levantaron el altar contra el olvido.

Cuatro fotografías de adolescentes inmoladas emergen en él por entre montículos de granos de maíz, cazuelas con fríjol, pan de muerto, vasos con agua y veladoras. Todas sonríen y apuntan al sitio desde donde los patrulleros vigilan el acto.

De muertas e injusticias está sembrada la ciudad y el mundo, dicen las organizadoras del evento.
“En cada una de nosotras está en reflejo de lo que viven no sólo miles, sino millones de mujeres en el mundo, en todas las formas de violencia y discriminación que hay hacia la mujer y que tenemos que denunciar para buscar caminos de conciencia que transformen esta realidad”, dice el comunicado de la caravana “El viento de las mil voces”.

El año en que fueron descubiertos los restos de las ocho adolescentes, la zona registraba la expansión de los mismos capitales que habitan detrás de las desgracias sociales.
La prolongación de las avenidas que hoy encierran la parcela, aún no existía. Pero hoy, cuatro años después, los surcos que entonces animaban la tierra se convirtieron en un monumento para recordar homicidios impunes.

Los presuntos asesinos de las ocho víctimas tuvieron un final distinto. El primero de ellos, Gustavo González Meza, murió tras una operación que le fue practicada mientras aguardaba en prisión el veredicto del juez. Antes que él, su abogado defensor, Mario Escobedo Anaya, fue acribillado por judiciales que posteriormente encubrieron el asesinato.

El otro presunto homicida, Víctor Javier García, fue puesto en libertad en julio de este año, porque los elementos aportados por la Procuraduría General de Chihuahua carecían de solidez.
Los restos encontrados en ese mismo campo, de hecho no han sido contundentemente identificados.

La celebración por el Día de muertos, o en este caso de las muertas aquí representadas, y el posterior comportamiento del Estado, lo resume perfecto un extracto del poema de Micaela Solís, leído anoche, en el epílogo de la ceremonia:

“Discursos pintados de bilé, saliva masticada con retórica”.

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