En 1949, Estados Unidos se conmovió por una nota del Washington Post que hablaba de posesión demoníaca. El tema se discutió en público y años después una película lo volvió parte de la cultura popular. Pero la historia tuvo un vuelco impresionante cuando un investigador mexicano fue contratado por una fundación, en 1988, para que descubra la verdad: ¿Hubo o no hubo posesión? ¿Qué fue del supuesto poseído? ¿Cómo empezó todo?
Algo inquietaba a la abuela de Robbie, a pesar de lo apacible de la tarde. Ann se hallaba sentada en un sillón distinto al de su nieto, dentro de la pequeña estancia de su casa, en un suburbio de Washington llamado George’s Prince County. El 15 de enero de 1949 amaneció congelado, y para mitigar el frío bebían algo de té. El silencio era casi total. Ni adentro ni afuera había mucho qué hacer. Era un día cualquiera en un pueblo de rutinas bien aprendidas. Sin embargo, la anciana no encontraba sosiego.
“La señora sentía una presencia sobrenatural, extraña, como si algo malo se hubiera posesionado del espacio. Estaba sumamente intranquila”, dice un testimonio de la época.
Llevada por un impulso, caminó con rumbo a las habitaciones sin decir nada a su nieto, que seguía sentado en uno de los sillones. Al detenerse en una de las recámaras, el corazón le latió con mayor fuerza cuando giró la perilla de la puerta. Lo que vio, la dejó paralizada.
El Cristo colocado sobre la cabecera de la cama comenzó a vibrar hasta caer estrepitosamente al suelo. La habitación fue invadida por un ruido ensordecedor y sobre el techo parecía que varias manos querían abrir surcos, guiadas por un frenético ritmo que aumentaba conforme transcurrían los segundos.
Robbie jamás se inmutó. Todo ese tiempo permaneció sentado, con la espalda recta y la boca cerrada, ajeno a los demonios que su abuela jura haber percibido.
Fue la primera vez que el adolescente de 14 años dejó escapar al diablo que supuestamente llevaba dentro.
Durante 10 días, la casa se estremeció son sonidos que inexplicablemente terminaban a las 12 de la noche. Ahí comenzó el fenómeno que dio origen a la película de terror más impactante de cuantas hayan existido, y probablemente a uno de los fraudes más grandes en la historia de las posesiones.
Los padres piden auxilio
Luter Miles Schulze era pastor de la St. Stephen’s Evangelical Lutheran Church, a la que pertenecían los padres y la abuela de Robbie. Era un hombre de gran fortaleza espiritual, por quien la comunidad sentía un gran respeto.
Dos días después de las manifestaciones, el 17 de enero, John y Margaret Mannheim, los padres de Robbie, acudieron ante él en busca de auxilio. Le hablaron de lo ocurrido con el Cristo en la recámara de la abuela y de los ruidos extraños que colmaban las habitaciones de la casa.
Schulze aceptó ver al menos, y puso como condición que lo llevaran a su vivienda. Esa misma noche se presentaron con el hijo. El reverendo los hizo pasar hasta una de las recámaras, en cuya cama recostó a Robbie. Después pidió que los dejaran solos.
Lo que ocurrió entonces fue algo que jamás olvidaría Schulze.
La cama en la que estaba Robbie comenzó a moverse, sin que hubiera motivos aparentes para ello. No fue lo único que se agitó con fuerza. Igual ocurrió con una silla, que se estrelló en una de las paredes, y con una segunda cama que el reverendo preparó sobre el piso.
Dueño de un gran escepticismo, Schulze no precipitó conclusiones ni pareció asustarse por la presencia de ningún demonio. En vez de eso fue en busca de una linterna de mano, y con ella alumbró las patas de la cama tan sólo para confirmar que se desprendían de la superficie.
Observó detenidamente el fenómeno desatado en su cuarto, tomó apuntes, y al cabo de varios minutos llamó a los padres de Robbei para que lo recogieran y lo llevaran de vuelta a casa. Al día siguiente repitió la sesión.
Un caso de Poltergeist
El caso había inquietado al reverendo. Aunque no creía que el muchacho fuera víctima de una posesión, supo que estaba frente a un fenómeno de Poltergeist. Así que tomó su máquina y escribió una carta al doctor Joseph Banks Rhine, un psicólogo egresado de la Univerdidad de Duke, director de la Fundación para la Investigación de la Naturaleza del Hombre, a quien se consideraba la máxima autoridad en fenómenos paranormales
Schulze describió a detalle lo que vio en su habitación las noches en que sesionó con Robbie. Le habló de la forma en que la silla y las camas se movieron mientras el adolescente estuvo sobre ellas, con el cuerpo quieto y los brazos cruzados en el pecho.
Le dijo también que los días previos había acudido a la Clínica Estatal de Higiene Mental, localizada en Pince George’s County, en donde el médico Mabel Ross, de la Universidad de Maryland, había tratado en dos ocasiones a Robbie, y que una tercera entrevista médica con el adolescente se había frustrado por la aparición de un nuevo fenómeno.
“Comenzaron a aparecer palabras en el cuerpo del muchacho, según me dijeron familiares y amigos”, escribió el reverendo. “Mi médico y yo no apreciamos ninguna palabra, sino un salpullido con apariencia de arañazos que nosotros supusimos obedecía al nivel de estrés del menor”.
Las palabras que aparecieron en el cuerpo de Robbie decían que la familia debía ir a San Luis, de donde eran originarios, y debían hacerlo en un plazo máximo de tres semanas.
Las marcas en la piel fueron retratadas en la película de William Friedkin, pero en vez de “Go to St. Louis”, el director cambió el mensaje por el de “Help”.
Los mensajes en la piel fueron preámbulo de una etapa de crisis mayor, dijo Schulze.
“Ahora el muchacho dice que tiene visiones del diablo, y cuando lo hace entra en una especie de catalepsia y habla en un lenguaje extraño, según me dice la familia”, escribió.
Los padres de Robbie decidieron internarlo en una clínica de salud mental, tras la insistencia de los mismos médicos y en contra de la opinión de Schulze. En la clínica se le tuvo bajo tratamiento de barbitúricos a lo largo de varios días.
La carta a Rhine tenía el propósito de reorientar el tratamiento y tomarlo bajo una perspectiva parapsicológica.
Un mexicano en escena
La correspondencia entre Schulze y Rhine se prolongó por semanas. Pero las cartas fueron descubiertas apenas en 1988 por un psicólogo mexicano llamado Sergio Rueda, a quien la Fundación Parapsicológica de Nueva York becó para que investigara el caso.
Por más de 10 años, Rueda revisó minuciosamente documentos y una vasta bibliografía, y se entrevistó con los personajes centrales de la historia, incluido Robbie, que contaba 65 años en el año 2000.
Las conclusiones a las que ha llegado sin duda desatarán una gran polémica. Rueda piensa publicar un libro, en el que dará pormenores de su investigación y plantará un revés a las versiones que sostienen que Robbie en realidad fue un poseído.
La tesis del psicólogo, ventilada en parte en un documental que produjo Discovery Channel en 1997, llamado En las garras del mal, es que el adolescente jamás estuvo poseído, sino que somatizó una serie de problemas en el seno de una familia altamente supersticiosa.
Pero más allá de la extensa investigación, Rueda es dueño de un pasado que bien puede añadir fuerza a sus conclusiones, o quizá restárselas.
Rueda, el predicador
En 1979, Rueda era un predicador de una pequeña comunidad Pentecostés. Tenía 17 años, pero el rango adquirido desde sus 15 obedecía a un supuesto don de espíritus que los ministros de la Iglesia le habían descubierto desde que le vieron actuar por primera vez, en 1974.
Rueda fue un lector consumado de los textos de Santo Tomás e inducido en la teología desde los siete años, cuando un sacerdote católico lo eligió entre los niños del barrio para prepararlo como futuro miembro de su Iglesia.
A los 10 años de edad, sin embargo, conoció a un predicador Pentecostés que lo invitó a formar parte de su comunidad y lo hizo renunciar a la fe católica.
El hombre no sabía leer, así que la primera misión de Rueda fue la de leerle pasajes bíblicos hasta que lograba memorizarlos.
Dos años más tarde conoció a un pastor de la misma Iglesia, y entonces se involucró formalmente en las misiones encomendadas por la comunidad. Con el tiempo, Rueda se convirtió en el principal predicador, y además se le creía un superdotado.
Una noche de verano, aquel 1979, volvía de un ayuno en las montañas cuando fue abordado a las puertas del templo para que asistiera en un acto de exorcismo que se practicaba en el interior.
Se trataba de una adolescente de 16 años, quien, según sus padres, había intentado ahorcar a una de sus amigas, antes de caer víctima de convulsiones, vómitos y de manejar un lenguaje extraño.
El cuadro era impresionante: “Lo que vi fue a una muchacha con fuertes convulsiones y a un grupo de gente que le ungía aceite por el cuerpo, mientras oraban y le colocaban las manos sobre la cabeza”, recuerda Rueda.
El demonio no se iba, así que en vez de ungirla con más aceite, le hicieron beberlo, lo que aumentó la intensidad del vómito. La escena se tornó tan violenta, que el mismo Rueda debió intervenir para frenar el rito.
“Aunque se tratara del demonio, les dije, la forma en que actuaban era en verdad una exageración”.
Después de aquello, Rueda cuestionó por primera vez la autenticidad de las posesiones. Y no se equivocó: unos años más tarde supo que, en realidad, la menor sufría de ataques epilépticos.
El supuesto lenguaje extraño que profirió entonces no era otra cosa que un alemán aprendido de niña, cuando su abuela, de ese origen, le leía cuentos en su idioma natal.
¿Demonios o no?
”Hay teorías que afirman que cada nuevo conocimiento crea una nueva sinapsis, una conexión entre neurona y neurona , y que de alguna manera este nuevo consciente biológico emerge cuando la persona se encuentra en un estado emocional alterado”, dice hoy.
Un teólogo jesuita, Óscar González Quevedo, autor del libro El rostro oculto de la mente, es uno de muchos que apuntala esa misma tesis. González sostiene que todas las frases y estímulos que reciben los humanos jamás se olvidan. Todo se queda en la mente y puede volver bajo estados alterados de conciencia, como la hipnosis, dice.
“En el caso de la adolescente, el alemán registrado en su infancia simplemente emergió, sin que haya existido ningún demonio”, explica Rueda.
La decepción que sufrió a raíz de ese caso se sumó a la expulsión de la comunidad religiosa. Entonces decidió estudiar una licenciatura en psicología en la Universidad de Texas, y ahí aprendió lenguas antiguas.
En ese tiempo fue testigo también de muchos otros actos de supuesta posesión, ninguno de los cuales fue verdadero, dice.
Una vez concluidos sus estudios de licenciatura, recibió una invitación para hacer un posgrado en la Universidad de Duke, de donde se graduó en la década de 1930 Joseph Banks Rhine, el padre de la parapsicología experimental.
Contacto demoníaco
El primer contacto con Rhine sucede, sin embargo, en 1988, cuando es becado por la Fundación Parapsicológica de Nueva York. Ahí lee una biografía en la que se cuenta de un acto de posesión en el estado de Maryland.
El caso, decía la biografía, guardaba relación con el libro de William Peter Blatty, el autor de El Exorcista.
Rueda comenzó a adentrarse en el tema, y así dio con un primer legajo de cartas. Los autores y la discusión que sostenían a través de la correspondencia, eran más que interesantes: Sigmund Freud y karl Jung debatían en ellas sobre la validez o no de los fenómenos paranormales.
Jung intentaba convencer a Freud de la existencia de fenómenos como la telepatía. Un suceso reciente le hacía insistir en ese punto. Estando en su oficina, Jung dijo que un cuchillo voló por el aire y estalló como si le hubieran disparado.
Los fragmentos del cuchillo fueron fotografiados por él mismo, y las imagines las envió, acompañadas de una carta, a Rhine.
Eso es justo lo que marca el interés de Rueda en fenómenos paranormales, y lo que habría de guiar, con interés científico, dice, las investigaciones sobre el caso de posesión del adolescente de Princ. George’s County.
Historia vieja
A través de la historia, la noción sobre los actos de posesión ha sido una constante. La idea de que una mente atrape a otra o de que un espíritu gobierne el cuerpo de una persona en contra de su voluntad, es algo que ha estado presente en todas las culturas del mundo.
En la etapa antigua del cristianismo se hablaba ya de casos de posesión demoníaca. Testimonios de Justino (100-165 DC) se refieren a prácticas de exorcismo hechas por cristianos. Relatos similares son comunes en los escritos de Tertuliano y Cirilo de Jerusalén, ambos contemporáneos de Martí.
La actitud de la Iglesia a lo largo de su historia ha sido muy clara: la posesión demoníaca existe.
“Es un dogma de la Iglesia. La Biblia habla de la práctica del exorcismo como algo común”, dice Rueda.
En 1614, a petición del papa Pablo V, se publicó el Ritual romano, una especie de liturgia oficial mediante la cual podían identificarse los casos reales de posesión.
Los criterios del Ritual romano establecen que un acto de posesión debe considerarse tal si se cumplen ciertos requisitos, como la aparición de lenguas extrañas o poderes sobrehumanos (la capacidad de mover objetos o adivinar el pensamiento de las personas).
“Algunos teólogos han dicho que en el Nuevo testamento, los actos de Jesús demuestran la existencia de la posesión, y en consecuencia se trata de una convicción de la Iglesia”, dice Rueda.
En Lucas 8,23-33 se da cuenta de ello:
“Y navegaron a la tierra de los Gadarenos, que está delante de Galilea. Y saliendo él a Tierra, salió al encuentro de la ciudad un hombre que tenía demonios ya de muchos tiempos: y no vestía vestido, ni estaba en casa, sino por los sepulcros. El cual como vino a Jesús, exclamó y postrose delante de él, y dijo a gran voz: ‘¿Qué tengo yo contigo Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Ruégote que no me atormentes’. Porque mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre: porque ya muchos tiempos lo arrebataban, y guardábanlo preso con cadenas y grillos, mas rompiendo las prisiones era agitado del demonio por los desiertos. Y preguntóle Jesús, diciendo: ‘¿Qué nombre tenéis?’ Y él dijo: ‘Legión’. Porque muchos demonios habían entrado en él. Y rogábanle que nos los mandase que fuesen al abismo. Y había allí un hato de muchos puercos que paseaban en el monte, y rogáronle que los dejase entrar en ellos: y dejolos. Y salidos los demonios del hombre, entraron en los puercos y el hato de ellos se arrojó de un despeñadero en el lago: y ahogose”.
El Post publica la nota
El 20 de agosto de 1949, The Washington Post publicó una primera noticia sobre el caso Robbie. En la parte superior de la portada de ese sábado apareció una cabeza que decía: “Sacerdote libera a muchacho de Monte Rainier que estaba en manos del demonio”.
La nota, firmada por Bill Brinkley, daba pormenores de lo ocurrido en el condado de Prince George’s, a las afueras de Maryland.
“En lo que es uno de los casos más sorprendentes de la historia de la Iglesia, un niño de 14 años de Monte Rainier ha sido liberado por un sacerdote católico de una posesión”, decía.
Brinkley mencionó que el exorcismo se llevó a cabo en dos etapas, la última de ellas en San Luis. El sacerdote que encabezó el acto consumó 20 o 30 rituales antiguos para expulsar al demonio, dijo.
“El muchacho tuvo convulsiones, lloraba, gritaba, hablaba en latín, y después de todo el ritual fue liberado”.
El artículo cayó en manos de William Blatty, que en ese tiempo era estudiante de la Universidad de Geroge Town, y entonces le nació la idea de escribir la novela que lo sacaría del anonimato.
Tanto el libro como la película son una cuidada exageración de los hechos, dice Rueda, quien hoy colabora con Stanley Krippner, un doctor en psicología que asesoró a William Friedkin, director de El Exorcista, para lograr mayor dramatismo en el filme.
Neurosis Cinemática
Lo que desató la película, ha sido reseñado a lo largo de los años. El impacto que tuvo en la sociedad de 1974 llevó a sociólogos y psiquiatras a acuñar un nuevo término para definir el trastorno: neurosis cinemática.
Pero la historia verdadera no parece haber desatado algo más que una gran polémica.
En 1988, un escritor llamado Thomas Allen descubrió un diario de 16 páginas en el que se relatan las sesiones que se practicaron durante 40 días para expulsar al demonio del cuerpo de Robbie. El contenido de esos manuscritos es parte fundamental del libro Poseso.
Sin embargo, Allen omite en él la primera parte de la historia, en la que el reverendo Schulze tiene las sesiones con Robbie, en enero de 1949. Allen contactó a Rueda cuando supo que era poseedor de unas 20 cartas en las que el reverendo intercambió información crucial con el doctor Rhine, pero jamás tuvo acceso a esos documentos.
La correspondencia que sostuvieron Schulze y Rhine ciertamente resulta clave. Ambos analizaron el fenómeno Robbie con interés científico, y son quizá los únicos que no cayeron en el juego de la posesión.
Rhine escribió en una de las cartas, lo siguiente: “Creo que la explicación más viable es que el muchacho se está creyendo algún tipo de efectos que suceden en torno suyo, lo que lo está llevando a pensar que se trata de fuerzas misteriosas. Puede estar verdaderamente convencido de que así sea.
“Los movimientos de la cama, la silla, pueden haberse originado dentro del mismo muchacho. Sin embargo, el movimiento de la cama y el movimiento en el suelo, cuando la alfombra se desliza debajo de la cama, no suelen ser manifestaciones relacionadas a este tipo de fenómeno”.
Rhine cuestionaba en el último de los párrafos la autenticidad de una posesión, y en cartas subsecuentes se refirió al grado de sugestión que pueden alcanzar los individuos ante un hecho desconocido.
El doctor compartía la idea de Schulze de que, en realidad, Robbie manifestaba un caso de Poltergeist, un fenómeno común en adolescentes atormentados por conflictos severos que –dicen algunas teorías- en algún momento, bajo los niveles de alta tensión, pueden liberar energía capaz de mover objetos a distancia.
Rhine visitó a Robbie a petición del reverendo. Pero de aquella visita se tienen pocos datos. Lo único que se sabe es de una anécdota contada por la esposa del doctor, quien en una ocasión fue a platicar con los padres del adolescente.
La mujer de Rhine dijo que en aquella visita ocurrió un fenómeno raro en la casa de los Mannheim. Margaret, la madre de Robbie, se encontraba tejiendo y cuando ella entró a la vivienda, el contenido del costurero voló por los aires.
Pero Idea May, una amiga cercana a Margaret, ha dicho que los Mannheim fueron una familia normal hasta la publicación del Washington Post.
John era un hombre dedicado a tareas de carpintería y electricidad, sin más ambición que la de garantizar el sustento de su mujer y el único hijo de ambos. Diariamente acudían juntos a los grupos de oración de la Iglesia en que Schulze era pastor.
Más de medio siglo después, sin embargo, los pocos testigos de lo ocurrido a los Mannheim siguen reservándose al momento de hablar.
Los Mannheim son creyentes
Sergio Rueda necesitó semanas para lograr una entrevista con el reverendo, cuando todavía estaba vivo, en 1988. Schulze vivía en un centro de retiro luterano a las afueras de Maryland, en compañía de su esposa y algunos otros amigos del templo de St. Stephen’s Evangelical.
Schulze guardaba el mismo escepticismo que hacía 40 años. Ahí contó a Rueda que la familia Mannheim se vio en la necesidad de abandonar el pueblo una vez que apareció la noticia en el Washington Post, y le habló también del recelo que siempre le tuvieron porque, dice, ellos querían creer en la posesión y él simplemente descartaba esa posibilidad.
De hecho, los Mannheim eran creyentes en extremo. Por aquellos años, además de comulgar en la Iglesia evangélica, eran asiduos de los servicios de una curandera Powai, un antiguo rito practicado por los indios de Maryland. Esa mujer fue quien primero les metió la idea de que Robbie estaba poseído por el demonio, pero Schulze la atrapó en una mentira. Otra versión es que la tía de Robbie consultaba la ouija, y que de allí vino las cascada de hechos demoníacos.
Una noche en que decidió visitar a la familia, halló a la curandera en la pequeña sala de los Mannheim. Ambos estaban estupefactos por una serie de actos consumados por la mujer, quien antes les había convencido de que la posesión de Robbie era un castigo divino por haber abandonado el catolicismo.
Schulze intentó relajarlos. Tomó los mismos aditamentos de la curandera y efectuó la misma serie de trucos, pero aún así no los convenció de que todo aquello era falso.
La ouija
En casa de la abuela Ann los ruidos no cesaban. La anciana, sin embargo, no era tan creyente como los padres de robbie. Así que llamó a unos fumigadores, pues pensó que los rasguños en la pared bien podían ser provocados por una plaga de ratones. Pero no cesaron, sino hasta 10 días después.
Margaret estaba convencida de que la casa de su madre era escenario de encuentros con el espíritu de Harriet, la hermana que había muerto recientemente, y con quien Robbie tenía una gran empatía.
Harriet enseñó a su sobrino a manejar la ouija, y lo hizo creer que los humanos podían comunicaqrse a través de los objetos, sin necesidad de hablar ni estar en el mismo lugar y en la misma dimensión.
Los Mannheim eran sumamente sensibles a ese tipo de creencias. Por eso Robbie siempre vivió convencido de la gran sensibilidad que, según su tía, tenía para comunicarse con espíritus.
Rueda descubrió que, a la muerte de Harriet, Robbie comenzó a emplear la ouija para comunicarse con ella, justo las semanas previas a las manifestaciones de enero de 1949.
“Hay una máxima en psicología que dice: si crees en el demonio, lo vas a ver. Creo que aquí se aplica a la perfección”, dice Rueda.
Harriet no descansa
Margaret parece haber influido enormemente en el comportamiento de su hijo. Fue la primera persona en fomentarle la idea de que algo paranormal le ocurría, y casi a diario le preguntaba si la tía Harriet estaba presente en la habitación.
Rueda visitó la casa en que vivieron los Mannheim y la escuela a la que asistió Robbie, un lugar en donde también se registraron fenómenos, como el desplazamiento de objetos.
Ahí descubrió que el adolescente tenía serios problemas con otros alumnos, y que generalmente se aislaba o se ausentaba de las aulas. Eso, dice el psicólogo, guarda una relación interesante con los momentos de crisis que vivió Robbie.
“Cuando el fenómeno se dramatiza, comienzan a aparecer las marcas en el cuerpo de Robbie, pero curiosamente éstas aparecían cuando el menor se encontraba solo y su madre estaba cerca. Lo que hacía entonces era que gritaba o corría. Su madre dice que siempre le encontró las marcas en las palmas y en las piernas. Lo relevante es que las letras o las palabras aparecían regularmente cuando la madre preguntaba si deseaba ir a la escuela”, dice.
En uno de sus testimonios, Margaret hace alusión a ello. En una ocasión, en la mano derecha de Robbie, apareció una N de NO, después de que le preguntó si quería ir a clases.
“Al parecer al diablo no le interesaba la escuela”, ironiza Rueda. “Ahora, si realmente era el diablo, entonces hay que pensar que en la escuela existía algo que le molestaba y por eso contestaba con un NO”.
En una de sus cartas a Rhine, el reverendo habla de esas marcas. Schulze concluyó que eran muy parecidas a aquellas que se provocan los individuos bajo altos niveles de estrés.
“cuando revisé el cuerpo, lo que vi fue solamente una parte roja, y no vi ninguna letra”, dijo el doctor.
La salida científica
Algunos teólogos consideran que la posesión demoníaca sólo puede existir en el contexto de la fe. La posesión existe, dicen, en razón de que se crea que el diablo también existe y que puede apoderarse de los seres humanos. Eso es una creencia de un dogma, tal y como lo cree la Iglesia católica o cualquier otra religión que exista.
En ese sentido, la Iglesia católica ha sido mucho más cauta. En 1952, en una de las últimas modificaciones al Ritual romano, se hace énfasis en la realización de estudios psiquiátricos y sociológicos en las personas que se piensas poseídas. Lo que busca es no confundir un acto de posesión con un desorden cerebral.
En el caso de Robbie, William Bowderns, el sacerdote que encabezó el exorcismo, ha dicho que no se trató de un caso clínico.
“Una cosa puedo asegurar”, dijo años después, en una entrevista, “el caso en que participé se trató de un verdadero caso de posesión; no tengo una duda al respecto de lo que pasó entonces y tampoco la tengo hoy”.
Rueda tiene otra conclusión: “En la explicación del caso, siento que hay una combinación de elementos: una de ellas es de que se trata de un caso fraudulento, pues a parte de la creencia de los padres existieron elementos intrafamiliares que hacen suponer que al muchacho le convenía no ir a la escuela, porque tenía conflicto real con otros alumnos y porque también tenía un grave problema con la madre, pues él quería irse a vivir a San Luis, donde estaba enterrado el cuerpo de su tía”.
El investigador mexicano sostiene que el estado depresivo, de ansiedad, es probable que, en efecto “haya provocado algún fenómeno genuino, como un Poltergeist, aunque los testimonios sobre esto no se dieron bajo un escrutinio científico”.
Rueda parte además de un diagnóstico psiquiátrico, que habla de lo que los psicólogos llaman “Conversión reactiva”, o histeria neurótica. Se trata de una manifestación mediante la cual algunas personas obtienen beneficios psicológicos.
“Por ejemplo: esto pudo verse con mayor frecuencia en la guerra de Vietnam, en donde muchos soldados que no querían ir a combate presentaban severos cuadros de paralización. Esto es, que el ser humano desarrolla una somatización cuando el estrés llega a grandes niveles, y en consecuencia puede producir cierta fenomenología”, explica.
Robbie va a los funerales
Robbie nunca ha querido hablar de su pasado. Protegido por la promesa de los pocos que saben su historia y su verdadera identidad, vive ahora a la ciudad de San Luis. Sergio Rueda se entrevistó con él hace unos años, pero no logró nada.
El hombre le dijo que no recordaba esa etapa de su vida, pero el argumento sonó falso: Robbie ha estado presente en todos y cada uno de los funerales de quienes juran haberlo exorcizado.
Robbie Mannheim
Tía Harriet