“El negocio de los narcos no es la droga –dice Gabriel Zaid–, sino la prohibición”. La prestigiada revista The Economist, propone legalizar las drogas como una solución de mercado para arruinar el negocio ilícito. La propuesta parece realista, pero “es miope”, dice el ensayista. El crimen organizado seguiría otras rutas. Igual que los gángsters no desaparecieron con la prohibición del alcohol. El ensayista Gabriel Zaid, quizá el más lucido de los escritores mexicanos, considera que “legalizar las drogas no asegura que quienes a eso se dediquen dejen lo ilegal”, Su razonamiento parte de la premisa de que “el mercado de lo ilícito abre posiblidades con lo prohibido”.
“Los ferrocarriles eran muy buen negocio en los Estados Unidos –recuerda el ensayista–, cuando empezó el servicio de pasajeros y de carga por carretera. Para frenar la competencia, los ferrocarrileros cabildearon contra la construcción de carreteras; pero no pudieron detenerlas, fueron perdiendo mercados y su bonanza terminó”.
En un artículo publicado en Reforma este domingo 26 de agosto, bajo el título “El negocio de los narcos”, Zaid cita un ensayo de Theodore Levitt publicado en la Harvard Business Review (“Marketing myopia”, July-August, 1960). En ese análisis, Levitti ofreció una conclusión dura sobre los ferrocarrileros: “los acusó de miopes: no vieron que su negocio era el transporte, no el ferrocarril. Pudieron haber ampliado sus operaciones a las nuevas vías. Estaban en una posición fuerte para competir, ofreciendo trayectos combinados de ferrocarril y carretera. Pero no vieron la oportunidad, sino el problema”.
El autor de El progreso improductivo ofrece una comparación del papel jugado por la industria ferrocarrilera con el negocio relacionado al tráfico ilegal de drogas prohibidas. Su conclusión es sorprendente, porque se opone a una proposición políticamente correcta que ha asumido la influyente revista inglesa The Economist, la más liberal respecto al tema:
“Hay quienes piensan que el negocio de los narcos es la droga. Ven que disponen de tecnología avanzada en la producción agrícola, la transformación industrial, el transporte, las comunicaciones, las armas, el desarrollo de nuevos productos. Que tienen ingenieros, abogados, contadores y otros universitarios bien pagados en sus departamentos jurídicos, científicos, logísticos, de mercadotecnia, relaciones públicas, finanzas. Que, para defenderse, tienen recursos superiores a quienes tratan de arrestarlos. Ante lo cual, The Economist recomienda una solución de mercado: arruinarles el negocio, legalizando la droga. Parece realista, y, sin embargo, es miope. El negocio de los narcos no es la droga, sino la prohibición. Mientras algo esté prohibido, tendrán oportunidades”.
“Supongamos –dice Zaid– que la droga llegue a ser un negocio lícito. El efecto inmediato sería un desplome de precios, lo cual aumentaría la demanda, pero no la rentabilidad del negocio. Teniendo ya montado el aparato de producción y distribución, y hasta mercancía almacenada, es de suponerse que, al principio, los narcos sigan vendiendo droga (pirata, frente a la legítima). Y que busquen mercados más prometedores, ya sea de lo mismo en otros países o de otra cosa prohibida en el país. Oportunidades no faltan. Están prohibidos los secuestros, el contrabando, el pirateo, la trata de blancas, la prostitución infantil. Tendrían que hacer estudios de mercados, estrategias competitivas, costos y planes de negocio para cada caso. Tendrían que considerar el riesgo de que también los secuestros, por ejemplo, se legalizaran. O de que el IVA se eliminara, para arruinar el contrabando. Lo que no es creíble es que optaran por arrepentirse, desmantelar sus empresas y meterse a un convento”.
El análisis de Gabriel Zaid se publica en el contexto de un debate respecto a la propuesta del gobierno de Estados Unidos para acordar con México un proyecto de de ayuda económica y de inteligencia similar al Plan Colombia, el cual permitió al gobierno de aquel país a mermar el poder de los carteles de Medellín y de Bogotá.
Desde que inició su gobierno, el presidente Felipe Calderón inició una publicitada guerra contra el narcotráfico, en la que el Ejército juega un papel fundamental. Quizá el poder del crimen organizado no se ha reducido, pero en términos de percepción pública el mandatario parece registrar la aprobación de la mayoría de los ciudadanos, según las diversas encuestas divulgadas en los medios de comunicación.
Gabriel Zaid afirma que, durante el régimen priista, el presidente de la República también era “el jefe de la trastienda” que representaba el crimen organizado. Hoy, sin embargo, ese poder “opera sin control, en una guerra de todos contra todos”.
“El crimen organizado en México fue la trastienda del Grupo Industrial Los Pinos. Estaba organizado como una franquiciadora del poder impune, de manera central y piramidada; con un control político supremo, porque también los franquiciados estaban sujetos al poder impune. Abusar de la franquicia podía acabar en perderla o, en caso extremo, ser tirados al caño (literalmente). El Señor Presidente era el jefe del Estado, del gobierno y de la trastienda. La monocracia por turnos de seis años le daba al sistema estabilidad. A diferencia del Porfiriato, no dependía de un hombre indispensable. Las franquicias porfirianas de poder impune eran espaciales (por estados o territorios), las del PRI, temporales (por turnos). Hoy, el poder impune ya no está franquiciado desde la presidencia: opera sin control, en una guerra de todos contra todos”.
Los datos oficiales exhiben el tamaño del negocio, que por sí mismo explica porque, de ninguna manera, los criminales se meterían a un convento:
“Según la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito, la cocaína puesta en México al mayoreo vale ocho millones de dólares por tonelada, pero 24 en los Estados Unidos; donde se vende al menudeo a cerca de 120 dólares el gramo (120 millones de dólares por tonelada). O sea que el negocio de pasar droga a los Estados Unidos tiene un margen bruto de 16 millones de dólares por tonelada, pero el margen para el distribuidor allá es de 96. El menudeo requiere mucho más personal (y más visible) que el mayoreo, pero tiene más valor agregado”.
“Extrañamente –dice Zaid–, la DEA no logra desmantelar el negocio seis veces mayor y más visible en su propio país. Pretende arruinarlo, eliminando el abasto externo. Doble miopía. En primer lugar, el abasto eliminado desde un país se mueve a otro. Invadir a Panamá y secuestrar a su presidente sirvió para que el abasto hoy se haga desde México. Pero, además, en el supuesto caso de eliminar todo abasto externo, ¿qué van a hacer los narcos de los Estados Unidos? ¿Meterse a un convento? Por supuesto que no. Van a sustituir las importaciones con producción interna, incluso de mejor calidad. O a desarrollar nuevas líneas de productos y servicios prohibidos. Los gánsters no desaparecieron cuando terminó la prohibición del alcohol. Entraron al negocio de traficar cigarros y otros productos racionados durante la segunda Guerra Mundial, al agiotismo, los casinos, la droga”.
“Nunca faltan oportunidades en el mercado de lo prohibido”, concluye. Si bien le asiste la razón a Gabriel Zaid, ahora el punto es que si la legalización de las drogas no es una propuesta viable, ¿qué se debe hacer? En el río revuelto, el combate al crimen organizado parece, más que nunca, un camino difícil de transitar.