México Unido contra la Delincuencia ha revelado el resultado de una encuesta realizada por Consulta Mitofsky, a cerca de la percepción que tienen los mexicanos sobre la inseguridad. En general, concluye que 6 de cada 10 ciudadanos viven temerosos de sufrir un ataque violento y más de la mitad, 5.5, se angustia con la probabilidad de ser víctima de un secuestro. En el 2005, otro sondeo encargado por el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad, arrojó cifras muy parecidas. Aquella ocasión, 57 por ciento de los ciudadanos respondió que se sentía vulnerable en el entorno de un estado altamente delictivo. Los matices ofrecidos por esta nueva encuesta, aplicada en 100 secciones electorales del país son, pese a todo, reveladores.

El índice de individuos que dijo haber experimentado la cercanía de un acto delictivo disminuyó respecto a la cifra de hace un año: fue del 20 por ciento al 18 por ciento. Y el indicador de lo fácil que resulta obtener droga -por ejemplo un cigarro de mariguana- vio un leve descenso: 4.1 de cada 10 personas dijo que es simple, contra 4.4 que respondió lo mismo en el sondeo anterior.

Pero si algo de esperanza desataban esos declives, la aniquilan otros datos obtenidos por la encuesta. Hoy los mexicanos sienten más miedo de ser testigos de cargo, debido a la corrupción que perciben dentro del Ministerio Público y las policías, sean estas federales, estatales o municipales. El agobio llega a tal grado, que 8.6 de cada 10 ciudadanos, aprueban la intervención militar en la lucha contra el crimen organizado, pese a los atropellos que comenten.

Esa manera de comprender al poder como algo indigno y amenazante, tiene sustento en la inmovilidad de las estructuras públicas. Básicamente, dice la presidenta del organismo que ordenó la encuesta, María Elena Morera, lo que se manifiesta es un avance en las acciones de gobierno, con el acotamiento impuesto por el mismo sistema. Eso es lo que no deja lugar a la certidumbre.

La corrupción es la moneda corriente en casi cualquier encuesta aplicada para medir las percepciones de inseguridad que se tienen en México. Desde luego se trata de una sensación influida por el entorno violento y la impunidad. Los estragos, sin embargo, no quedan en el simple atrincheramiento de la esperanza. Los episodios de brutalidad han generado con los años un sentimiento de fragilidad que forzosamente se refleja en la salud.

La idea de vulnerabilidad es algo que se crece dentro de cualquier sociedad cuyo ambiente está cargado de una agresividad extrema. “Eso es algo que indudablemente impacta al organismo”, me dijo el doctor Sergio Rueda, director de servicios psicológicos del Instituto de Medicina y Tecnología Avanzada de la Conducta. “El aumento en las enfermedades crónico degenerativas es casi simétrico con el aumento de la violencia”.

La relación de angustia persistente con el cáncer o los infartos al corazón no es novedad. Pero el reflejo de esos y otros padecimientos en regiones en donde el robo, los asaltos, el homicidio y la violencia sexual son una rutina, se torna en noticia igualmente funesta. Al clima de alta violencia debe añadírsele otra zozobra: el de la mala economía. Una combinación como esta, presente en todo el país, es letal para muchos.

Con todo ello, ¿es verdad entonces que la sociedad se vuelve indiferente al dolor?, pregunto al doctor Rueda.

“Habituarse a un estímulo produce la pérdida de conciencia. Eso es verdad. Pero en un entorno de brutalidad, el que la ciudadanía se vuelva ‘insensible’ nos revela que se ha llegado al nivel más alto de vulnerabilidad”, responde. Igual que muchos expertos, Rueda cree que las condiciones, lejos de modificarse para bien, empeorarán con el paso de los años. El futuro, por lo tanto, será un concierto de muertes generadas directa o indirectamente por la violencia.

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