El mundo se encuentra pasmado por la rapidez con la que se está desenvolviendo una nueva guerra en Medio Oriente. No salimos de la segunda Intifada en Palestina (2001) cuando entramos en una guerra en Afganistán (2001), vemos la intervención estadounidense en Irak (2003), se enfrasca el mundo en el debate nuclear de Irán (2004), no parece haber fin a una guerra civil en Irak (2004), tenemos el asesinato del ex primer ministro libanés, Rafik Hariri (2005); observamos la llegada al poder de Hamas y festejamos la desocupación parcial de Líbano por parte de Siria.
 
La guerra de dos frentes que Israel ha lanzado en estos días tiene los siguientes orígenes. En primer lugar, el pacto tácito de “estabilidad en Líbano” entre Siria e Israel se rompió luego de que la comunidad internacional señalara a Siria como responsable de haber orquestado el asesinato del ex Primer Ministro de Líbano y exigiera su desocupación militar (debemos recordar que Líbano fue ocupado militar y políticamente por Siria durante y después de su guerra civil).

Este pacto secreto consistía en el control que ejercía Siria sobre el grupo terrorista Hezbollah, a cambio de la retirada de las fuerzas israelíes del sur de Líbano.

En segundo lugar, la llegada al poder en Palestina del ala radical, terrorista y fundamentalista de Hamas. Esta corriente político-islamista fue desplazando poco a poco a Al Fatah, del fallecido Yasser Arafat, hasta llegar a ocupar el mando de la Autoridad Nacional Palestina.

El acontecimiento no es menor para los intereses de Israel y Estados Unidos en la región. Hamas nunca reconoció, sino hasta apenas unas semanas, al Gobierno de Israel y encabezó una de las campañas más violentas de terrorismo en esta zona del mundo.

El secuestro de soldados israelíes por parte de Hamas y Hezbollah fue la justificación perfecta para que Israel lanzara una ofensiva militar contra un gobierno palestino de corte islamista que amenaza sus fronteras interiores y la destrucción de Hezbollah, que a su vez amenazaba con recuperar su liderazgo frente al vacío de poder que dejó Siria en Líbano.

Sin justificar la guerra asimétrica, las muertes de civiles inocentes y la pavorosa destrucción de infraestructura estratégica de Líbano, Israel está respondiendo según sus intereses de seguridad nacional. Líbano, por su parte, está sufriendo las consecuencias de no haber terminado de ser el tablero de juego de Siria y de grupos islamistas.

Finalmente, la ONU es víctima de nuevo de la parálisis de los intereses políticos que dividen a las grandes potencias y es deslegitimada por su inacción para detener esta nueva crisis humanitaria.

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