(14 agosto 2006) No se han revelado detalles de cómo el Minisat 1 transportó las cenizas, si en cápsulas metálicas o en urnas de cedro, o si hubo una ceremonia religiosa especial, quizá ecuménica, antes de que el Pegasus partiera al éter. Lo que sí se sabe es que no es de mortales comunes y corrientes el polvo que hoy orbita el planeta…
Fue un lunes 21 de abril de hace algunos años. A once kilómetros de altura en el cielo azul de las islas Canarias. De la panza de un avión descomunal salió un cohete Pegasus de fabricación estadounidense con el primer satélite artificial fabricado en España. Diez minutos tardó el artefacto en alcanzar una altitud de 590 kilómetros y colocar su carga en órbita.
Fue todo un éxito. Los técnicos de la estación rastreadora en Maspalomas estallaron en gritos y aplausos al escuchar la primera transmisión del Minisat 1 con toda claridad. El ministro hispano de la Defensa, en una muy poco imaginativa paráfrasis de Armstrong, expresó a la prensa: “Es un pequeño paso para la Humanidad, pero un grandísimo paso para España”. Diez millones de dólares se invirtieron en el artefacto que circulará 15 veces la Tierra cada 24 horas.
¿Y? Bueno, es que no fue sólo un satélite lo que se colocó en órbita aquel lunes 21.
El aparatejo, además de transportar tecnología para analizar fenómenos lumínicos y de radiación del espacio exterior, es un sarcófago que inauguró un prometedor negocio: los funerales extraterrestres. Las cenizas de 24 personas iban a bordo gracias a los buenos oficios de Celestis, visionaria empresa texana, la primera funeraria del -literalmente- más allá.
No se han revelado detalles de cómo el Minisat 1 transportó las cenizas, si en cápsulas metálicas o en urnas de cedro, o si hubo una ceremonia religiosa especial, quizá ecuménica, antes de que el Pegasus partiera al éter. Lo que sí se sabe es que no es de mortales comunes y corrientes el polvo que hoy orbita el planeta. No. Es de suponer que el costo de un funeral espacial no esté al alcance de cualquiera.
Entre los “pasajeros” del satélite van Gene Roddenberry, creador de la famosa serie de televisión Star Trek, y el héroe de la contracultura y apologista de la droga de los años sesenta, Timothy Leary. Los otros 22 sin duda fueron en vida acaudalados vecinos de zonas exclusivas.
¿Excentricidad? ¿Ocio post mortem de millonarios insatisfechos? Vaya usted a saber. Pero de que pronto veremos aparecer toda suerte de funerarias espaciales lo confirma la demanda: hay diez mil solicitudes mensuales para funerales en el espacio, según reveló el dueño de la texana Celestis.
Si nos hacía falta otro motivo para la reflexión sobre la profunda desigualdad, la injusticia lacerante, la asombrosa desproporción que a diario vemos entre ricos y pobres, tanto en el mundo como dentro de nuestras propias fronteras nacionales, el singular funeral lo proporciona. Los niños se pueden seguir muriendo en Angola, en Bosnia o en Oaxaca: siempre habrá quiénes, incluso después de la muerte, puedan hacer gala de derroche.
Por lo que a mi respecta, mil veces mejor que mis cenizas alimenten un rosal a que vaguen sin ton ni son, aburridas, sin rumbo, en el espacio. Vale.
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El autor es Presidente fundador honorario de la Fundación Manuel Buendía, A.C., organización que contribuyó a crear en 1984. Pertenece a las asociaciones Mexicana y Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación y a la Federación Latinoamericana de Periodistas. En 1997 fue el primer mexicano aceptado como miembro académico del Instituto Internacional de las Comunicaciones (IIC), con sede en Londres, Inglaterra. Es integrante de la Comisión para la Protección de Periodistas de la Academia Mexicana de Derechos Humanos.