Detrás de la nueva imagen que tiene como Primera dama del país, es, sin embargo, la misma de siempre, según sus viejos conocidos.

Celaya, Gto.-La primera vez que la vio, Rosalba Montiel Soto, la cronista por excelencia en las altas esferas sociales de Celaya, confirmó lo que desde hacía meses se hablaba sobre la candidez de aquella joven proveniente de Zamora. La forma de sonreír que tenía Martha Sahagún, a sus 20 años, impresionó a la periodista de El Sol del Bajío. Nunca vio a nadie con un gesto tan amable, estéreo, como el de la esposa del nuevo veterinario de la ciudad, el doctor Manuel Bribiesca Godoy.

“Era una mujer que sonreía siempre, sin cansarse, afable. Ha sido toda la vida una mujer con la sonrisa a flor de labio”, recuerda Montiel, sentada detrás del viejo escritorio que llena la estrecha oficina desde la que operó como directora de eventos especiales en el ayuntamiento de Celaya.

Martha Sahagún y su esposo Manuel Bribiesca habían llegado en 1971, después de contraer nupcias en su natal Zamora, una ciudad tan conservadora y católica como Celaya, pero con mucho mayor orden urbano. Ella tenía 17 años recién cumplidos y él 22. La decisión de mudarse fue de ambos. Bribiesca poseía desde entonces un rancho en Guanajuato, y coincidieron en que lo apropiado era iniciar una vida común en los alrededores. Celaya era además el lugar perfecto para la nueva empresa familiar, un gran centro de medicina y alimento para ganado y aves de corral, que con el tiempo se convirtió en el medio de enlace que tendrían con la población rural de la región.

Ninguno tuvo problemas de aceptación en una sociedad distinguida por su alto grado de selectividad. Eran atractivos, blancos, devotos, simpáticos y trabajadores. Por si fuera poco, provenían de familias pudientes. Pero el carisma de Martha Sahagún debió ser un factor definitivo en ese proceso, porque a 31 años de distancia todos coinciden en que fue su personalidad la que les abrió todas las puertas. Era simplemente el prototipo de la mujer que muchas querían o creían ser. Una dama de sociedad que reunió características ponderadas en la rancia nobleza mexicana: familia, dinero y devoción cristiana. Alguien que, por contradictorio que parezca, no sorprendió con las metas que fue alcanzando, incluida la boda con Vicente Fox, la más escandalosa que recuerde el país, justo al cumplirse el primer aniversario del proceso electoral que lo convirtió en presidente de la República, y día en que el mandatario también celebró sus 59 años de vida.

Detrás de la nueva imagen que tiene como Primera dama del país, Martha Sahagún es, sin embargo, la misma de siempre, según sus viejos conocidos.

“No creo que nadie vea cambios esenciales en su persona”, dice Rosalba Montiel Soto. “Salvo el liderazgo y la agenda saturada que debe tener hoy, Martha no ha visto cambios de personalidad”.

Eso es algo que piensan casi todos en Celaya, no solamente las amigas y conocidas que tiene. Pero en la medida en que Martha Sahagún ha permeado los círculos del poder, ese rasgo personal no ha sido suficiente. El mundo en el que ahora se mueve tiene dos polos bastante bien definidos entre quienes la encuentran irresistible, y los que no la toleran. Como sea, su futuro ha puesto en juego todo tipo de especulaciones.

II

El Santuario Diocesano de Nuestra Señora de Guadalupe comenzó a construirse por órdenes del obispo José María Cázares y Martínez en 1898 sobre una superficie de 20 mil metros cuadrados, en el centro de Zamora. Tenía el propósito de convertirla en la Catedral de la Diócesis que se había erigido 35 años atrás. Impulsado por el profundo catolicismo de los fieles, el obispo concibió un templo de cinco naves con una bóveda central de 70 metros de alto y dos torres más elevadas, con 90 metros cada una.

Concluida la obra, se dispondría de un edificio de 5 mil 414.58 metros cuadrados, superior en tamaño a la iglesia de San Patricio, en Nueva York, y casi tan grande como el templo de Nuestra Señora de Notre Dame, en París. Monseñor no vivió para ver terminado ese monumento gótico, que hoy es reconocido, a pesar de estar incompleto, como el decimocuarto centro religioso más grande del mundo católico.

La construcción fue suspendida en 1914 con motivo del movimiento revolucionario, y 26 años más tarde quedó bajo custodia del Gobierno Federal. En 1988, en los últimos meses del sexenio de Miguel De la Madrid Hurtado, José Esaúl Robles, el octavo obispo de la Diócesis de Zamora, pudo recuperar el templo. La ciudad no demoró en sumarse a un esfuerzo colectivo para rescatarlo del abandono y el saqueo a que fue sometido mientras estuvo bajo poder del Estado. Lo que se dejó, fue en realidad lamentable. Decenas de varillas de acero oxidado sobresalen por entre las torres como si fueran las arterias de un brazo mutilado. Parece una broma negra para un pueblo de mochos, dicen los menos creyentes. La idea es asumida sin reclamos: todos conocen al santuario como la Catedral Inconclusa.

Al medio día del sábado 23 de noviembre del 2002, Jorge Alberto Bribiesca, el segundo de los tres hijos de Martha Sahagún, entró ahí para jurarle amor ante Dios a su novia Ana Cecilia García. El atrio de 6 mil 801 metros cuadrados fue inundado con automóviles federales que trasladaban a la esposa del presidente, a los ministros invitados y sus escoltas. Mientras centenares de curiosos imaginaban el sacramento desde afuera, los novios eran unidos en matrimonio en el entorno majestuoso del interior de pisos de mármol negro y de columnas vestidas con arreglos florales, que se bañaban con los rayos filtrados a través de los vitrales que honran la memoria de los mártires cristeros fusilados en los mismos muros del templo.

La catedral ordenada por José María Cázares y Martínez parece insertada en el pequeño centro de Zamora. Sus dimensiones y características no guardan relación con ninguno de los pocos edificios coloniales y menos con los almacenes que hay alrededor, cuadrados y viejos. Es una obra arquitectónica que supera con facilidad, en tamaño y obra, a las catedrales de Guadalajara y Morelia, lo que da idea de cuan arraigada está la religión católica.

Muy cerca de ella, a menos de cien metros, el padre y los hermanos de Martha Sahagún manejan desde hace años el hospital San José. Es el negocio de la familia. Igual que todos en la ciudad, crecieron con el mayor símbolo religioso no sólo de Zamora, sino de América Latina. A los 15 años, Martha y su hermana fueron enviadas a estudiar a un convento de monjas, en Dublín, Irlanda del Norte. Ahí aprendió las bases que le serían indispensables a su regreso, cuando contrajo matrimonio y se fue a Celaya, en donde se involucró de inmediato en las tareas de los Legionarios de Cristo.

“Volvió siendo una gran oradora, las monjas le ensañaron a comunicarse”, dice Manuel Bribiesca, evocando aquellos primeros años de convivencia.

Provista de técnicas elementales para la comunicación de masas, y cargada de una gran dosis de fe, Martha Sahagún era capaz de conmover con sus palabras.

“Yo la vi cuando hacía llorar a la gente, por todo lo que transmitía”, dice su ex esposo. “Martha es ese tipo de personas a quienes se les da la habilidad para transmitir, como a Diego Fernández de Cevallos”.

La elección del Santuario Diocesano de Nuestra Señora de Guadalupe para la boda de Jorge Alberto y Ana Cecilia tuvo una gran carga emotiva para la familia. Al mismo tiempo, el marco de la Catedral Inconclusa fue una metáfora perfecta que describió las vidas de sus anfitriones ese día.

III

En 1971, salvo los empresarios de siempre, nadie en Celaya mostraba interés por la política. La ciudad apenas emergía con algunos rasgos de modernidad, pero se hallaba lejos de ser prioridad en los asuntos de inversión federal. La obra más relevante ejercida por el gobierno databa de 20 años atrás, cuando Miguel Alemán inauguró la Ciudad Deportiva. Las fiestas de la clase pudiente y las reuniones de los hombres de negocios eran noticia que llenaban los diarios. Nadie entraba o salía sin que se supiera. Martha Sahagún y Manuel Bribiesca llegaron a un escenario sin riesgos, apacible, ideal para la vida que llevaban en mente.

Durante 14 años el matrimonio vivió con la misma normalidad que sus parejas amigas. Se dejaban retratar con sus hijos durante las ceremonias de bautizo y fiestas infantiles, o ellos solos, cuando acudían a reuniones de adultos. Martha Sahagún tenía gustos sencillos. Como muchas otras mujeres de su edad y posición, solía comprar la ropa en almacenes locales y se involucraba en actividades religiosas. No había glamour.

“Era una mujer modesta, sin que eso quiera decir que carecía de elegancia. Pero de ninguna manera se veía como se ve hoy”, dice Trinidad López, uno de los dos fotógrafos a los que habitualmente llamaba Martha Sahagún para cubrir los eventos sociales que organizaba.

En las paredes de su casa, Trinidad López cuelga los recuerdos de su vida como fotógrafo amateur. Siempre prefirió aparecer al lado de personalidades que cobrar por sus servicios. Esa forma de regalar lo que hacía obtuvo recompensas mayores, como un viaje a Roma. Conocer la Basílica de San Pedro es el sueño de los católicos mexicanos y sobre todo de los que habitan en el Bajío.

En una pared aparte, distante de las imágenes en las que aparece con deportistas, actores y cantantes, Trinidad López exhibe una enorme fotografía de Juan Pablo II. Es la misma bendición papal que suele verse en miles de hogares y comercios de Celaya y Zamora. La demanda de motivos religiosos es elevada. En cualquier galería de arte o mercado popular puede obtenerse una copia igual a esa, e incluso óleos con el rostro de Norberto Rivera, el arzobispo primado de México.

Las leyes divinas han impuesto el estilo de vida. Por años, pertenecer a la ultra conservadora congregación de los Legionarios de Cristo, fue algo valorado en los altos círculos sociales. La imagen del Papa o cualquier otro emisario de la iglesia es mucho más que un simple objeto decorativo. Se trata del elemento visual que hace patente su fe.

Martha Sahagún dejó un legado difícil de superar. Su destacado activismo religioso se apoyó bastante en la figura de Marcial Maciel Degollado, el líder de la congregación a quien se le debe parte de los escándalos sexuales del clero, y el hombre que, se dice, es el protector espiritual de Lilián de la Concha, la ex esposa de Vicente Fox, quien ha vivido en Roma. Fue Maciel, también, quien la presentó ante Juan Pablo II como “la esposa del presidente” mexicano, desatando con ello el murmullo de una sociedad que estaba al tanto del romance entre Sahagún y Fox.

Lilián de la Concha vio disuelto su matrimonio civil en 1991. Martha Sahagún obtuvo a su vez la nulidad del suyo en el 2000. Pero las gestiones para invalidar el enlace religioso que tanto ella como Fox celebraron con sus ex parejas, les impide consumar la unión bajo las leyes de Cristo.

El escándalo provocado por Fox al enarbolar una bandera con la imagen de la virgen de Guadalupe durante un acto de campaña, o cuando recibió de manos de su hija un enorme crucifijo el día en que tomó posesión, y el más notable, cuando se arrodilló y besó el anillo del Papa y dispuso que su nueva esposa tuviera un lugar oficial durante el acto de bienvenida a Juan Pablo II, fueron actos que los reivindicaron ante los suyos, pero que abrieron definitivamente las puertas para husmear en su intimidad.

IV

Durante la década de los setentas, Martha dividía su vida entre sus hijos, las comunidades eclesiásticas y la empresa cada vez más exitosa que manejaba junto con Manuel Bribiesca. Organización Farmacéutica Veterinaria S.A. de C.V. (Ofavesa), se había convertido en un gran centro comercial de artículos para animales. Las utilidades permitieron la adquisición de una casa nueva, en el fraccionamiento Alameda, en donde el matrimonio vivió hasta su separación, en 1998.

Ofavesa ocupa un edificio de tres pisos, en el 323 de la calle Madero, en el centro de Celaya. La fachada, que semeja una vaca pinta, ha logrado el cometido de identidad ranchera. En el piso intermedio, debajo de donde operan las oficinas administrativas, Martha Sahagún estableció su centro de trabajo en 1994, cuando buscó ser alcaldesa. Para entonces se esbozaba el perfil de una mujer que agrandaba su capital político como pocas personalidades lo han hecho.

Nueve años antes, en 1985, la ciudad había despertado de su eterno letargo político. Ricardo Suárez Inda, un reconocido empresario que había jurado a su hermano muerto formar parte de un incipiente activismo que buscaba derrocar al PRI, obtuvo la candidatura del PAN para contender por la alcaldía, convirtiéndose así en la primera víctima de un supuesto fraude electoral en el estado.

Agraviados por el triunfo que les fue negado, un gran número de conocidos y amigos de Suárez Inda dieron otra dimensión a los reclamos de justicia del partido. Por primera vez los ricos salieron de sus casas y se congregaron en la Alameda, en donde colgaron de los árboles las boletas con los resultados electorales que daban el triunfo a su candidato.

Las autoridades no modificaron el resultado, y con ello provocaron que cientos de personas que hasta entonces permanecieron al margen de la política, solicitaran su filiación al PAN. Entre el grupo de nuevos miembros que contó el organismo se  encontraban Martha Sahagún y Manuel Bribiesca. El dato del registro se conocería dos años y medio más tarde, cuando volvió a repetirse la experiencia del fraude en las elecciones de 1988, y emergieron los que serían posteriormente los nuevos líderes políticos del estado.

La campaña de Carlos Aranda, un empresario mucho más joven que Suárez Inda, tuvo una planeación distinta, pero no bastó para derrotar al PRI. Los reclamos de un nuevo fraude servirían para la siguiente contienda. Pero esas manifestaciones tenían a una Martha Sahagún mucho más activa, que convocaba a reuniones en su casa, en las cuales se definían actividades partidistas. A las reuniones acudían, entre otras damas de sociedad, Leticia Gamiño de Aranda, la esposa del candidato (regidora en la pasada administración del municipio de Celaya); Saluca Gallego, tía del ex dirigente nacional del PAN y actual precandidato presidencial, Felipe Calderón Hinojosa, así como Guadalupe Suárez Ponce, hija del anterior candidato Ricardo Suárez Inda, y ex diputada local en Guanajuato.

En esas reuniones, las cuatro mujeres diseñaron un programa para penetrar en las clases populares del municipio. La colonia que eligieron para aplicar sus ideas fue la Monteblanco, un caserío levantado sobre el antiguo tiradero municipal en donde el PAN nunca obtuvo un voto electoral. Monteblanco fue especial para Martha Sahagún. Fue ahí en donde aprendió el verdadero ejercicio de la política.

V

En 1991, Carlos Aranda era el presidente del Comité Municipal del partido y nuevamente es eligido como candidato. Aranda forma parte del equipo encabezado por Vicente Fox, que buscaba tomar el control político de Guanajuato. Manuel Bribiesca, que en 1988 obtuvo una de las regidurías del PAN en Celaya, también formaba parte del grupo, y pretendía ser diputado federal, igual que lo fue su padre, en Michoacán, seis años atrás. De los tres, a Aranda es al único que se le reconoce el triunfo.

Una vez que tomó posesión, su esposa Leticia Gamiño fue nombrada presidenta del DIF. Entonces invita a Guadalupe Suárez y Martha Sahagún, las amigas con quienes diseñó programas de ayuda social en la colonia Monteblanco, para que formen parte de su equipo. Guadalupe fue nombrada directora del instituto y Martha se quedó a cargo del departamento de ayuda a grupos vulnerables. El gusto les duró poco.

“Era mucho liderazgo para una dependencia como el DIF”, dice Guadalupe Suárez, sentada sobre la terraza de un café a las orillas de la Alameda, en donde comenzaron las tres su activismo político.

Para entonces, Martha Sahagún no requería de ningún cargo en la función pública para ser valorada. José Manuel Oliva Ramírez, el presidente estatal del PAN, la llamó unas semanas después para ofrecerle la Secretaría de Promoción Política de la Mujer. Oliva fue el primero de sus padrinos políticos y la dejó en la plataforma justa que necesitaba para despegar.

Si bien el partido abría las puertas a las mujeres, Celaya no había cambiado mucho. Tres años después, cuando Martha Sahagún buscó la candidatura para ir por  la presidencia municipal, no tuvo objeciones formales dentro del PAN. De hecho, la cúpula del partido, encabezada por el gobernador interino Carlos Medina Plasencia, le daba su apoyo total. Pero dentro y fuera del partido había una cantidad importante que no creía oportuna la postulación de una mujer.

Martha Sahagún emprendió la primera campaña de medios que recuerde el estado. La innovadora forma de hacer política apoyada en análisis de mercado no fueron suficientes para convencer al elector. Sin embargo, el futuro le tenía reservado algo mucho más rentable.

VI

Manuel Bribiesca era la comparsa política. Nadie pensaba en Martha sin Manuel, y viceversa.

Bribiesca era un hombre de gran carisma, similar al de Martha Sahagún, pero mucho más querido y respetado por los medios de comunicación, la clase popular y el medio rural. Su esposa era la mujer con mayor simpatía en la clase pudiente.

“Eran complemento”, resume Guadalupe Suárez.

Las encuestas, semanas antes de las elecciones de ese año, infundían confianza total: Martha Sahagún iba arriba en las preferencias del electorado, y sobre todo había permeado las colonias populares. El cierre de campaña, en donde el invitado especial era un lujo, fue apoteósico. Diego Fernández de Cevallos, el ex candidato presidencial del partido, fue testigo del enorme revuelo que cerraba ese día una campaña organizada por especialistas que habían hecho de Martha Sahagún un producto comercial.

“A nadie le quedaban dudas: Martha sería la triunfadora”, dice la ex diputada.

Martha Sahagún es descrita desde entonces como una mujer dueña de un autocontrol impresionante. La derrota, dice Bribiesca, le dolió profundamente. Pero, salvo él que lo dice, nadie lo notó jamás. A las cuatro de la mañana del día siguiente, con el cómputo de un considerable porcentaje de boletas, Martha Sahagún convocó a una rueda de prensa. El resultado era inobjetable, y decidió que era tiempo de irse a descansar. Eso mismo pidió a su equipo y para ello, más que para otra cosa, era su enfrentamiento con los periodistas. Aceptó la derrota antes que el partido mismo. Se le vio serena, tranquila, resignada.

“El que perdió el control fue Manuel. Fue él quien se puso histérico y buscó culpables entre los dirigentes del partido. Fue quien lloró desconsolado, mientras Martha permanecía ecuánime”, recuerda Guadalupe Suárez.

La derrota había sido dolorosa: dos de cada tres votos fueron para Leopoldo Almansa Mosqueda, el candidato del PRI. Esta vez, desde 1985, el PAN carecía de argumentos para reclamar un fraude. Unas semanas después de las elecciones, Martha Sahagún  reapareció con nuevos bríos. Su actividad se volvió frenética, como siempre desde que se metió a la política.

VII

Vicente Fox la había conocido seis años atrás. En 1991, cuando Manuel Bribiesca buscó la diputación y Fox la gubernaura, habían tenido pláticas suficientes como para conocerse más allá de lo elemental. Desde entonces las reuniones de trabajo de Vicente Fox se efectuaban en casa de los Bribiesca. Así que el llamado en 1995 para que fuera coordinara regional de la segunda campaña por la gubernatura, no sorprendió a nadie. Martha Sahagún tomó en serio su nueva misión y se entregó por completo a las actividades en busca del voto para Fox. Otra vez, como cuatro años antes, las reuniones de trabajo se efectuaban en la casa familiar de Ascarateo y Chamizal.

Fox se alzó con el triunfo. Todos pensaron que con ello Martha Sahagún tendría casi segura la presidencia estatal del DIF. Su pasado activo en colonias populares le daba una calificación superior a cualquiera que estuviera en el mismo horizonte. Pero no. Fox le ofreció la Dirección de Comunicación Social, un cargo que nunca esperó y para el que carecía de total experiencia. Durante medio año los medios fueron implacables. Se la comieron viva. Sin embargo, la misma actitud que le funcionó toda la vida, venció la resistencia de los periodistas. Basándose en un trato amable, pronto los tuvo rendidos.

“Es una persona que sabe ganarse a la gente, muy amable y siempre dispuesta”, dice Alejandro Torres, el jefe de información de El Heraldo de Celaya, a quien Martha Sahagún prometió bautizarle uno de sus hijos.

La forma en que Martha complementó sus conocimientos políticos, de relaciones humanas y de periodismo no es secreta. Leía y tomaba cuanto curso se impartía, lo mismo en Guanajuato, que en Guadalajara y el Distrito Federal. Consumía esos tomos casi con la misma intensidad que los textos de Santa Teresa y los libros de superación personal que tanto le gustan.

Es probable que en ellos haya encontrado también la manera de salir del entorno en que vivió. Como cualquier mujer que militaba en el PAN, Martha Sahagún quedó encantada por Vicente Fox. Pero nadie más se tomó las cosas en serio.

“Muchos veíamos venir algo”, dice Rosalba Montiel Soto, la antigua cronista de sociales en El Sol del Bajío.

“En realidad no fue una sorpresa, sino un proceso lógico”, dice a su vez Guadalupe Suárez, con quien Martha Sahagún comparte algo más que el inicio de su trayectoria política: La hija de Ricardo Suárez Inda disolvió un matrimonio también de 27 años, porque su esposo no soportó la idea de que fuera diputada, a pesar de que él presidía el Comité Municipal del partido.

En Celaya, igual que en todo el Bajío, las mujeres suelen todavía pedir permiso a sus maridos. Manuel Bribiesca dice que Martha Sahagún tuvo el suyo.

“Creo que fuimos promotores de todo esto. El hecho de que le hayamos dado la libertad (…) Aquí todavía se utiliza el permiso para que se vaya a algún lado a trabajar y, bueno, se le dio esa oportunidad de crecer y crecer más. Y se fue”.

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