Una radiografía de la “delincuencia oficial” en el millonario negocio de los vehículos ilegales en nuestro país, donde la procesión en los cruces internacionales define las reglas del juego a pesar de los intereses encontrados.

REPORTAJE ESPECIAL
 
Los pasos de Carlos Simón Villar parecen más lentos en medio del delirante remate de carros. Lleva en sus manos una bolsa con palomitas de maíz de la que come pausadamente, mientras en torno a él la puja se vuelve furiosa: Un flamante Mustang rojo del 2003 que inició subastándose en mil dólares ha salido en venta por 7 mil 500, medio minutos después de entrar a la pista.

“No es un carro que me interese”, dice Villar, quien tiene fama de ser un comprador sagaz. “Ahorita llegan los míos, los que puedo comprar”.

El presidente de la Unión de Comerciantes de Vehículos Usados de Ciudad Juárez es un duende que ronda ocasionalmente por El Paso Auto Auction, el sitio más próximo en el que decenas de compradores mexicanos acuden por una parte de los 12 millones de automóviles desechados anualmente en los Estados Unidos.

Lo que espera Villar es lo opuesto al Mustang de 86 mil pesos. En los patios del centro reposan camionetas deslucidas cuyo valor final apenas sobrepasará los 300 dólares. Es lo que éste hombre, egresado hace tres décadas de la Universidad de Chapingo, escruta hasta calcular la arista del negocio.

“Ya viste lo que me llevo: Carros baratos a los que si acaso les sacaré unos mil dólares”, dice concediendo a sus palabras el mismo bajo perfil de su atuendo de mezclilla, tenis y chaqueta de algodón.

Las camionetas han entrado a pista hacia final del día. El remate que abrió a las 09.30 horas está por concluir cuando el reloj marca la una de la tarde. Entonces las compras realizadas por Villar y otra veintena de mexicanos dan comienzo al frenético mercado que traslada sus condiciones de venta al otro lado de la frontera, el territorio en el que, dicen las autoridades, 2.5 millones de carros sin documentos forman parte del total de los 13.8 millones que circulan en el país.

Apenas salidas del remate, las camionetas y el resto de los carros de los comerciantes mexicanos activan también uno de los pilares de la economía fronteriza, y constituyen al mismo tiempo una parte del alimento que nutre el apetito voraz de quienes son parte de la “delincuencia oficial”, un término acuñado por Villar para referirse al corrupto sistema mexicano.

La puja en el remate de El Paso, dotado de tres carriles y una venta promedio de 250 automóviles en subastas de cuatro horas, es pequeña. Los grandes mercados operan en ciudades alejadas como Denver, Atlanta, Minneapolis o Chicago en donde suelen comprarse en jornadas similares hasta 3 mil 500 vehículos que se ofrecen de manera simultánea sobre 35 carrilles.

De un extremo a otro, los auction que operan en los Estados Unidos son fuente inagotable de vehículos para clientes diseminados en territorio mexicano. Son el producto adquirido al final por una clientela en su mayoría precaria, que cierra el círculo de un maridaje corrompido, al que entran en juego intereses de grandes empresarios, políticos y gobernantes.

“Claro que en torno a este problema se tejen intereses poderosos”, dice Jeffrey Jones, el presidente de la Comisión de Asuntos Fronterizos del Senado de la República. “Por eso creo que mientras no haya soluciones de fondo, como adelantar la apertura de la frontera a los carros usados y cambiar los filtros de control que hoy tiene la Aduana, el problema seguirá igual”.

PROCESIONES SILENCIOSAS

Muy lejos de la Ciudad de México, en donde los diputados promueven una iniciativa de Ley que pretende incorporar el orden al comercio ilegal de autos, Juan Carlos Velasco aguarda pacientemente la salida de los carros que deberá trasladar de Alburquerque, en Nuevo México, hasta Ciudad Juárez. Esa noche espera cobrar 120 dólares por conducir una pick up de cabina y media que jalará a un segundo vehículo, durante 430 kilómetros.

“Quisiera irme hoy mismo, para tener chanza de regresar y aventarme otro jalecito esta misma semana”, dice.

Velasco platica con avidez, pues lleva horas sin hacerlo. En el Alburquerque Auto Auction muy pocos hablan español, y el ingreso a la subasta está prohibido para quienes no son comerciantes. Así que está solo la mayor parte del tiempo.  A sus 29 años es un viejo lobo de mar en las aguas de los carros chocolate, pero le falta el idioma para entrar al nutrido círculo de compradores. Él quiere ser jefe, también.

Calza unas botas viejas, unos jeans negros y se cubre del frío con una chamarra ocre, manchada de mugre. Actúa con timidez. Ser blanco de piel y tener ojos claros hace que lo confundan con un gringo, y siente vergüenza por no comprender lo que le dicen. En la bolsa de su chamarra carga una pequeña grabadora. Tiene la idea de grabar a los subastadores, que gritan como locutores exaltados en la recta final de una carrera de caballos.

“Conque entienda lo que dicen, puedo aventarme al ruedo”, confía.

En Juárez tiene una amiga que habla inglés. A ella es a quien le pedirá ayuda para descifrar el lenguaje atropellado de los cantadores. Su método puede sonar absurdo, pero esa forma de descifrar el mundillo en el que se mueve le ha funcionado perfectamente hasta hoy.

Velasco se inició primero como pasador de carros en una comercializadora. Su trabajo era llevar de Ciudad Juárez a El Paso autos internados de manera ilegal a territorio mexicano, cuando sus dueños habían decidido regularizarlos. Les sobreponía placas fronterizas, los conducía hacia el otro lado y esperaba a la conclusión de los trámites para luego conducirlo de vuelta al lado mexicano.

En un día de suerte podía cruzar hasta cuatro automóviles. Por cada uno se le pagaban 500 pesos. Pero habían días malos, o lo que es peor, malas temporadas.

“Decidí independizarme”, dice. “Así que me propuse aprender el negocio y luego me fui solo a los estacionamientos de El Paso, en donde la gente me contrataba para que yo les ayudara con la importación del carro”.

Hace un par de años comenzó a tobarear. El remolque de autos le reditúa lo mismo que sus dos trabajos anteriores, pero le concede la oportunidad de llegar a la punta de la pirámide. Hasta hoy, quienes compran carros en los remates de Atlanta, Denver, Kansas y Nebraska lo buscan por eficiente, aunque no tenga licencia de manejo.

“Ya sé cómo corre el agua. Sé a dónde ir, qué comprar, a quién contratar para que arrastre los carros, y también cómo cruzarlos por la frontera”, dice con emoción.  “Ya nada más el inglés”.

La lucha de Velasco no es única, y mucho menos novedosa. Junto a él, en ese y otros centros de remate, centenares de mexicanos venden sus servicios como remolcadores y buscan, algunos, pasarse al negocio directo de la venta. Se alientan con historias de los viejos comerciantes que obtienen ganancias de al menos mil dólares semanales y que como ellos, comenzaron desde abajo.

Mientras logran colarse hasta esa esfera, descuelgan sin pausas con mancuernas de autos hasta la frontera. En su travesía por Estados Unidos son cuidadosos. Siguen todas las reglas. Van de legales. Pero las condiciones se transforman radicalmente apenas confrontan al sistema mexicano.

ABIERTOS DESAFÍOS

El ruido que provocan los motores del clima artificial es lo único que perturba el silencio en la oficina de Javier Ignacio Salazar Mariscal. El administrador de la Aduana Fronteriza de Ciudad Juárez opera sin alteraciones aparentes.

“Ahorita pasa un fenómeno muy curioso: En este momento no están pasando vehículos irregulares. En este momento está completamente cerrada –como siempre debió haber estado- la Aduana”, dice el día posterior a los remates en El Paso, Alburquerque y Denver.

Tres semanas antes, el silencioso espacio donde despacha Salazar fue roto de manera violenta. Un par de comerciantes de autos chuecos fue a reclamarle el decomiso de un vehículo que intentaron traer a la ciudad con un pasador. Hubo gritos e insultos, y al final, dicen los vendedores, un recrudecimiento en las relaciones que pudieran existir con la dependencia.

“Por ahí he oído comentarios de que se están quejando los que estaban pasando, de que ya no los dejan pasar”, dice el administrador, como quien desconoce los hechos. “Estamos sobre nuestra gente, sobre nuestros policías para que no se dejen sobornar”.

Desde enero, la dependencia ha decomisado mil 559 vehículos irregulares. A excepción de 149, el resto de los automóviles fueron retenidos en los puentes internacionales. Más allá de suspicacias, la cifra da una idea del contrabando que existe. En promedio se han decomisado casi cinco carros por día, una cantidad muy inferior a la que según los mismos comerciantes, cruzan en realidad.

La cifra que dictan los vendedores no varía mucho a la del administrador. Salazar dice que los decomisos corresponden a menos del 15 por ciento del total de cruces, y los comerciantes estiman que cada semana introducen unos mil 500 carros.

La detención de automóviles no guarda misterios. Corresponden a las revisiones obligadas que realizan los agentes cuando la luz del semáforo fiscal se pone en rojo.
Tampoco la manera en que se introduce un gran porcentaje de esas unidades reserva secretos, ni en la frontera ni en el resto del país. El mismo Salazar reconoce que hay cuotas establecidas.

“Tengo entendido que por 50 dólares un pasador trae el vehículo”, dice. 

El problema radica en la Ley, según sus argumentos.

“¿Qué pasa con los vehículos? Bueno, aquí lo interesante sería verlo desde el punto de vista jurídico. Textualmente, la Ley dice lo siguiente: ‘Los vehículos propiedad de residentes en el extranjero podrán circular dentro de una franja de 20 kilómetros, paralela a la línea divisoria internacional en la región fronteriza, siempre que cuenten con placas extranjeras vigentes y se encuentre un residente extranjero a bordo del mismo”.

Lo que estipula la Ley facilita las maniobras no sólo de los comerciantes sino de los funcionarios corruptos.

Juan Carlos Velasco, el remolcador que las horas previas aguardaba por vehículos en el centro de remates de Alburquerque, no sabe la existencia de ese artículo de la Ley, pero entiende que cruzar automóviles sin un ciudadano o residente a bordo le cuesta un decomiso. Una pérdida total.

“La Aduana sólo tiene un control sobre un 10 ó 15 por ciento de los cruces, así que lo que hacen los que venden carros es contratarse a un pasador que les cobra 40 dólares”, explica.

Todos los vendedores manejan un surtido de placas para sobreponerlas en los vehículos que cruzan. No hay mayor ciencia: Sólo procuran que sean emitidas por los estados de Texas y Nuevo México, para no levantar sospechas. Es la forma en la que reducen al mínimo el desembolso para un soborno, y dejan los arreglos para aquellas unidades dañadas. Es decir, las que entrañan mayor riesgo al momento del cruce.

Aquí, de nueva cuenta la Ley permite arreglos.
“Con los vehículos chocados, el mismo artículo de la Ley permite traerlo para que se arregle”, dice Salazar.

Es el hueco que se deja para taparlo con dinero.
En una de las paredes, a la entrada del Alburquerque Auto Auction, lucen varios reconocimientos que han dado los grandes fabricantes de automóviles estadounidenses a ese negocio. Uno de ellos, fechado el 6 de marzo de 1991, pertenece a la Ford. Fue concedido porque rompieron un récord al vender unidades de esa marca hasta alcanzar los 7 millones 67 mil dólares.

Muchos de esos carros encontraron destino final en México.
La forma en cómo se reparten es relativamente simple, según Velasco: Las unidades más baratas se quedan en la frontera y el resto va hacia los tianguis del interior del país.

Sin embargo, el estrago mayor es absorbido por la frontera.
Ciudades como Juárez, Tijuana, Mexicali y Nuevo Laredo mantienen una proporción de un vehículo por cada tres habitantes, casi el doble que la Ciudad de México, y el parque aumenta cada año de manera desproporcionada.

“La cantidad de vehículos usados de procedencia extranjera se ha disparado notablemente en los últimos años. Se estima que estos niveles alcanzan más del 10 por ciento del parque vehicular total del país, calculándose en 2 millones el número de vehículos irregulares”, dice Gonzalo Bravo, el coordinador de Relaciones Gubernamentales de la Comisión de Cooperación Ecológica Fronteriza (Cocef).

Según Bravo, tan sólo a Ciudad Juárez ingresan unos 42 mil carros usados cada año. De los 356 mil que fueron censados en 2001, la ciudad ahora aloja 450 mil vehículos.

“Esto contribuye a la generación de contaminantes atmosféricos, al aumento en el número de llantas de desecho, baterías, aceites y emisiones de gases refrigerantes”, explica. “La elevada demanda de este tipo de vehículos ha convertido a México en un gran nicho de mercado para los autos que en Estados Unidos tienen el carácter de desecho”.

Carlos Simón Villar, el presidente de la Unión de Comerciantes de Vehículos Usados cree que hay demasiados absurdos en la Ley, y juicios bastante errados entre quienes asesoran a los altos ejecutivos del Estado.

“No necesariamente un carro viejo contamina. Por eso hace falta saber y ver las cosas en la calle. Hay carros nuevos que contaminan el ambiente y modelos antiguos que son una belleza”, dice.

Las camionetas que compró en el remate son poco atractivas, un par de GMC. No son tan viejas como supone la carrocería. Ambas son posteriores a 1992. Pero lo que cuenta es el motor, dice Villar. Las dos sufrirán modificaciones sustanciales antes de ponerse en venta. Ése debe ser el negocio. O al menos el que buscan los comerciantes como él: Comprar, arreglar, vender.
“Los gringos son muy prácticos. Ellos simplemente dejan trabajar y si cometes una infracción, te multan pero no te quitan la mercancía. En México es todo lo contrario: Nada más buscan la manera de chingarte con el dinero y la mercancía. Y ve, lo que existe en un mercado ilegal que no tiene fin. Una serie de razonamientos sin sentido”.

Por admin

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