Pocas cosas son tan cuestionadas como el interés personal. Interés es una palabra con múltiples acepciones, cuya definición principal implica provecho, utilidad o ganancia. El término interés es muy utilizado en economía y usualmente no tiene una connotación negativa; sin embargo, en política sí, e incluso peyorativa.
 
El interés personal en política es usualmente considerado como ilegítimo o incluso despreciable. Sin embargo, no todo interés es perverso y no toda persona interesada es necesariamente negativa para el desarrollo de las instituciones.

La palabra interés proviene del latín interesse, que significa importar. Esta raíz no dice nada si no se desglosa en sus componentes básicos -el inter y el esse-, con lo que tenemos la mejor definición etimológica: interés es lo que está en medio de.

Al hablar de intereses personales usualmente nos referimos a posiciones ideológicas, motivos, proyectos, anhelos y perspectivas que están entre unas personas y otras. Esto que está en medio no necesariamente es negativo: puede dividir o confrontar pero también puede unificar y vincular. Sin embargo, cuando los intereses son egoístas, mezquinos y perversos difícilmente vinculan y sí generan divisiones.

Todo interés comienza por ser la mera intención o pretensión de lograr algo. Los intereses motivan, generan ideas y acciones. El problema no consiste en tener intereses sino, y sobre todo, en la moralidad y la adecuada ordenación de los mismos. La cuestión de fondo es definir un orden que permita valorar los diversos intereses para ubicarlos en su justa dimensión.

El principio de orden
En política, los intereses se deben jerarquizar en función de su posible impacto en las personas, las instituciones o la nación. Esto implica una jerarquía en la que unos intereses son superiores y otros inferiores.

El orden de los intereses es similar al orden que Aristóteles estableció para las comunidades (koinonías). Según Aristóteles, la comunidad más perfecta es la que aspira al mayor de los bienes, esta comunidad es el Estado actual.

Las comunidades básicas son ciertamente anteriores al Estado desde el punto de vista del tiempo, pero no lo son en orden al mayor perfeccionamiento de las personas: la persona humana sólo se puede perfeccionar si hay una comunidad superior, con autoridades que gestionen el bien común.

Es necesario establecer un orden en las comunidades básicas: de la comunidad menos compleja y que atiende de manera predominante a necesidades cotidianas (alimento, vivienda, vestido), a la más compleja. Este orden va de la comunidad familiar a la cuadra, el barrio, la colonia, el municipio, el estado de la federación, hasta llegar a la cúspide que representa la República.

Así, el interés de las personas se debe subordinar al interés superior de la familia. Todos somos parte de una familia: vinculada por lazos consanguíneos o conformada por familiares a los que hemos elegido, o sea, por amigos.

Cada persona es como todas, como algunas y como ninguna otra: somos todos parte de una gran familia humana, de una auténtica comunidad planetaria en plena formación, pero también somos habitantes de determinados países y, desde luego, somos únicos e irrepetibles.

Lo que nos vincula, en primera instancia, es ser personas como todos los habitantes de este planeta y compartir con todos nuestra humana dignidad. Aquí es donde radica el gran interés por el mayor desarrollo de las naciones. Este desarrollo exige que las personas subordinen sus intereses personales en aras de intereses superiores.

La persona humana es grandiosa, incluso portentosa, pero en su individua-lidad; no debe destrozar el orden fami-liar: el interés de uno no puede preva-lecer sobre el interés de la familia. De manera similar, el interés de una familia no puede ser superior al del municipio y el del municipio al del estado y éste al interés nacional. Pero en materia de práctica política, el bien es superior al interés. ¿Por qué?

La prioridad del bien
El bien, decía Aristóteles, es a lo que todos aspiramos. El bien es superior al interés y a él se subordina: detrás de la búsqueda del bien están los intereses diversos, o sea, las diversas formas de buscar el bien. Aquí es donde se dan las mayores diferencias, ya que si bien muchos aspiran a ciertos bienes concretos, el consenso respecto a los medios adecuados para lograr el bien común es conflictivo en toda democracia.

Sin embargo, los medios se deben ordenar al bien. La prudencia, la gran virtud de los políticos, es la reina que impera y dicta la forma adecuada de llegar al bien que se busca.

En el debate político, lo que se pone sobre la mesa son proyectos diversos que probablemente, si se llevan a cabo, generen ciertos bienes. Es aquí donde la prudencia gubernativa no sólo es requerida sino incluso exigida, porque el fin, por más bueno y honesto que sea, no justificará nunca el uso de medios perversos.

El gran problema de la política es definir con precisión el bien al que se aspira y luego discernir los medios a-decuados que conducen a su realización; el debate y consenso en torno a estos asuntos es la médula de la política democrática.

Sin embargo, en la democracia no siempre predomina el bien común; en muchas ocasiones se anteponen a él los intereses de grupos, partidos o personas.

Desafortunadamente, la perversidad en las acciones comienza ya desde la perversidad en las intenciones.
El rasgo distintivo de Acción Nacional y el espíritu que lo ha animado a lo largo de su historia ha sido la subordinación de los intereses particulares en aras del bien común. Esto ha llevado a decisiones que no necesariamente han favorecido al Partido, pero que han repercutido en mayores bienes para México.

Parafraseando a Aristóteles, pode-mos decir: “Es apetecible conseguir el bien para uno solo, pero es mucho más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo”.

Por admin

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *