En México circulan 40 millones de tarjetas, 77 por ciento de las cuales son de débito. Es una cantidad sin precedentes en el país. Pero los bancos quieren más. Por eso han anunciado inversiones por 600 millones de pesos para dotar de terminales que permitan el pago con plástico en establecimientos pequeños. ¿Cómo será el futuro? Los analistas predicen pesadillas para millones de mexicanos, cuya noción para el uso de este documento es todavía escasa.

Las principales instituciones bancarias que operan en México aumentaron sus campañas de adhesión para hacerse de nuevos tarjeta habientes y este mismo año anunciaron inversiones millonarias en maniobras que paulatinamente harán del plástico un instrumento indispensable.

El propósito de dotar a microempresas y estaciones de gasolina con sistemas que permitan el pago con tarjetas de débito o crédito, puede culminar un sueño largamente acariciado por la banca y convertirse a la vez en una pesadilla para millones de mexicanos, de acuerdo a algunos expertos.

“El uso de crédito es indispensable al sistema económico moderno, cuya savia es el sistema financiero. Tener crédito significa una ventaja para los agentes económicos, lo cual permite explorar oportunidades para crecer y desarrollarse, así como para hacer frente a eventualidades”, dice Pedro Flores, maestro en economía de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Pero, advierte, “el crédito tiene su lado pernicioso, puesto que el manejo irresponsable de este instrumento bancario suele complicar la estabilidad financiera de los individuos y ponerla en riesgo”.

La causa para que esa transición hacia la modernidad del sistema financiero repercuta negativamente en los usuarios radica en la ausencia de mecanismos comprensibles para la mayoría, y también en condiciones sociales que dificultan asumir con responsabilidad el ejercicio y pago de capitales prestados.

Si el riesgo que se maneja es consecuente con la economía del usuario, dice el especialista, no tendría porque haber problemas de moratorias o repudios, y el crédito tampoco sería tan caro. Sin embargo, en un país en donde las posibilidades de ahorro son escasas, las oportunidades de crédito entrañan riesgo.

Con todo y la enorme probabilidad de ausencia de pagos, los bancos avanzan con rapidez en sus estrategias para captar nuevos usuarios del plástico. La razón es tan simple como reveladora: la subsistencia del sistema depende casi en exclusiva de los intereses generados por el uso de tarjetas de crédito y de las comisiones por el retiro de dinero de cajeros automáticos y el manejo de cuenta.

Es tal la rentabilidad, que los principales bancos del país volvieron menos rígidos sus requisitos para expedir tarjetas de crédito entre el grueso de la población, aquella cuyos ingresos mensuales se encuentran por debajo de los siete mil pesos. La intención, ha dicho la banca misma, es la de multiplicar el mercado y aumentar ganancias.

Lo mismo por llamadas telefónicas a domicilio que mediante módulos instalados en centros comerciales, los bancos están a la caza de tarjeta habientes. Es una maniobra agresiva que de inmediato arrojó cifras impresionantes. Hasta la mitad de 2005, el Banco de México dijo que en el país circulaban 15 millones de tarjetas de crédito, mucho más que las seis millones 300 mil expedidas entre 1995 y 2001.

“No debe perderse de vista jamás que aquí, el único que gana, es el banco”, dice Erick Mogollón, un abogado cuyo historial de confrontaciones con las instituciones de crédito data desde 1994, cuando la crisis de aquel año volvió impagables las deudas con el sistema y condujo al más oneroso y cuestionable rescate de instituciones privadas que haya realizado jamás el gobierno mexicano.

“Con el puro manejo de cuenta anual y el jineteo del dinero que se produce con las tarjetas de débito, aunque sea poquito, o con el cobro de comisión por verificar estados de cuenta en los cajeros o el retiro de dinero, los bancos tienen suficiente, por volumen, para subsistir sin riesgo alguno”, explica.

Las tarjetas de crédito, dice Mogollón, deben analizarse por separado puesto que el cobro de intereses sobre saldos vencidos esboza un delito. “Los bancos cobran interés sobre interés y con ello incurren en Anatosismo, y por eso las deudas con tarjeta de crédito pueden llegar a ser incobrables. Pero eso no importa: para entonces, ya ganaron suficiente”.

El abogado se refiere a una jurisprudencia dictada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que establece que los intereses vencidos no pagados no devengarán intereses, pero que al mismo tiempo introduce un acto aparentemente contradictorio, al permitir que los contratantes (en este caso la banca) pueden capitalizarlos.

Al final, dice Mogollón, los bancos difícilmente acuden a un juicio porque entonces deberán rendir informes detallados sobre estados de cuenta, y con ello revelarán la comisión de la falta. Lo que queda entonces, más allá de la guerra psicológica que emprenden en contra del usuario y la denuncia ante el Buró de Crédito, es la ganancia que deja el uso de tarjetas de débito.

Señalamientos como estos esporádicamente obtienen respuesta de las instituciones. Por siempre, los bancos han conferido toda responsabilidad discursiva a la Asociación de Bancos de México, en donde la información se orienta más hacia el potencial de crecimiento por colocación de plásticos y no por repercusiones en el sentido indicado por los críticos.

“Hoy la banca cuenta con información y herramientas como el buró de crédito y métodos estadísticos, así como la experiencia, lo cual permite ofrecer financiamiento con tranquilidad y con control sobre cartera vencida”, dijo recientemente sobre el tema Marcos Martínez Gavica, el presidente de la ABM.

El ejercicio de cobros por comisión y manejo de cuenta en ese tipo de documentos guarda entonces equilibrios que permiten garantías absolutas para la banca, un elemento que hasta hoy le conduce a realidades nunca vistas desde hace más de una década.

Pocos años atrás, las utilidades se obtenían mediante intereses crediticios, pero eso fue sustituido con el lanzamiento de tarjetas de débito, dice Jorge del Valle Cosío, el delegado local de la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef).

La competencia en un libre mercado permite a los bancos establecer comisiones que convienen a sus metas. Es decir, explica Del Valle, que el gobierno no es quien regula las tasas de interés ni el monto de cobros por consultas, manejo o retiro de efectivo.

“Vivimos en una economía de libre mercado, de oferta y demanda, en la que el gobierno no interviene para dictar cuáles son las tasas legales. Lo que sí buscamos es que haya competencia real e información a través de cuadros comparativos que se publiquen en los diarios principales”, dice.

Se trata de un mecanismo que hasta cierto punto, según el funcionario, ha sensibilizado a la banca. Pero en los hechos, el problema es la ignorancia de millones de mexicanos que se rigen ya por los dictados del plástico, y los métodos de franca ventaja que, dicen especialistas, ejerce el sistema financiero para su provecho.

DINAMITA EN LAS MANOS

Si bien en Chihuahua la banca no ha ganado desde 1993 un solo juicio contra clientes que se negaron a saldar deudas, las tarjetas de crédito son un petardo. Una mayoría de mexicanos ejerce gastos sin control de su economía, y ello ha redundado en moras incontables.

“Las tarjetas de crédito son peligrosas”, dice el delegado de la Condusef. “Son útiles para reservar un carro o una habitación de hotel, inclusive para si hay una oferta por ahí y no contamos con dinero en ese momento. Pero la recomendación es que se compre y se pague antes de la fecha de cierre de la tarjeta para que no se paguen los altísimos intereses que imponen los bancos, porque entonces se vuelven un gran peligro”.

En la oficina de Del Valle al menos 70 por ciento de las quejas son de usuarios de tarjetas de crédito. De ellos, la mayoría aduce cargos indebidos o cobros a la tarjeta que el banco no reconoce.

La clonación de tarjetas es una práctica común, y las confrontaciones entre cliente y banco suelen ganarse más que nada por agotamiento de alguna de las partes. Con la capacidad a su favor, algunas instituciones emprendieron hace tiempo una campaña para colocar en el mercado plásticos inviolables que de inmediato les hizo ganar clientes. Pero los resultados no son del todo impecables.

En 2003, el consultor de empresas Marlek Contreras decidió obtener una tarjeta de crédito expedida por Santander-Serfín. Decidió hacerlo, dice, porque era la única en el mercado que ofrecía seguridad contra la clonación mediante la incorporación de un chip. Pero el 18 de septiembre de ese año, a pocas semanas de adquirirla, la tarjeta le fue rechazada por exceder la línea de crédito. El plástico había sido clonado.

Contreras levantó un reporte ante el banco y llevó una carta de No reconocimiento de cargos, pero jamás le fue sellada por el funcionario que la recibió. Eso permitió a la institución un alegato de informalidad que le excluyó de responsabilidades y por tanto mantuvo los cobros al cliente.

“Dejé de hacer mis pagos y me dirigí a la Condusef”, dice Contreras. “Durante varias sesiones ellos mediaron entre el banco y yo, pero nunca llegamos a un acuerdo: ellos no pueden comprobar que los cargos en mi tarjeta los hice yo, y a la vez no puedo demandarlos por difamación, aunque sigo argumentando que la tarjeta que me vendieron no era inclonable, puesto que el chip no funciona”.

Hasta hoy, Santander sigue cobrando a Contreras mediante despachos de abogados.

“No estoy dispuesto a pagar ni un solo céntimo”, concluye. “Mi deuda ya está liquidada y los intereses que vayan acumulándose son producto de la imaginación bancaria, quien no tuvo la capacidad para detectar las anomalías de estas compras”.

Hay miles en la misma condición. Tan sólo en el 2004, la Condusef  reportó que esas anomalías generaron tres mil 200 quejas. Pero ahí no se detienen las cosas. Con la finalidad de cobrar lo más que se pueda, los bancos rayan en lo alevoso, según el abogado Erick Mogollón.

“En cualquier condición el banco toma ventaja. Inclusive cuando se extralimita el pago a la tarjeta y eso deja un fondo de ahorro, el cliente nunca recibirá más del dos por ciento de interés anual, cuando el banco cobra más de un 20 por ciento de interés cada año al poseedor de esa misma tarjeta siempre que la usa. Eso es usura triple”.

Contreras ha padecido lo que Mogollón bautiza como “terror psicológico”. Cada día, ya sea de madrugada o de día y noche, recibe llamadas telefónicas para recordarle que debe pagar al banco o de lo contrario se hará sujeto a penalidades. No hay defensa legal contra ello y tampoco en contra del acoso de las instituciones a la hora de buscar tarjeta habientes nuevos.

Mogollón sospecha que toda la banca adquiere de manera indebida los datos personales de millones de trabajadores, que en algún momento llenan formas para obtener otros créditos en mueblerías o tiendas departamentales. “Compran padrones enteros, y eso no debe extrañarnos, pues los listados del mismo IFE fueron vendidos en Estados Unidos”, dice.

Lo que es incuestionable, es que se busca a clientes con un perfil definido: aquellos que son consumidores y que prolongan con ello sus deudas con el banco.

“Las personas que saben utilizar una tarjeta de crédito sin duda se benefician, y a las instituciones no les gustan ese tipo de usuarios”, dice Jorge del Valle Cosío, el delegado de la Condusef. “Es en esta condición que el usuario se aprovecha de la tarjeta y no al revés. Pero si alguien la utiliza para financiarse, para comprar un automóvil, por ejemplo, es terrible: cae en un agujero negro del que no se sale”.

BAJO EL REINO DEL PLÁSTICO

Las advertencias no sobran. Este año los bancos lograron que el Sistema de Administración Tributaria estableciera como obligatorio el pago electrónico o con cheques a quienes deseen deducir el IVA al comprar gasolina. Si bien la práctica se ha extendido unos meses, es ineludible. Y un gran negocio.

Las ganancias que obtendrán los banco, calcula Félix Carvajal Juárez, el presidente de la Asociación Nacional de Gasolineras, serán tan sólo en la zona metropolitana del valle de México, superiores a los 691 millones de pesos anuales. Y en caso de que los pagos se realicen con tarjetas de crédito, aumentarían a 960 millones.

De acuerdo con datos de la Condusef, en el país circulan alrededor de 40 millones de tarjetas, 77 por ciento de las cuáles son de débito. Cálculos de la ABM dicen que la cantidad de trabajadores cuyos ingresos mensuales van de tres mil a siete mil pesos asciende a unos cuatro y medio millones. Y los del rango inferior, con salarios de hasta dos mil 700 pesos mensuales, alcanzan los 15.4 millones de individuos.

“Los mejores clientes de la banca son los que van a venir. El mexicano que gana entre 2 mil 700 y 6 mil 800 pesos al mes resulta ser particularmente honrado”, dijo un par de semanas atrás el presidente de la Asociación, cuando habló de flexibilizar los requisitos para la obtención de plásticos.

Lo que se pretende, además de llenar de tarjetas el mercado, es inducir a su uso. El consumo con tarjetas de débito es todavía muy bajo en México, con apenas el dos por ciento del total. De 149 millones de transacciones con tarjeta registradas en el 2004, un 88 por ciento fue para obtener dinero de cajeros automáticos.

Por eso los bancos han emprendido estrategias muy concretas y favorables para ellos. En los próximos cinco años, invertirán unos mil 600 millones de pesos para dotar con una Terminal de Punto de Venta a 300 mil pequeños establecimientos comerciales, que se sumarán a los 170 mil que ya operan con el sistema.

Según el INEGI, en el país existen dos millones 300 mil microcomercios, lo que abre posibilidades inmensas a la banca, que en lo sucesivo buscará que un número mayor de compradores utilice sus tarjetas, ya sea de débito o crédito.

Es un negocio fabuloso: el puro cobro de intereses durante 2004 fue de 62 mil 853 millones de pesos, lo que significó el 35.7 por ciento de los recursos obtenidos por la banca.

“El sistema financiero mexicano, en su afán por subsistir, ha explotado nuevos nichos de mercado ampliando su cartera de clientes hacia aquellos que tienen un nivel precario de ingresos, con lo que buscan ampliar su mercado y obtener mayores rendimientos de escala”, dice Pedro Flores, el maestro en economía de la UACJ.

“La subsistencia del sistema bancario mexicano en realidad depende de su integración al sistema financiero global, cuyo reto es integrar al mayor número de usuarios a la red electrónica global de pagos, la cual es sin duda la revolución de mayor escala en la historia del dinero”.

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