…Ramas crujientes suenan como cascabeles al ser removidas por el paso de una lagartija fugaz o de una liebre en busca de la sombra protectora. Ambas son presas de serpientes y aves de rapiña que disputan la supremacía y con ello cierran el círculo de supervivencia que ha marcado cada una de las etapas evolutivas de la vida animal.

Bajo el sol calcinante de las cuatro de la tarde, el viento magnifica la sensación de vacío en el interminable valle del ejido Rincón Colorado, el municipio de General Cepeda, al sur de Coahuila. Una vasta llanura poblada de cactáceas diminutas marca el único contraste con la cadena de montañas grises que se pierden en el horizonte del azul desvanecido del cielo.

Una vez acostumbrado el oído a las fuertes corrientes de aire, emergen otros sonidos que dan paso al descubrimiento de la fauna que habita en estas tierras deshidratadas. Ramas crujientes suenan como cascabeles al ser removidas por el paso de una lagartija fugaz o de una liebre en busca de la sombra protectora. Ambas son presas de serpientes y aves de rapiña que disputan la supremacía y con ello cierran el círculo de supervivencia que ha marcado cada una de las etapas evolutivas de la vida animal.

Pero 70 millones de años atrás el panorama era muy distinto. Esa parte del desierto de Coahuila, una de las regiones menos hospitalarias del planeta, fue un paraíso en el que la vegetación era exuberante gracias a los ríos y lagunas de agua dulce y a los mares que la rodeaban. En esa península enorme del Cretácico superior, habitaron cocodrilos, tortugas, reptiles voladores y dinosaurios que desafiaban la muerte cada día.

Fue una era en la que manadas de hasta 4º individuos se desplazaban estremeciendo la tierra en busca de alimento, algo que abundaba en casi todo el territorio que hoy ocupa el estado. Hermosos campos cubiertos de flores parecidas a las actuales “aves del paraíso” fueron la guía en las maratónicas procesiones que solían efectuar algunos de esos gigantes desde lo que ahora es Canadá.

Igual que hoy hacen las liebres y lagartijas, enormes hadrosaurios y ceratópsidos trataban de ocultarse de su principal predador, el Albertosaurus, hermano menor del más temible de todos los raptores que hayan existidos jamás: el Tyranosauro rex.

Pico de pato

Las proximidades de la presa San Antonio, en el municipio de Parras, convierten en una tarea difícil el ejercicio de la imaginación. El escenario de grandes extensiones desoladas y sin vida aparente es sin duda el mayor obstáculo para recrear un mundo completamente distinto. Pero esa es una de las zonas más ricas del mundo en materia paleontológica.

En febrero de 1988, un grupo de investigadores guiados por ejidatarios y paleontólogos aficionados comenzaron una prospección en las inmediaciones de la presa. Por 10 días caminaron en busca del sitio que mayor cantidad de huesos les mostró en la superficie. Durante abril, mayo y junio de ese mismo año lograron recolectar 350 huesos en una cantera de 10 metros de largo por dos de profundidad.

Lo que encontraron ha sido uno de los mayores logros de la paleontología mundial, y sin duda el más importante para México.

Los restos sirvieron para realizar el primero de los montajes de un dinosaurio en el país. Eran los huesos de un Pico de pato, del género Kritosaurus, el herbívoro más común de la región durante el Cretácico superior. Una réplica de Isauria, como se bautizó al esqueleto de nueve metros de longitud en honor de la actriz Isaura Espinoza, uno de cuyos primos formó parte del equipo de paleontólogos que le descubrió, puede verse hoy en el Museo del desierto, en la ciudad de Saltillo.

“Coahuila, para quien estudia a los dinosaurios, es una especie de paraíso”, dice convencido Rubén Rodríguez de la Rosa, investigador en el Laboratorio de Paleontología de ese museo, mientras labora rodeado por cajas repletas de huesos de otros Pico de pato y de trozos de roca en las que se fosilizaron plantas e insectos. “Es en verdad un trabajo maravilloso”.

Wener Janensch fue de los primeros investigadores que se interesó por estas tierras. En 1926, el paleontólogo alemán describió por vez primera un dinosaurio en suelo mexicano. Janensch había dado con los restos fosilizados de un ceratópsido, un dinosaurio con cuernos, en las inmediaciones del municipio de Sierra Mojada. La extinción de ese dinosaurio ocurrió aproximadamente 67 millones de años atrás, pero el trabajo del científico marcó un hito en el país.

La descripción del ceratópsido hecha por Janensch desató el interés de nuevos paleontólogos y paulatinamente incorporó a investigadores nacionales, que hasta entonces eran pocos y trabajaban sin una guía definida. Intensas jornadas de trabajo permitieron concluir, hacia la mitad del siglo pasado, la verdadera importancia de la región en el mundo de los dinosaurios, pero no fue sino hasta principios de 1980 cuando se formalizó el rescate del pasado.

“Quien quiera imaginar cómo era Coahuila hace 70 millones de años, tendría que remitirse al sureste de Asia, a Indonesia por ejemplo, y entender que estábamos en una península cuya vegetación era abundante y exótica y la fauna dominante eran los reptiles y dinosaurios”, dice Rodríguez de la Rosa. “Se tenía un clima tropical, y eso lo sabemos por las plantas fósiles que se han encontrado en la zona”.

Santuario de dinosaurios

Los primeros trabajos profesionales realizados por investigadores mexicanos, acompañados siempre por expertos estadounidenses, permitieron calcular la dimensión del espacio en el que se movían los gigantes justo antes de que el planeta arribara a la era Cenozoica, en la que aparecieron los primeros mamíferos.

Lo que hoy constituye el territorio de Coahuila era entonces una enorme península cuyas costas del lado este se hallaban en lo que ahora son los límites con Nuevo León. La frontera entre ambos estados da comienzo a un declive geográfico que termina en la ciudad de Monterrey, situada a cuatro metros sobre el nivel del mar.

En el trayecto a Monterrey que inicia a 60 kilómetros al oeste, en Ramos Arizpe, el municipio del sur de Coahuila que hace frontera con Nuevo León, enormes cadenas montañosas dan idea de la profundidad que guardaba el océano en el Cretácico superior.

En las costas y sus alrededores, la vegetación era espesa, como suele serlo en cualquier selva tropical del sureste asiático. Establecer la característica de la flora fue un paso determinante en la reconstrucción del mundo antiguo que hacen los paleontólogos.

“Las plantas dentro de un ecosistema son las que van a moldear el espacio tridimensional en el cual van a habitar los organismos. En este caso, tenemos una selva tropical  y subtropical, y a ese marco hay que añadirle el tipo de fauna que le pertenece”, explica Rodríguez de la Rosa.

Su trabajo y el de muchos otros investigadores ha establecido la existencia de al menos 10 diferentes tipos de tortugas, tanto marítimas como de agua dulce. Se han descubierto igualmente restos de distintas clases de cocodrilos, algunos muy parecidos a los actuales gaviales.

Parte de los restos de lo que se cree es la serpiente más antigua del mundo fueron descubiertos en esta misma zona. Se trata de una serpiente ciega, de aproximadamente un metro de longitud, que vivía en el subsuelo, una serpiente excavadora.

Los dinosaurios tuvieron aquí uno de sus grandes santuarios. La variedad y cantidad de fósiles y huellas que dejaron sitúan a la zona entre las 10 de mayor relevancia mundial. El más común de los herbívoros fue el hadrosaurio o Pico de pato, y en una cantidad similar se cree que habitaron manadas de ceratópsidos o dinosaurios con cuernos, así como anquilosaurios o dinosaurios acorazados.

La similitud de la Coahuila de hace 70 millones de años con las actuales selvas del sureste de Asia la encontraron los científicos sobre todo en los fósiles de una lagartija muy parecida al Dragón de Cómodo. Pero lo que más les inquieta es el descubrimiento de vestigios de reptiles voladores, de pterosaurios.

“Hay poca evidencia, pero al fin y al cabo es una evidencia presente y eso nos permite concluir la presencia de reptiles voladores, que sin duda debieron dar un espectáculo dantesco e impresionante en aquella era”, dice el investigador del Museo del desierto.

Miradas que matan

Los dinosaurios Pico de pato se dividen en dos. Unos, pequeños, alcanzaban los nueve metros de largo, pero también se han encontrado restos de Pico de pato gigantes, de hasta 18 metros. Fue una especia cuyos rastros sólo han sido descubiertos en otras tres regiones de México.

Sin embargo, no eran gigantes entre los gigantes. Eso explica en parte la ausencia de los grandes depredadores, como el Tyranosauro rex. Como fuera, la zona era también una tierra surcada por carnívoros de tamaño medio.

Entre los dinosaurios carnívoros existió una especie diminuta. Se trataba de los Trodontes, cuya altura no sobrepasaba los 60 centímetros.

En otras regiones del planeta, como Asia y Estados Unidos, se han encontrado restos de trodontes que medían por lo menos un metro más, pero en la Coahuila del Cretácico superior sus dimensiones eran escasas sin que se haya precisado con exactitud la causa.

Los trodontes locales eran poseedores de una garra parecida a la de los raptores, a la altura del segundo dedo de la pata. Eran organismos dotados de un cráneo alargado y enormes ojos ovalados. Es muy probable que atacaran en grupo.

Un predador de mayor envergadura que habitó en la zona fue el Ornitomimo o dinosaurio avestruz. El nombre proviene de su enorme capacidad para imitar a las aves. Si bien su base alimenticia estaba compuesta de plantas, era un consumidor incansable de insectos, huevos de dinosaurio e incluso de otros dinosaurios pequeños. El ornitomimo tenía unos tres metros de largo y llegaba a pesar hasta 150 kilos.

Pero el carnívoro más temible en la región fue un integrante de la familia de los tiranosauros, conocido como Albertosaurus. Llegó a medir unos seis metros de largo por tres o cuatro de altura, y era letal en sus ataques.

Los paleontólogos que han trabajado en el sureste de Coahuila tratan de materializar sus imágenes entre la población. El ataque de un Albertosaurus sobre un Pico de pato pequeño es recurrente en sus cabezas.

René Hernández, uno de los primeros paleontólogos que coordinó trabajos en la región, hace 25 años, muestra en uno de sus libros lo que debió ser una imagen cotidiana en el Cretácico superior: la de un dinosaurio carnívoro velociraptor atacando a un temeroso protoceraptos.

Eso fue en el desierto de Gobi, aclara, pero en la Coahuila de hace 70 millones de años, los depredadores actuaban de forma parecida. Justo como hacen hoy las serpientes que reptan por el desierto de General Cepeda.

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