“La Frontera”, de Patrick Bard, no es “una novela de denuncia sobre las muertas de Ciudad Juárez”, como se afirma en la portada del libro: es un ‘thriller’ de corte ambientalista contra los efectos de la globalización. El asesinato de mujeres es un anzuelo a la verdadera trama: una conspiración que pretende ocultar el uso de químicos prohibidos en las maquiladoras y el nacimiento de bebés mutantes. Y ahí cabe toda leyenda negra posible.
 
Ciudad Juárez | Almargen.com.mx

¿Por qué un periodista francés optó por escribir una novela policiaca en vez de un gran reportaje o un ensayo sobre Ciudad Juárez? Quizá por lo complejo que resulta el caso de los asesinatos y por lo atractivo que éstos resultan como contexto en la lucha contra la globalización, sobre todo para un público europeo.

La mayoría de los periodistas que arriban a Ciudad Juárez lo hacen con la intención de encontrar al verdadero “asesino de mujeres”, ya sea por interés propio o porque así es la orden de trabajo dictada por sus editores. Bastantes enviados se imaginan a un personaje tan poderoso cuya captura es imposible, lo que ha ayudado a alimentar el mito de un asesino serial que ha ultimado a más de 300 mujeres él solo, o con ayuda de sicarios al servicio del crimen organizado.

Bard eligió la ficción para narrar una realidad confusa en extremo. Así es que a hechos verídicos acontecidos a lo largo de diez años –víctimas y presuntos asesinos reales con nombres distintos pero obvios, casos de intoxicación con tóxicos y abusos en las maquiladoras– les agregó elementos de simbolismo santero y de intriga internacional para completar un thriller de seguro interés para Hollywood.

El género de novela negra le sirve al autor de pretexto para documentar una conspiración donde caben todos los estereotipos y teorías posibles, a propósito de alimentar la leyenda negra de la ciudad: desde rituales satánicos, bebés mutantes, asesinos en serie, narcotraficantes, policías corruptos y la muerte de luchadoras sociales.

El autor recupera una historia verídica para documentar su novela: la protesta de un grupo de vecinos que obligó a las autoridades al cierre de la maquiladora Candados Presto, por el derrame de residuos tóxicos que provocó lesiones a una niña de 10 años. En la historia ficticia, el asesinato de mujeres aparece como un daño colateral en una especie de guerra secreta para imponer los intereses de las transnacionales en la frontera.

Bard, quien recorrió la frontera entre México y Estados Unidos de 1996 a 2000, no escatima en la descripción de la vida nocturna de Juárez, que asume como un escape a las duras condiciones de trabajo y la miseria en la que habitan la mayoría de obreras. Tampoco en los prejuicios: las trabajadoras son descritas como jóvenes “calenturientas” a quienes les gusta ser vistas “en compañía de un hombre bien parecido”.

La novela se publicó en Francia en 2002, bajo el título La Frontière. Ese año recibió el premio a la novela policial Michel-Lebrun.

Satanismo y globalización

La novela inicia narrando la situación laboral que enfrentan las obreras en algunas plantas maquiladoras: la entrega mensual de una toalla sanitaria con sangre como prueba de no embarazo. Quienes no se someten a ese régimen, son despedidas y boletinadas para impedir su contratación en otras fábricas.

En ese contexto, Toni Zmbudio, un reportero del principal diario de España es enviado a Ciudad Juárez para que realice un reportaje sobre el mayor caso criminal de México: el homicidio de más de cincuenta mujeres, todas jóvenes, obreras y víctimas de secuestro, violación y tortura, cuyos cadáveres fueron abandonados en el desierto.

Zambudio es un reportero “de los buenos” del principal periódico de España, sin ambiciones: en su historial se encuentra que rechazó dos veces el cargo de redactor en jefe porque prefiere “el trabajo sobre el terreno, el olor de las comisarías, el ambiente de los tribunales”. Porque “no soportaba estar encerrado en un despacho”. Su esposa Fina, a quien conoció como reportera, lo abandonó por esa falta de codicia. La mujer se llevó a sus dos hijos.

En sus primeros días en la frontera, el periodista se convence de que, además de la posible existencia de uno o más asesinos en serie, las mujeres podrían ser víctimas de rituales satánicos vinculados al tráfico de drogas. Entonces documentó esa teoría para beneplácito de sus editores.

Pero cada entrevista que realiza, le abre los ojos a una realidad intrigante y oscura.

El jefe de policía, Alfonso Pazos, le explica las condiciones de la frontera más como un académico universitario que como un agente policiaco. Se refiere incluso al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y sus consecuencias sociales, a las “multinacionales”, a la mano de obra “que no cuesta nada”. Para hablar sobre las víctimas, el narrador pone en su boca buena parte de los estereotipos más difundidos por los medios:

“Todas tenían las mismas características: delgadas, de raza indígena o mestizas, pelo largo… Enseguida comprendimos que estábamos ante un asesino en serie con fuertes tendencias fetichistas”. (p. 25)

Fascinado por la idea de aparecer en un periódico europeo, el jefe de policía narra la detención casual de “un libanoamericano llamado Fauad El Aziz”, de “unos cincuenta años”, gracias a la denuncia de una joven que presuntamente escapó de ser su víctima. “Un hombre bien parecido, tipo Omar Sharif”. El Aziz le dijo a la joven que ella acabaría “como las otras putas, en medio del desierto”.

También cuenta del arresto de “Los Diablos” y su líder “El Satanás”, “jóvenes elegantes, vestidos a la moda ranchera, culturistas, que se exhibían en discotecas de streptease masculino para gringas cachondas en Ciudad Juárez”. (p. 29)

Como en la vida real, en la novela sobran quienes se aprovechan del caso para lucrar. El abogado de El Aziz defiende gratis a su cliente, pensando en las ganancias futuras: “Firmé un sustancioso contrato sobre esta historia con un editor estadunidense. Una vez que finalice el proceso escribiré un libro sobre el caso criminal más importante de la historia de México, que me reportará derechos de autor extremadamente jugosos”. (p. 35)

Cuando empieza a sospechar de intereses ocultos tras los asesinatos de mujeres, Toni Zambudio recuerda su lectura de un artículo en Los Ángeles Times: Cerraduras Locks “había inundado todo un  barrio de productos tóxicos y causado el nacimiento de niños afectados de espina bífida, una deformación fetal de la médula espinal”. (p. 39)

En abono a sus sospechas, la suerte parece sonreírle. En compensación a un mal fin de semana que le hicieron pasar agentes municipales al periodista –quien fue detenido cuando orinaba en la orilla del río, recluido en los separos, maltratado, además de sufrir un intento de extorsión– el jefe de la policía le presenta a Lawrence Harding, un sociólogo y asesor del FBI, quien le ofrece una hipótesis del caso no hecha pública oficialmente.

Harding sugiere una teoría relacionada con rituales satánicos. “¿Ha oído hablar de los asesinatos de Matamoros?” “¿Qué sabe usted de la santería”? Le pregunta, para después hablarle de los dioses africanos disfrazados de católicos, venerados mediante sacrificios de animales.

El asesor del FBI sostiene que “la mafia no ha dudado en instrumentalizar el mayombe”, un rito de santería, a fin de “pedir protección para un narcotraficante o solicitar a los dioses la muerte de un rival” (página 83). Le platica sobre los narcosatánicos de Matamoros, donde se cometían sacrificios humanos, y lo convence de las similitudes de aquel caso con el de los homicidios de mujeres.

Lo que ocurre en Ciudad Juárez “es una resurgencia del fenómeno”. “… se trata de una conspiración que implica a personalidades de las altas esferas”, dice Harding. (p. 91)

Casi al mismo tiempo Toni conoce a Guadalupe Vidal, quien dirige la Alianza de las Mujeres y organiza reuniones con un comité de obreras y trabajadoras sexuales del centro de la ciudad, con el fin de que ellas aprendan a defender sus derechos.

La tesis de la luchadora social se opone a la del asesor del FBI. Según Vidal, los asesinatos obedecen a la violencia de género en el contexto de la frontera. Trabajando en las multinacionales, las mujeres “han probado la libertad”, dice. “Cobrando un salario ridículo, sí pero salario al fin. Se han ganado la independencia. Y los hombres se lo hacen pagar muy caro. Ya nadie cuenta los casos de violaciones y violencia doméstica”. (p. 126)

Su reacción es incluso agresiva ante la idea de reducir los homicidios a un fenómeno delincuencial. ¿Las obreras de maquila “tienen el perfil ideal para un asesino, o asesinos en serie?”, le pregunta Toni. “¡No son las mujeres, es la frontera!”, responde Guadalupe Vidal.

En su papel de narrador, Patrick Bard no resiste la tentación de plantear en Zambudio lo que tal vez fue su propia emoción en algún momento: “Su instinto de periodista le decía que tenía ante sí un ángulo de ataque distinto para esclarecer los asesinatos”. (p. 127)

El Diario de España publica en primera plana: “El caso de Los Diablos de Juárez o los bajos fondos de la globalización”. En su informe, mezcla “el auge de las prácticas mágicas y de las sectas, las noches locas en las discotecas y cantinas locales, los comités de prostitutas y su relación con las obreras”. (p. 139)

Toni Zambudio había escrito:

“Si las víctimas de Los Diablos de Juárez hallaron la muerte en circunstancias innobles, el principal motivo es que, en la mente de los habitantes de este lugar, la vida de las mujeres de la frontera no tiene más valor que la de un anima, cuyo cadáver se abandona en mitad del desierto”. (p. 139)

El periodista relaciona la existencia de tiendas botánicas con “mayomberos” y más cuando descubre un altar de Cristo sobre un fondo en llamas, una calavera, un gallo ofrendas y un santo sudario, en la discoteca donde Los Diablos fueron capturados.

Tenía en sus manos la historia que le daría éxito internacional y su editor estaba feliz.

La conspiración

Conforme acumula pistas y ata cabos, el periodista sospecha que tras los asesinatos existe una conspiración mayor, en la que participan personajes poderosos que buscan ocultar un secreto cuya divulgación causaría efectos inimaginables. Y descubre que él mismo es víctima del complot.

Aportando una buena dosis de ficción para recrear los hechos, Patrick Bard cita su lectura real de Diario de Juárez sobre el caso de Candados Presto: los vecinos de la Colonia Moreno, ubicada cerca del Puente Internacional Zaragoza-Ysleta, se organizaron de tal manera que al ser auxiliados por ambientalistas de Estados Unidos, lograron el cierre definitivo de la planta que además tenía antecedentes de contaminación en Garfield, Nueva Jersey.

El movimiento que condujo a la clausura de la fábrica, en 1993, se convirtió en un ejemplo de justicia ambiental.

En la novela como en la realidad, ese año coincide con el del arribo a la ciudad de Abdel Latif Sharif, El Egipcio, acusado en 1995 del homicidio de Elizabeth Castro Carrillo.

En La Frontera, el químico Fauad El Aziz es enviado a Ciudad Juárez porque sus jefes desean rentar la fábrica, llamada Cerraduras Locks, con el fin de reanudar actividades. El Aziz redacta un informe en el que se opone, debido a que en las instalaciones aún existen residuos químicos peligrosos y se incumple con las normas ambientales.

Un año después, El Aziz descubre que la planta se reabrió clandestinamente y él es detenido bajo cargos de homicidio de mujeres, después de que una joven escapa de sus manos. Resultaba un buen “chivo expiatorio” por sus antecedentes de violación en Estados Unidos y su gusto por las mujeres:

“Era verdad, desde su llegada a Juárez, había pasado tantas noches en las cantinas que conocía bíblicamente a casi todas las putas de la ciudad. Por no hablar de las obreras que se había beneficiado en su coche particular, un flamante Grand Marquis”.

“Pero después de todo era un hombre, y las chicas sabían lo que hacían.

“La verdad sea dicha, no se hacían mucho del rogar: el no estaba nada mal, y a aquellas calenturientas les gustaba que las amigas las vieran en un buen carro en compañía de un hombre bien parecido. Además, se ahorraban el viaje en autobús.

“Así que un breve alto en un lugar oscuro no solía importarles. El único problema era que eran jóvenes, muy jóvenes; algunas apenas tenían catorce años”. (p. 110)

El Aziz resulta una pieza clave. Pero es asesinado antes de que Toni Zambudio lo pueda entrevistar, mientras continúa el asesinato de más jóvenes. 

El reportero sabe que va por el camino correcto, no obstante cada vez tiene más dudas acerca del móvil de los homicidios. Sus reportajes en El Diario de España lo han vuelto el foco de atención de autoridades y periodistas, a tal grado que deja de ser bien visto por los agentes que antes le ofrecían información confidencial.

También sabe que la activista Guadalupe Vidal guarda un secreto sobre su lucha a favor de las obreras, algo tan grave que palidece cuando el periodista intenta persuadirla para que se lo confíe. Vidal solo deja entrever que para encontrar la clave de los homicidios de mujeres debe guiar su investigación hacia las maquiladoras.

La activista lo bombardea con preguntas para convencerlo, pero mantiene su silencio respecto a sus temores:

“¿No es un crimen obligar a las mujeres a presentar sus compresas todos los meses para demostrar que no están preñadas so pena de despido?” (p. 145) “¿No es un crimen parir criaturas que nacen muertas y sin cerebro a causa de la contaminación? ¿No es un crimen ver a tus hijos afectados de saturnismo porque las maquilas almacenan toneladas de plomo al aire libre a dos pasos de las lecherías? ¿No es un crimen morir envenenada en la cantina de tu propia empresa? ¿No es un crimen tener que acostarte con quien sea desde los catorce años, en cuanto empiezas a trabajar en una fábrica, porque si no el capataz se las apaña para que te despidan y te pongan en la lista negra, y entonces ya no encuentras trabajo? ¡Y tú te sorprendes que unos degenerados esperen a esas chicas en un rincón oscuro para acabar el trabajo! ¡Es lógico, carajo!”

El periodista se sorprende al conocer que “multinacionales conocidas en todo el mundo hacen eso aquí”. Sabe que está cada vez más cerca de descubrir el secreto. Así transcurren los días, cada vez bajo una tensión mayor por las claves que no logra descifrar.

De pronto, aparecen nuevas pistas que le hacen creer la solución al misterio. 

El periodista recibe una nota de Guadalupe Vidal con el domicilio de un rancho en las afueras de la ciudad. Ahí encuentra el cadáver de Dolores Guevara, mamá de Liza, una joven asesinada recientemente: está colgada, abierta en canal, sin sangre. Hay un altar mayombero: ahí es donde han asesinado a las demás jóvenes.

Cuando cree que eso confirma la tesis relacionada con los rituales satánicos, el cadáver de Guadalupe Vidal es hallado en el río, la policía dice que se suicidó o que murió accidentalmente. Sólo el periodista sabe que fue asesinada.

El jefe de la policía le pide que abandone la ciudad en cuanto sea dado de alta en el hospital, donde fue llevado inconsciente por los dolores de la úlcera que padece. Es persona non grata y mal vista por las autoridades, a las que aparentemente puso en ridículo al descubrir el sitio de los asesinatos.

El reportero teme que el auténtico asesino lo condujo al supuesto sitio de los homicidios para ocultar la verdad. Toni viaja a a San Diego, California, a buscar a Lourdes Simpson, una dirigente de obreras de maquila en Tijuana. Guadalupe Vidal le había dicho que si algo le sucedía, acudiera con ella.

El periódico, por su parte, decide quitarlo de la cobertura, porque se ha vuelto protagonista de los hechos recientes y la policía no quiere verlo en Juárez. Aparecen otros dos cadáveres, ahora abandonados en el retrete de una maquiladora, también violadas y torturadas. Otro enviado del diario español escribe que sicarios de un padrino local son quienes cazan a las mujeres.

A sugerencia de Lourdes Simpson, Toni se traslada de Tijuana a Matamoros y Brownsville, Texas, cruzando por la frontera de Sonora. En Brownsville conoce a Roni Torres, un abogado que ganó una demanda por 16 millones de dólares a transnacionales de Estados Unidos que usaban contaminantes en México y afectaron a vecinos en Texas. Por esa causa, nacieron varios bebés muertos, afectados por espina bífida o anencefalia. Torres ganó sin ir a juicio y el 50 por ciento del dinero fue para él.

En una narración fantástica, Toni sobrevive a un atentado en Matamoros: se agachó para encender un cigarro, varado en un congestionamiento, mientras un sicario de la mafia local, a bordo de una motocicleta, le da ocho tiros al abogado Toni Torres, quien viajaba en el asiento del copiloto.

Las pistas son ahora más claras. Toni regresa a Ciudad Juárez, donde la hermana de una de las víctimas inicia una organización civil: “Las voces del silencio”. La menor asesinada también tuvo un aborto porque el bebé tenía una malformación. El periodista descubre en Juárez que casi todas las víctimas habían dado a luz bebés con espina bífida y habían trabajado en alguna filial de Cortez Electronics.

El periodista descubre que trata de una conspiración que involucra a transnacionales que utilizan en las maquiladoras mexicanas químicos prohibidos en Estados Unidos, como el tolueno –un químico industrial extremadamente tóxico–, lo que provoca el nacimiento de niños con malformaciones congénitas, principalmente espina bífida y anencefalia.

El propósito de la conjura es el de silenciar a las adolescentes que resultaron embarazadas mientras trabajaban en las maquiladoras y que abortaron o dieron a luz bebés mutantes a causa del envenenamiento sufrido en las plantas.

Sin que la mayoría se conociera entre sí, antes de su asesinato las jóvenes eran organizadas por activistas sociales para la presentación de una demanda millonaria contra las maquiladoras, siguiendo el ejemplo del abogado de Brownsville, Texas.

El móvil de los asesinatos es el de impedir una demanda por parte de las jóvenes víctimas. Fatalmente, Toni descubre que Lawrence Harding no es un asesor del FBI, sino un mercenario de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés). Por eso Guadalupe Vidal se aterrorizó cuando en una ocasión le mencionó su nombre.

El periodista escribe sus conclusiones en dos copias, una que hace llegar al jefe de policía de Juárez y otro que intentará enviar al periódico español. Pero antes de que pueda hacer el segundo envío, cómplices de Harding lo “levantan”. 

Harding le confiesa que él personalmente cometió todos los asesinatos y que la lista de mujeres afectadas por los contaminantes terminó, pero que los crímenes continuarán ahora cometidos por imitadores, como en el caso de los últimos tres. Enseguida, lo asesina de un tiro en la cabeza. Su cadáver nunca fue encontrado.

Su muerte y obsesión por encontrar la verdad es al mismo tiempo un ajuste de cuentas con el pasado: resulta que el periodista nació en Ciudad Juárez, pero su abuelo se lo llevó a Francia y después a España, después de que su madre fue asesinada por un policía asaltante.

Al recibir el escrito del periodista, el jefe de policía opta por entregarlo al hijo de Guadalupe Vidal, quien estudiaba en una academia de policía en El Paso. El cadáver en descomposición de Harding aparece tiempo después en un área desértica: su asesino lo empaló, le ató las manos por la espalda, le cortó los genitales y se los introdujo en la boca.

Y, en efecto, los homicidios de mujeres continuaron.

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