El cielo de Roswell fue rasgado una noche de julio de 1947 por una centellante bola de fuego. Es un episodio que ha dado la vuelta al mundo, y en el que millones de humanos cifran sus argumentos sobre la existencia de vida inteligente fuera de la Tierra. Pero en los hechos, aquella centellante aparición ocurrida hace 58 años, es la piedra angular que sostiene la estructura económica de una ciudad que difícilmente sobreviviría sin el mito.En el silencio absoluto de la sala principal estalla un murmullo, como una metralla diluida en el desierto. El grupo de turistas ha quedado parado frente a la atracción principal del Museo Internacional de los Ovnis y Centro de Investigaciones en Roswell. Ante ellos, un alienígena del color de la luna parece avanzar sin rumbo específico y sus cuencas enormes y absolutamente negras se pierden en la distancia. Detrás, al pie de una montaña, su nave y su acompañante yacen totalmente destrozados bajo la luz metálica de un cielo estrellado.
La reproducción computarizada hecha a la obra original del pintor Miller Johnson es el principio y el final de la más fantástica historia sobre visitantes extraterrestres y el punto en el que todavía hoy, 58 años después del supuesto accidente, suelen confrontarse los criterios de escépticos y creyentes del fenómeno. Pero sobre todo, es la base sobre la cual reposa gran parte de la economía de esta ciudad situada en la parte central del más pobre y retrasado de los estados de la Unión Americana.
“Es realmente estúpido”, dice Allen Ross, un viajero perdido que desvió su camino rumbo a Salt Lake City, tras la insistencia de su mujer y de sus dos hijos. “¿Acaso alguien puede creerse estas historias?”.
Lo que piensa Ross no es necesariamente compartido por el resto del grupo. Y a juzgar por los registros del museo, la fiebre iniciada hace 20 años, cuando el incidente Roswell demostró su potencial millonario, está muy lejos de ceder: cada día, procedentes de lugares tan distantes como Australia o Madagascar, cientos de seguidores y curiosos arriban como si se tratara de una procesión religiosa.
“Es algo realmente increíble. Uno trata de imaginar lo que pudo haber ocurrido el día en que se estrelló esa nave… Realmente creo que hay demasiadas cosas que nos son ocultadas, y por eso Roswell debe preservarse para las generaciones futuras”, dice Susan Battle, una estudiante proveniente de Houston, convencida de la vida inteligente fuera del planeta.
Para turistas como Battle es que vive la ciudad. El principal corredor de Roswell es la calle Main. A sus costados operan los principales edificios públicos y los comercios que dan sustento a su economía. Uno tras otro, restaurantes, tiendas de discos, mueblerías y bares dan forma a un museo exterior, en el que ovnis incrustados y extraterrestres gentiles animan la compulsión por gastar. Un promedio diario de 500 visitantes es un mercado atractivo para cualquier lugar desolado y sin un centro poblacional importante a más de 350 kilómetros a la redonda.
“Hay una gran producción de leche en la ciudad, pero sin duda uno de los pilares de la economía local es el comercio. Y el comercio está diseñado para el turismo”, dice Vidal Zamora, el director ejecutivo de la Cámara Hispana de Comercio en Roswell.
Sobre los archiveros de Zamora reposan embutidos diversos cuyas etiquetas los hacen parte de la barra cursi de souvenir. Hay salsas que presumen, por ejemplo, ser las preferidas de los alienígenas en todas las galaxias. Por la ventana del despacho alcanzan a verse arbotantes que en vez de lamparones comunes, iluminan las calles con bombillas que simulan la cabeza de un extraterrestre.
“Eso es lo que vende”, dice Zamora.
Inventos marcianos
Roswell es el principal centro de población en el condado Chaves. Para llegar desde el oeste debe atravesarse una cordillera de altas y nevadas montañas que forman parte de la reserva forestal Lincoln. Si se proviene por el lado contrario, hay que cruzar el río Pecos. Se trata de una ciudad pequeña, con menos de 50 mil habitantes, que se ubica justo al centro de urbes más populosas, como Albuquerque, Lubbock, El Paso y Amarillo.
El entorno es conformado por ranchos distantes entre sí. Unos 150 kilómetros al suroeste principia White Sands, la zona de misiles del ejército norteamericano, en cuyas inmediaciones se encuentra Alamogordo, el sitio en el que se detonó la primera bomba nuclear.
Hace medio siglo, Roswell era un pueblo en el que sus pocos habitantes vivían del cultivo de alfalfa y algodón. Las calles carecían de pavimento y trasladarse a cualquiera de las zonas urbanas como El Paso o Albuquerque, requería un viaje de días.
Quienes creen en los ovnis están convencidos de que Roswell formó parte de la ruta trazada por alienígenas que se dirigían con rumbo a El Álamo, la zona militar al noroeste de Santa Fe. Pero Corona, el rancho en donde se produjo el incidente el 3 de julio de 1947, quedaba a dos días de travesía en carreta y muchos de quienes habitaban los alrededores ni cuenta se dieron del rumor de la caída de una nave extraterrestre.
“Para serle franco, ese tema ni siquiera era algo que se comentaba aquí”, dice Alberto Savedra. “Es más, que yo recuerde, jamás se mencionó nada de ninguna bola de fuego, de ninguna luz”.
Savedra tenía 14 años en 1947. Era uno de los peones del rancho. Él nació en las montañas pegadas a White Sands. Sus antepasados formaron parte de los españoles que colonizaron estas tierras y que adquirieron la ciudadanía automática tras la incorporación de Nuevo México a los Estados Unidos, en 1846. De aquellos años, sólo recuerda un insignificante movimiento de militares que fueron a recoger los restos de lo que, dice que le contaron, era un globo de medición atmosférica.
Los rumores del accidente de una nave extraterrestre fueron más que nada noticia en otras latitudes. Después de un artículo escrito por el teniente Walter G. Hunt, que apareció en el Roswell Daily Record, las repercusiones mediáticas fueron enormes.
Hunt fungía como el Oficial de Información Pública en el Campo de las Fuerzas Armadas en Roswell. Los cronistas del fenómeno dicen que redactó el artículo por órdenes de su comandante en jefe, el coronel William H. Blanchard. El polémico texto vio luz el 8 de julio de 1947 y de inmediato conmocionó a una parte de la sociedad estadounidense. La noticia del incidente fue reproducida por periódicos como The Chicago Daily News y The Washington Post.
Pero el gas de la nota se agotó muy pronto. El 9 de julio, unas fotografías tomadas por J.Bond Johnson, del Fort Worth Star-Telegram mostraban al general Roger M. Ramey con partes del globo de medición atmosférica accidentado en las inmediaciones del rancho Corona.
Con los años, Roswell creció debido a la instalación de fábricas textiles, como la Levi’s Strauss & Company. Savedra dejó su puesto como peón en el rancho y emprendió una carrera como comerciante. La tienda de productos mexicanos que atiende está, sin embargo, fuera del circuito de la calle Main, en una zona conocida como Chihuahuita, cuya colonización hace cuatro décadas marcó un nuevo rumbo a la fisonomía de la ciudad.
En 1997, cuando las autoridades en coordinación con los comerciantes establecidos decidieron celebrar los 50 años del incidente Roswell, Savedra mandó fabricar cientos de piñatas en forma de platillos voladores y extraterrestres de piel verde y cabezas enormes y ovaladas. Vendió muy pocas, y tras guardarlas en una de sus bodegas, perdió cualquier vestigio de su fracaso comercial en un incendio.
“Le gente que vive aquí no compra estas cosas. Los marcianos fueron hechos para venderse entre los turistas. Nada más”, dice.
Platillos vendedores
El filón de los ovnis tiene en realidad poco tiempo. Si bien el suceso que desencadenó el mito ocurrió muchos años atrás, el interés masivo nació a fines de la década de 1970, tras la investigación realizada por un hombre llamado Stanton Friedman. Entre 1980 y 1991, la publicación de un par de libros, uno escrito por Charles Berlitz y William Moore, y otro por Donald Schmitt y Kevin Randle, en donde se recogían versiones de supuestos testigos del accidente de la nave, desataron el entusiasmo largamente contenido por los ufólogos.
El interés por los libros tuvo un efecto también en el teniente Walter G. Hunt, quien 44 años después de redactar el artículo que dio origen al mito, reapareció para reclamar lo suyo. Fue él quien encabezó los trabajos para crear la fundación que hoy sostiene al museo de los ovnis. La fundación de Hunt no tiene un registro como entidad lucrativa, pero es la piedra angular de la economía en Roswell.
“Quién puede saber si estas cosas ocurrieron en realidad”, dice Pat Jennings, uno de los escenógrafos y serigrafistas más renombrados de la ciudad. “En la cabeza de las personas la imagen está muy bien grabada: una noche una luz iluminó el cielo oscuro de Roswell y al chocar con la tierra provocó un resplandor mayor. Eso es difícil de sacar”.
La tienda en donde Jennings labora se llama Zone II. Lo que hizo en el interior es una apología al fenómeno. Un alienígena inflable y enorme da la bienvenida a los turistas, que luego desembocan a una galería repleta de playeras, muñecos y tazas con leyendas y dibujos que se burlan de los escépticos. Pero la obra suprema es el Autopsy room, un privado en el que se reconstruye, según las crónicas fantásticas de algunos escritores, la forma en que el gobierno mantiene variedades de extraterrestres rescatados de naves accidentadas.
“La gentes adora todo esto”, dice Jennings. “Durante el veranos y algunos días de invierno suelen venir a la tienda entre 700 y mil personas. Eso es mucho decir en un pueblo pequeño”.
Jennings es un gringo gordo y apariencia bonachona. Él mismo es quien recibe a los clientes, con una funda de focos intermitentes en los dientes. Jamás ha trabajado en otra cosa que no sea en el diseño de dibujos y escenarios como el de Zone II. Cada diciembre, se convierte además en el personaje principal, por encima de los alienígenas comunes. Se transforma en Alienclós.
La forma en cómo defienden comerciantes y autoridades la leyenda del 3 de julio de 1947 es comprensible. De otra forma la ciudad no gozaría de actividad. O como mejor dice una de las playeras serigrafiadas por Jennings: “Si los ovnis no existen, Roswell tampoco”.
(*Nota: Savedra, el apellido, se escribe con una sola A)
(Publicada el 7 octubre 2007)