29 años después, esa vasta región ocupada por unas 25 mil familias, apenas comienza a recibir, en pago a su brutal crecimiento, servicios indispensables como el agua potable y la electricidad.
 
La mañana del 10 de octubre de 1974 un par de profesores, a la cabeza de decenas de necesitados, aprovecharon que la ciudad estaba atenta al cambio de poderes municipales para invadir 20 hectáreas hasta entonces desoladas, en el extremo poniente de Ciudad Juárez.

Miguel Escobedo Muro y José Trinidad Loera no sólo dieron nacimiento al más grande asentamiento irregular del municipio, sino que hicieron de Anapra un emblema político.

Pero es hasta hoy, 29 años después, que esa vasta región ocupada por unas 25 mil familias, apenas comienza a recibir, en pago a su brutal crecimiento, servicios indispensables como el agua potable y la electricidad.

Son servicios elementales que sorprenderían a muy pocos fuera de ahí, y quizás por eso los habitantes aquilatan un simple grifo en el exterior de su casa, o el cemento que se vierte lentamente sobre la calle Rancho Anapra, la artería principal que todavía es de tierra.

“Después de 20 años de vivir aquí, uno que se acostumbra al agua de las pipas y a la tierra suelta, pero por eso mismo todas estas cosas nos saben a gloria”, dice Ismael Suárez, un vendedor ambulante nacido en San Juan del Río, Durango.

La calle en la que Suárez tiene su vivienda lleva un nombre contradictorio: Pez luna. No es lo único mordaz. De hecho todo el conglomerado es un sitio ofensivo y un símbolo permanente de los cacicazgos y mezquindades de muchos hombres.

En Puerto Anapra no sólo la urbanidad es agresiva. Es una zona violenta, en donde difícilmente, a pesar de los servicios que comienzan a llegar, podrá verse una recuperación social.

“Romper la cadena es una tarea compleja”, dice Martha Chávez Rodríguez, la subdirectora de la primaria Ricardo Flores Magón. La más antigua de la zona. “Habría que terminar con la poca preparación de los padres de familia y con la pobreza. Y eso es casi imposible”.

Los niños son el mejor ejemplo para comprender lo que dice la maestra.

De los mil 500 alumnos que mantiene en promedio esa primaria, en dos turnos, una tercera parte desertará antes del sexto grado y menos del 10 por ciento concluirá la secundaria, según las estadísticas del plantel.

Las razones de la educación interrumpida han sido constantes desde la fundación de Anapra: hogares desintegrados y urgencia de dinero.

“La mayoría de los padres de estos niños trabajan en la maquila o son vendedores ambulantes. Los niños por tanto viven en total libertad, sin controles ni supervisión en sus hogares, y quedan a merced de los mayores que vagan en las calles”, dice José Guadalupe Roque, un profesor que llegó a la Flores Magón hace nueve años.

Hay casos mucho más patéticos. Las niñas son mayoría en esa y el resto de las primarias. Y desde antes de graduarse en el sistema básico, muchas piensan en hallar pareja para emprender una vida fuera de sus casas.

“Muchas de ellas son niñas abusadas por los novios o amantes de sus madres, que son solteras o que simplemente quedaron embarazadas muy pequeñas sin contar con la ayuda del varón. Entonces, es un ciclo que se repite hasta el cansancio”, explica la subdirectora.

No es lo único que se recrea en las aulas. Hace tres años, Yolanda Gutiérrez llegó a una de las cuatro primarias de Puerto Anapra en su calidad de maestra. Meses más tarde le tocó presenciar un cuadro dantesco: tres niños de quinto grado sometían a una alumna de segundo, en un intento por violarla.

“Fue realmente brutal”, recuerda hoy. “En verdad me quedé paralizada y tardé algunos segundos en reaccionar, porque la niña estaba desnuda, llorando, y los niños gozaban con lo que estaban haciendo”.

A la violencia física y al entorno agresivo, la región suma otro mal de la marginalidad: la contaminación.

En abril de 1992, las autoridades municipales decidieron examinar a varios niños. Muchos de ellos, dijo el entonces director del Comité Municipal de Ecología, René Franco Barreno, presentaban síntomas de envenenamiento en la sangre.

La fuente del plomo metido en el torrente de todos ellos, era una agonizante fundidora Asarco, cuya enorme chimenea es todavía es un icono de la polución.

Pero cuatro meses después de aquel anuncio, en agosto, la compañía emitió un comunicado de prensa para negar cualquier relación entre los males sufridos por los vecinos de Anapra y sus procesos de producción.

Los males, sin embargo, siguieron multiplicándose. Por años las autoridades sanitarias han documentado ahí más casos de malformaciones, anencefalias y males respiratorios que en cualquier otra parte de la ciudad.

El llamado hacia Anapra ocurrió hace tres décadas, cuando los gobiernos de Chihuahua y Nuevo México planearon abrir un cruce internacional hacia Sunland Park. Años más tarde, se esbozó una ciudad industrial, moderna, un Sao Paulo regional, dijeron.

Y el llamado atrajo a los oportunistas. Muchos vieron sus bolsillos llenos y otros muchos sufrieron de traiciones. Pero quienes padecieron lo peor fueron los miserables empleados en esas maniobras sin escrúpulos.

En Puerto anapra hace un par de años se introdujo la electricidad y hace un año el agua potable. Falta mucho para que legue el drenaje y están a unos meses de inaugurar su primera calle con pavimento.

La vida con dignidad, sin embargo, es probable que nunca llegue.

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