Con el tiempo, esos grandes mercados de ropa y calzado de segunda mano cambiaron de giro y establecieron un mercado illegal que hasta hoy exhibe la corrupción en la aduana fronteriza.

El viento es frío a pesar del sol de medio día. Pero el clima, bueno o malo, no ha sido jamás impedimento para las miles de personas que cada fin de semana saturan las calles en los dos tianguis de mercancía usada más famosos de la ciudad: las segundas y los cerrajeros.

Lo que ocurre en ese rescoldo del comercio barato escapa sin embargo, al mero ejercicio de la oferta y la demanda. Por años, los juarenses han acudido en busca de ofertas que dificilmente encontrarán en los centros comerciales, y sin bien no tienen ahorros significativos una nueva legión de buscadores de antiguedades y rarezas han hecho de ambos mercados un corredor recreativo.

“La gente no nada más viene a comprárse artículos baratos” dice Angel Dueñas, un hombre que lleva años reparando muebles usados para luego revenderlos en las bodegas de la calle Rafael Velarde. “La gente viene también a curiosiar, a entretenerse buscando cosas raras”.

Tiene razón.

Las segundas son un pasatiempo de fin de semana para Enrique Espinosa y Rosario Martínez, su esposa durante 26 años. Ellos han acudido por años a las mismas calles cada sábado desde finales de la década de 1970.

Lo hacen no por necesidad, pues ambos mantienen sus empleos como técnicos en médicina. Acuden allí, dicen, porque es el lugar en donde nutren su afición por comprar muebles antiguos que luego reparan para darle a su casa aires que no puede ofrecer un mobiliario común.

“Por ejemplo, me gustan mucho los sillones antiguos de tápiz plisado y maderas finas. Y aqui es el único lugar en donde pueden hallarse estas joyas”, Dice Enrique Espinosa.

Hace 25 años, los vendedores de artículos usados esparcidos por las calles al oriente de la colonia La Chaveña, eran en realidad una respuesta a la carestía de una vasta legión de obreros de recién emigrados.

Con el tiempo, esos grandes mercados de ropa y calzado de segunda mano cambiaron de giro y establecieron un mercado illegal que hasta hoy exhibe la corrupción en la aduana fronteriza.

Si bien muchos establecimientos conservan su condición de puestos de artículos usados, una gran parte ofrece mercancías nuevas, extranjeras y novedosas a precios inferiores a los de, por ejemplo, tiendas departamentales establecidas en la ciudad.

Los comerciantes pueden hacerlo porque no pagan impuestos. Y ese ha sido el reclamo de los empresarios legalmente establecidos, quienes los acusan de instaurar una competencia desleal.

En 1996, un estudio de la Cámara Nacional de Comercio estimó las ventas diarias de todos ellos en aproximadamente 4.5 millones de pesos diarios.

Ciudad Juárez, según el mismo organismo, se ubica en la quinta posición de municipios mexicanos con mayor cantidad de vendedores ambulantes. La lista la encabezan el Distrito Federal, Guadalajara, Netzahualcóyotl y Naulcalpan, en el Estado de México.

“Mire, eso que dicen no es verdad, nosotros pagamos impuestos, y la mercancía que traemos no es en las cantidades que se piensan”. Y en las cosas usadas, pues menos”, dice Angel Dueñas, el vendedor de la Velarde.

Muy cerca de ahí, rumbo al sur, en el corazón de La Chaveña, por los alrededores de la calle Libertad, otro centenar de vendedores animan el popular Mercado de Los cerrajeros.

Es un mercado de todo tipo de artículos usados que ha operado por casi un siglo en el mismo lugar.

El tránsito de personas es intenso. Aquí, más que el primero de los mercados de segunda, la gente acude con intenciones de compra. Es el lugar en el que pueden adquirirse artículos para amueblar una casa con menos de 5 mil pesos.

Refrigeradores, televisiones, recamaras, juegos de sala, comedores, herramientas y cerrojos. Todos son la base de la venta que se produce cada uno de los siete días de la semana.

Igual que en las segundas, acuden aquí juarenses de distinto nivel. Hay quien va con el propósito de adquirir un refrigerador de ácero inoxidable y doble puerta. Por él pagarán unos 2 mil 500 pesos, en vez de los 14 mil que reclama una mueblería.

La piratería y el contrabando detrás de todos esos artículos se asumen no sólo entre los potenciales compradores, también los saben las autoridades. Esa puede ser la causa por la que los operativos y decomisos son letra muerta.

Y en el saldo de esa omisión se mantiene vivo un mercado informal que forma parte indiscutible de uno de los rostros más representatives de la frontera.

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