La transformación sufrida por las pandillas es un proceso cuyas raíces se encuentran en la modificación que a su vez sufrieron las redes internacionales del narcotráfico. Es un proceso que ocurre en la década de 1980, que influye decididamente la escala urbana.
 
“De lo que se trata es que cuando se mata, pues ya quedas entrado con el que lo mató y con todos los que se junten con el que lo mató, de por vida. Porque si yo veía a uno de ellos, pues lo agarraba a balazos con la pistola”.

En septiembre de 1998, Darío Sáenz, El Xerox, tenía 20años. Hacía siete que formaba parte de la pandilla Los k-13, y esperaba a que un juez decidiera si era inocente o no de la ejecución de una pareja que salía de la Fería Expo, en el verano de 1996.

El Xerox era parte de una nueva legión de pandilleros que fueron un parteaguas en los fenómenos juveniles de la frontera.

Antes que él, en noviembre de 1994, su líder y amigo, Francisco Javier Campero, El Kiko, había muerto acribillado por agentes del Servicio de Aduanas de los Estados Unidos, cuando intentó escapar a una revisión en las garitas del puente internacional Córdoba de las Américas, a bordo de una camioneta cargada con droga.

Desde entonces, los pandilleros de la ciudad no sólo han cambiado su conducta respecto a sus antecesores. También lo han hecho en su vestimenta y su lenguaje. De hecho, de los pandilleros de finales de la década de 1980, no queda sino un vago recuerdo.

“En síntesis, creo que puede hablarse de dos elementos que marcan la diferencia entre las pandillas de hace 20 años a las pandillas de hoy”, dice el investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez Héctor Padilla. “Uno de carácter cuantitativo y otro de carácter cualitativo.

“El de carácter cuantitativo tiene que ver con la extensión y ámbito de acción territorial de estas pandillas, pues no se trata ya de pequeños grupitos, no son pequeñas bandas organizadas: son pandillas que tienen claramente límites territoriales y en ellos se reúnen grupos significativamente superiores a los que se podían observar. Aquí ya no son los barrios de veinte individuos, sino pandillas que abarcan colonias enteras”, dice.

“En el carácter cualitativo, radica en que estos grupos están asociados al uso y distribución de drogas, y por otro lado a las formas más violentas de actuación, que tiene que ver con el uso de armas de fuego”.

La transformación sufrida por las pandillas es un proceso cuyas raíces se encuentran en la modificación que a su vez sufrieron las redes internacionales del narcotráfico. Es un proceso que ocurre en la década de 1980, que influye decididamente la escala urbana.

Para principios de la década de 1990, esa combinación de factores marcó un cambio evidente en la forma de actuar de las pandillas. Aparte de la multiplicidad de bandas, la policía registró en ese tiempo los primeros enfrentamientos a balazos, pero no fue sino hasta 1993 que se comprendió la dimensión del problema.

Ese año, dos pandillas rivales, “Los Gatos” y “Los Ortizes”, libraron una batalla que dejó al menos una docena de muertos. Ambos grupos, relacionados al tráfico de drogas, desconcertaron a las autoridades al prolongar por casi dos años sus enfrentamientos armados en las calles de la colonia Hidalgo. Desde entonces, se dieron cuenta que había otras bandas que disputan sus intereses de la misma manera, en varios sectores de la ciudad.

Se trata de una condición que no se imaginaba a finales de la década de 1970, cuando los primeros cholos comenzaron a apoderarse de las calles y colonias populares de la ciudad.

Eran tiempos en los que bien puede verse algo de inocencia perdida.

“La iniciación de jóvenes y niños en el cholismo, se presenta generalmente de uan forma “natural” dentro del contexto de la cotidianidad en la vida de los barrios”, decía José Manuel Valenzuela, un investigador del Colegio de la Frontera Norte, que publicó en 1989 un libro emblemático sobre las pandillas en México: A la brava, ese.

Los cholos, que fueron el prototipo de pandilleros en Ciudad Juárez, fueron quizás el ejemplo más evidente de la transculturización fronteriza.

“Es la influencia del East L.A. y de Tijuas”, escribió Valenzuela. “Los cholos sucedieron a los Hippies, que quedaban en Juárez. Entre los que se recuerdas Los Calaveras, Los Stones, Los King Kong”.

Los cholos llegaron con sus pantalones bombachos, tus camisas planchadas, abotonadas por el cuello, puestas sobre camisetas de tirantes, un atuendo que remataban con zapatos de charol y sombreros a los que llamaban “tanditos”.

Era la verdaderamente “vida loca”, la defensa del territorio y de las morritas, de los placazos en las bardas y los autos tumbados, los clásicos Low Rider.

-¿Qué transa hom?
-Nel, nada ese, aquí esperando a la jainita.
Hasta el lenguaje se perdió en el transcurso del tiempo. Los pandilleros dejaron muchos años atrás todo eso. Conforme avanzó la década de 1980, los hijos de esos primeros cholos adquirieron dimensiones que nadie predijo jamás.

Jorge Ostos Castillo fue director de la Academia Estatal de Policía, de la Policía Judicial del Estado y de la Policía Municipal. Es un psicólogo egresado de la Universidad de Texas en El Paso. Él define así las cosas:

“Uno de los responsables directos de lo que estamos viendo con las pandillas, sin duda alguna, han sido las autoridades. No hay un estudio serio, al menos en Chihuahua, del movimiento, la tendencia y desarrollo que han tenido, ni de los factores que están influyendo al problema”.

Hay mucha razón en lo que dice. De hecho, el principio de autoridad es algo que también se diluyó y transformó radicalmente la relación entre, por ejemplo, pandilleros y policías.

El Xerox, libre desde 1999, dijo en su momento que, desde su lógica, el fenómeno iba a cambiar radicalmente el día en que suplantaran a la policía entera.

“Los policías son muy… cómo diría… Pues nomás con feria, de volada quítate, hasta los puede tratar uno mal: (decirles) qué me vez baboso. Uno ya no los respeta”.

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