Más rápidos e inteligentes, tienen más información y nuevas habilidades, memorias más desarrolladas… la infancia transcurre frente a televisores, máquinas de videojuegos y computadoras personales que bombardean con miles de imágenes cada minuto de sus vidas.
 
La imagen del niño detrás de un balón es cada vez menos frecuente. Y la de un niño con trompo o un puñado de canicas, simplemente forma parte del pasado. Ahora, así sea en el atraso de las ciudades mexicanas, la infancia transcurre frente a televisores, máquinas de videojuegos y computadoras personales que bombardean con miles de imágenes cada minuto de sus vidas.

Los niños de hoy, para ponerlo en términos actuales, son un procesador Pentium 5. Al menos es como los describe Alejandro Arrecillas, un antropólogo que actualmente dirige la Universidad Pedagógica Nacional en Ciudad Juárez.

“Son más rápidos e inteligentes, tienen más información y nuevas habilidades, memorias más desarrolladas. Así son los niños que viven en un ambiente alfabetizado, porque no puede generalizarse. Pero quienes están ahí, son sencillamente un procesador increíble, inalienable, para el que no estamos preparados”, precisa. “Pero hay muchos virus y ése es el problema: me refiero a la escuela”.

Más de un estudio ha dictado, al menos en Estados Unidos, el país con mayor cantidad de computadoras personales y videojuegos, que la correlación entre obesidad y Nintendo, por ejemplo, es tan real como su hegemonía en el mundo.

Pero, dice Arrecillas, el vínculo tiene sus saldos positivos.

“Esto tiene sus bondades: genera pensamientos estratégicos, analíticos, les ayuda a resolver problemas y les dota de mayor memoria y habilidades de pensamiento que la escuela ya no está generando”.
 
Y, ¿qué tipo de habilidades genera entonces la escuela en México?

“Es una pregunta que ya no tiene respuesta”, responde Arrecillas. “Qué capacidades y qué competencias. En la teoría y en el papel se supone que todas, pero en la realidad está en entredicho. Son los virus a los que me refiero”.

La transformación que a pasos agigantados ha sufrido la niñez no es, sin embargo, cosa de juego. A la par que la tecnología ha moldeado sus hábitos y comportamiento, ha establecido por igual desfases que hace un par de décadas eran impensables.

Desde 1974, el sistema educativo ha vivido tres grandes modificaciones. En una primera, que sirvió a niños que hoy son adultos entre 27 y 35 años, el maestro es la pieza central en la jugada, pero la reforma llevaba implícita una perspectiva en la que el niño conociera desde el nivel primario la realidad social.

Hasta la década siguiente, ese sistema largamente criticado encuentra una modificación. Con “Educación para todos”, la nueva reforma educativa contempló un plan básico que instauraba el nivel preescolar, la primaria y secundaria, con la intención de que la niñez acudiera a un plan obligatorio y ligado durante 11 años.

En los 90, cuando una parte de la población mexicana se estrenaba en la cibercultura, una tercera reforma descentralizó al sistema de educación.

Pero en ninguno de los cambios estructurales ordenados por el gobierno para educar a sus niños, se implementaron políticas que atendieran los cambios que a la par iban moldeando el carácter de los nuevos mexicanos.

El sistema educativo en su conjunto enfrenta ahora un grave problema, dice el director de la Universidad Pedagógica Nacional: los alumnos hace tiempo que están recibiendo la influencia de la posmodernidad y quienes se supone que debe educarlos se formaron bajo esquemas atrasados.

“La escuela siempre ha ido más atrás que el desarrollo social y tecnológico”, explica Arrecillas. “La escuela quiere seguir perteneciendo al pasado, nunca al presente, y mucho menos al futuro”.

Es por eso, agrega, que la separación entre el Estado, mediante su sistema educativo, y la niñez, marca como nunca un divorcio generacional.

“Queremos inyectarles valores que nosotros tuvimos y que en esta nueva realidad han demostrado su fracaso. Todavía seguimos diciendo que estudien para que sean alguien, pero en realidad estudias y no eres nadie, porque el código que ahora reciben los niños es otro: el que les dice que el éxito radica en tener dinero, en andar con mujeres hermosas, en carros de lujo, no importa que sea a través de vender droga o lo que sea”.

Se trata de un signo de los tiempos nuevos. La ciudad está llena de ejemplos, de niños que delinquen y que enfrentan situaciones antes de alcanzar la madurez.

El abandono de las canicas y el trompo puede ser algo más que una metáfora barata. Algo mucho más serio y complicado.

Muchos dicen que la tecnología ha democratizado la información, pero nadie se atreve a satanizarla, pues al final se trata de un medio y no un fin. Y eso se nota no nada más en las calles, sino en las aulas.

“Es probable que los alumnos están más informados que muchos maestros, porque tienen acceso a Internet. Incluso han desarrollado más habilidades motoras que nosotros nunca tendremos: ahora ves a un niño de dos años manejar un Nintendo y a nosotros nos cuesta mucho trabajo, incluso motores y de pensamiento… quien no sepa utilizar las tecnologías del presente será el analfabeta del futuro”, explica Arrecillas.

El país tiene un desafío enorme. A pesar de que sólo el uno por ciento de su población tiene acceso a la Internet, la inequidad existe.

“Puede decirse que se envían computadoras a las escuelas, y de hecho se mandan y existen, pero no se usan como se debería; muchas veces los maestros no saben cómo usarlas. Pero aún si las mandaran a ciertas escuelas, o incluso a maestros mejores formados, todas ellas se quedan en las grandes ciudades y no van a las zonas marginadas”, dice.

La escuela bien puede decirse que quedó paralítica. Y que los niños de hoy sufrirán, como nunca, de esa parálisis.

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