Hace una década fueron la evidencia mayor del poder y el dinero de los narcotraficantes. Hoy, sin embargo, las narcomansiones son justo lo contrario…
Hace una década fueron la evidencia mayor del poder y el dinero de los narcotraficantes. Hoy, sin embargo, las narcomansiones son justo lo contrario. O al menos así lo parece.
La mezcla increíble de estilos con que solían construirse las casas de los narcos, poco a poco han cedido en cantidad.
Pero hasta hace muy poco, eran comunes en las zonas de mayor plusvalía y hasta en barrios de clase popular.
Como sea, su presencia influyó parte de la fisonomía urbana y, aunque no en la misma proporción de antes, siguen haciéndolo.
En 1997, María Luisa Amaral, entonces coordinadora de la maestría de Desarrollo Urbano en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, fue algo profética.
“¿Qué va a ser de la ciudad con esas construcciones? (…) A la ciudad le va a quedar mucho desorden, que le representará un arduo trabajo rehacer”.
Era tiempo aún en que la ciudad parecía disponer de recursos para sintonizar sus calles a las casas y negocios de los traficantes de droga.
La administración encabezada entonces por el actual diputado federal Ramón Galindo, gastó millones de pesos en sembrar palmeras importadas desde la costa para ornamentar algunas avenidas importantes, entre ellas el Paseo de la Victoria, en cuya ruta quedaba el fraccionamiento Las Misiones.
Ahí, según registros de diversos periodistas y autoridades, Vicente Carrillo Fuentes, a quien señalaban desde entonces como un activo narcotraficante, construyó una de sus mansiones.
En ese mismo lugar, hasta ahora uno de los más exclusivos, otro famoso criminal mandó construirse la casa de sus sueños.
Surgido de los barrios pobres del poniente, Juan Eugenio Rosales, El Genio, pagó por una mansión estilo “mediterráneo”, a la que luego aderezó con sus propios gustos.
Frente alas puertas de esa casa, ala que apenas disfrutó tres meses, fue ejecutado en julio de 1998.
La moda era una mezcla de caprichos y malos gustos.
Los arquitectos debían someterse a las órdenes de sus propietarios para modificar los planos originales. Así, de una propuesta inicial para erigir una casa estilo mediterráneo, pasaban a una amalgama que incluía cúpulas, columnas y puertas de bronce.
Disfrazadas de construcciones estilo mexicano, muchos otros centros residenciales adoptaron los gustos de los narcos para cotizarse mejor.
Fue el caso de Misión de los Lagos.
El salón principal del residencial está coronado por una cúpula enorme, visible a varios kilómetros. La mayoría de las mansiones ahí construidas lucen palmeras y otro tipo de vegetación tropical en sus jardines y en sus alrededores comenzaron a construirse también complejos de oficinas cuya base visual es de cristales oscuros.
Muchos otros fraccionamientos, de mayor o menor jerarquía social, fueron construidos antes y después, embebidos en el aroma rancio del mal gusto.
“A partir de ahí se rompe una de las condiciones sine qua non en una obra arquitectónica. Tampoco están siendo fieles a un momento histórico. Lo están siendo desde un punto de vista de ostentación de los narcos, pero no se trata de hacer de la temporalidad de cualquier ciudad un momento histórico en el que haya un grupo específico con las características de ellos”, dijo entonces Amaral.
Fue un boom que comenzó a principios de la década de 1990. Desde entonces, según registros del Colegio de Arquitectos, la fiebre por construir casas y negocios con pilares, mármoles, espejos, columnas y cúpulas se dejó sentir hasta hace muy poco tiempo.
Hoy esa fiebre ha decrecido, no tanto por cuestiones de moda, sino por una crisis generalizada, que tocó también a los traficantes e droga, o a una parte de ellos.
Pero los palacios ahí siguen, inmortalizando una época de esplendor que horrorizó a los urbanistas.