Los cuerpos para desfogarse están al alcance de un teléfono. Los anuncios en los diarios locales son tan numerosos, que hace tiempo desplazaron a los vendedores de otros servicios menos pecaminosos.
Hace 15 años, su operatividad guardaba las apariencias. Pero el disfraz de las salas donde se ejerce la prostitución, simplemente se ha caído.
Ciudad Juárez vive la realidad de los tiempos: una crisis permanente, como la de todo el país, ha hecho florecer el comercio de la carne en todas sus modalidades.
Los cuerpos para desfogarse están al alcance de un teléfono. Los anuncios en los diarios locales son tan numerosos, que hace tiempo desplazaron a los vendedores de otros servicios menos pecaminosos.
Venderse por teléfono celular es una actividad que preocupa a las autoridades, que pierden así el escaso monitoreo de mujeres y hombres que ofrecen sus cuerpos.
Pero ese rostro inasible de la prostitución es todavía la menor de las muestras. Las salas de masaje son, realmente, como en muchas ciudades mexicanas, el verdadero emblema del comercio carnal.
Desde luego, no hay novedades. Sin embargo, la conducción comercial de esos negocios camina siempre sobre la tenue línea de la ilegalidad, y por más de tres lustros las autoridades han sido incapaces de darle una coherencia al discurso con la ley.
En 1998, Jorge Muñoz, el funcionario de la Dirección de Comercio Municipal encargado de vigilar la operatividad regular de las salas de masaje, dio el que juzgó el menor de los argumentos para definir la postura del gobierno.
“Es mejor tener a las mujeres bajo control médico, por aquello de las enfermedades transmisibles por contacto sexual”, dijo a un reportero de Norte.
“Aunque sabemos que la mayoría de los casos el verdadero fin de las 34 salas de masaje registradas ante el municipio, y otras que operan clandestinamente, es el comercio carnal, para nosotros es muy difícil comprobar que se prostituyen”. Fueron palabras que sonaron más a pretexto.
Cualquiera que tome un teléfono o se apersone en cualquiera de las “salas de masaje” puede comprobar lo que Muñoz vendió como misión imposible.
En sala de masajes Marisol, en Ejército Nacional y Plutarco Elías Calles, no hay siquiera prudencia.
En su anuncio clasificado, la propietaria del local promete relajación absoluta: “¿Estás estresado? Toma un relax. Promoción $200.00. Háblame”.
La promoción no se disfraza con artificio alguno: por ese dinero, el cliente, dice la mujer que responde el teléfono, tiene derecho exclusivo a una relación sexual. Si además de eso quiere un masaje, la promoción termina: el paquete alcanza un costo de 300 pesos.
La oferta de masajistas es atractiva. Todas, dice la encargada, oscilan entre los 19 y 35 años. Hay para escoger: delgadas, con curvas, morenas, rubias, trigueñas.
Son negocios sin control de ninguna especie. No pertenecen a la Cámara Nacional de Comercio ni a la de la Industria de la Transformación. Su registro es exclusivo en el municipio, pero ahí tampoco se les tiene debidamente reglamentados.
Hasta hace poco, la Dirección de comercio tenía registradas a 18 salas. Una cantidad mínima en el conjunto local.
Pero en todas ellas, las autoridades dijeron haber comprobado que el giro era realmente el masaje y no la prostitución. Aunque el argumento para desterrar la sospecha del ejercicio de la carne, era demasiado vago, o mañoso: la dificultad eterna que se tiene para demostrar que, en efecto, ahí las mujeres se prostituyen.
Manuel Carrasco, el síndico de la anterior administración pública del municipio, detectó fallas en las reglamentaciones que permiten la operación de las salas de masaje.
“Se va a normar el sentido, de que eso es una vox populi, de que no son salas de masaje, son prostíbulos”, declaró.
Pero no pasó nada. Y el dinero parece la causa.
El mismo día en que Carrasco hizo públicas esas irregularidades, María Antonieta Venzor, la entonces directora de la Canaco, justificó así el disfraz de las salas de prostitución:
“La prostitución es uno de los oficios más antiguos del mundo, y sabemos que hay muchos oficios y actividades ligadas a ésta que se desarrollan al margen de la ley porque que son muy productivos.
“La prostitución no es un delito que está tipificado en el Código Penal, como es el caso del lenocinio. Es un problema social que como tal se debe atender”.