El cerillo camina tras haber concluido los funerales de su defensor. Los minutos previos fue sacudido por un llanto mientras rendía honores al féretro. La tristeza perdura, comenta rumbo a su camioneta, que estacionó a las afueras del panteón, donde ya no cabían vehículos. “Me sentí muy triste y muy agradecido, por eso lloré. Para mi, él fue como un padre”.

La tarde del miércoles 25 de enero, Víctor Javier García Uribe llegó exacto a su casa para cumplir la rutina de todos los días. Faltaban pocos minutos para las siete cuando atravesó la puerta de entrada con la idea fija de darse un baño y luego tomar sus alimentos antes de marcharse a dormir. Habían transcurrido dos horas y media desde la ejecución de su abogado Sergio Dante Almaraz, y a pesar de que la noticia se mantenía viva en las estaciones de radio y televisoras locales, El cerillo no sabía nada. Fue en el instante mismo en que le vieron llegar, que lo enteraron con la misma brutalidad de los disparos. “¡Acaban de matar al licenciado, Víctor!”

En la pantalla, la imagen nebulosa del abogado lo puso al borde de la enajenación. “Fue un impacto muy grande”, dice. Apenas el martes, Sergio Dante Almaraz lo había buscado tras días de ausencia. Quería que ambos acudieran el jueves a un encuentro con parte de la Plataforma de Artistas Españolas, que documentaba la deformación judicial en el homicidio de mujeres. Ellas estuvieron el lunes en el antiguo campo algodonero donde se hallaron los restos de ocho víctimas, que la policía le adjudicó a él y a su compañero Gustavo González Meza, La foca, quien murió en prisión mientras aguardaba sentencia. Por eso buscaron la cita para el jueves a las cinco de la tarde.

“¿Qué si sentí miedo? No. El licenciado tenía, con perdón, pero no tengo otra forma de decirlo, el licenciado tenía unos huevotes, que mal haría yo en sentir miedo. Lo que sentí fue mucha tristeza y mucho coraje, mucho coraje. Me puse a ver las noticias en la televisión y de verdad que no creía lo que estaba viendo, me parecía increíble. ¿Cómo?”

El cerillo camina tras haber concluido los funerales de su defensor. Los minutos previos fue sacudido por un llanto mientras rendía honores al féretro. La tristeza perdura, comenta rumbo a su camioneta, que estacionó a las afueras del panteón, donde ya no cabían vehículos. “Me sentí muy triste y muy agradecido, por eso lloré. Para mi, él fue como un padre”.

Antes que González y Almaraz, el abogado que defendió a La foca, Mario Escobedo Anaya, fue igualmente asesinado por agentes de la Policía Judicial del Estado. Anaya fue abatido por balas de grueso calibre mientras huía a bordo de su vehículo, y a pesar de que unas fotografías periodísticas evidenciaron que los agentes sembraron balazos en sus automóviles para alegar un acto de defensa a sus vidas, la Procuraduría General de Chihuahua los exoneró de cualquier culpa. Es la forma de operar de lo que el mismo Sergio Dante Almaraz llamó la mafia del sistema judicial, que durante años, dijo en repetidas ocasiones, lo mantuvo bajo amenazas.

García le vive agradecido por enfrentarse a ellos hasta lograr despojarlo de la sentencia condenatoria de 50 años dictada por un juez. “Fue un hombre de enorme corazón: me defendió por más de cuatro años sin cobrarme un solo peso. Él sabía que su ética era más grande en mi caso”. El 14 de julio, cuando dejó la prisión, ambos aparecieron serios ante las cámaras de televisión a las que acudieron esa misma noche para proclamar uno de los mayores logros en la defensa de un inculpado por el sistema. La última vez que se les vio juntos en pantalla, fue antes de la Navidad, a bordo del nuevo autobús de transporte público que opera El cerillo. Esa vez, los dos estaban felices.

Desde la tarde del miércoles en que se enteró abruptamente del asesinato, García estuvo inquieto, pero nunca como ayer. Fue el primero en salir del templo en que se realizó la misa de cuerpo presente. Abrió las puertas y caminó apresurado rumbo a su camioneta, que dejó a un lado de la carroza negra, situada justo a la entrada principal. Sudaba mientras encendía un cigarro aplastado y sus ojos temblaban por la excitación. “Me siento muy mal”, dijo. Era el único en camisa de verano y también el único vestido de blanco. “Me vestí así porque creo que así se visten los ángeles, y él es un ángel”.

Antes de la llamada del martes en la que acordaron verse con las españolas, Sergio Dante Almaraz lo invitó a comer a su casa. “Siempre se preocupaba por mi”, dice El cerillo. La invitación quedó abierta, porque las obligaciones de uno y otro para con su trabajo jamás dejó espacios coincidentes para el encuentro. “Estoy muy impactado, deveras. Él no merecía morir así, de manera tan cobarde, ¡qué cobardes fueron! Al valiente buscan siempre matarlo por la espalda”.

Lleva un par de horas con la misma goma de mascar entre los dientes y ha fumado hasta exprimir la cajetilla vacía al final de las honras. “Para la gente grande, una muerte grande. Él no se fue de una manera sencilla”, dijo uno de los hijos del abogado antes de que descendiera el féretro. García piensa lo mismo. “Él es una inspiración. Me inspiró para no temerle a nada ni a nadie, a no tener miedo”. Desde las siete de la tarde del miércoles no ha vuelto al volante de su camión. Decidió parar todo hasta cruzar el duelo. “El lunes regreso a mi vida normal”, dice.

-¿En verdad no tienes miedo?
-No.

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