El 16 de marzo medio centenar de rancheros mexicanos cruzaron las garitas norteamericanas para descansar en el parque estatal Pancho Villa, que inauguraba un museo y nuevas oficinas. El acto se ha convertido al paso de los años en una expresión de la amistad de dos culturas, tanto así que la invasión de las huestes de Villa, hace nueve décadas, sirve como pretexto para soldar identidades, más que dividirlas. Pero Columbus se ha convertido también en uno de los puntos de mayor vigilancia federal en el lado norteamericano. Por allí cruzan lo mismo indocumentados que droga, que sostienen una empresa criminal. ¿Cómo resuelve el pueblo y sus autoridades el dilema?

Hace horas que los Minuteman aguardan la llegada de reporteros en la plaza principal de Columbus. El día previo fueron obligados por la policía local a tramitar un permiso para disponer de ese lugar público, en donde ejercerían su derecho a la libre expresión. Puede que su posición bastante bien definida haya sido causante del desaire de los medios que convocaron. O quizás que el pequeño poblado, en el que 90 años atrás irrumpieron las fuerzas de Francisco Villa, fue una mala elección ahora que las autoridades y los habitantes del lugar enaltecen su condición bicultural y el respeto a la diversidad.

“Han llamado reporteros de algunos periódicos de Nuevo México y de Arizona, pero ninguno decidió venir a la reunión”, dice Eduardo Espinoza, el alcalde de 43 años de Columbus.

Desde la ventana de su oficina, ha estado expectante. Una semana antes, algunos líderes hispanos le solicitaron permiso para disponer también de la misma plaza. Ellos pudieron convocar a gran parte de los habitantes del poblado y a la prensa regional, ante quienes expusieron su apoyo al movimiento de los inmigrantes latinoamericanos en el resto de la Nación. Pero ahí no hay más que los ocho hombres y la mujer, todos anglosajones, que abandonaron temporalmente sus puestos de vigilancia para asistir al acto de contraofensiva. De las cuatro horas que estarían en la plaza, tomaron la decisión de recortarla hora y media porque nadie acudió a su llamado.

Los Minuteman deben su nombre a un grupo de civiles conjuntado con fines defensivos a mediados del siglo XVII por los colonos de la bahía de Massachussets, y se bautizaron así, por la capacidad de reacción inmediata que poseían. Desde mediados del 2005, otros civiles, la mayoría veteranos de guerra, decidieron agruparse y emplear el nombre de los antiguos defensores, para emprender un patrullaje a través de la frontera, cuyo propósito es cerrarle las puertas a criminales y terroristas y contener la inmigración de indocumentados, principalmente mexicanos, una función que, dicen, no garantiza el gobierno federal de su país.

Columbus hace frontera con Palomas, un seccional convertido en el mayor centro poblacional del municipio de Ascensión, con alrededor de seis mil habitantes. Es un puerto fronterizo ubicado 100 kilómetros lineales al poniente de Ciudad Juárez, que paulatinamente suplió el eje de su economía agropecuaria por el tráfico de indocumentados y de droga. En sus inmediaciones existe un rancho conocido como las Chepas, a través del cual han cruzado rumbo a Estados Unidos personas por más de medio siglo, pero que apenas el año pasado sirvió como pretexto para que el gobierno de Nuevo México decretara un estado de contingencia, que al final derivó en una mayor presencia de la Patrulla Fronteriza, en una enardecida operación de grupos antiinmigrantes y en la demolición, de este lado, de varias ruinas que daban cobijo a miles de emigrantes mexicanos.

“Aquí todo sigue igual. Lo que pasa en las Chepas, es algo que todos sabemos”, dice el alcalde de Columbus, un demócrata que recién tomó posesión el mes pasado y cuyo abuelo fue indocumentado en la década de 1920, cuando llegó procedente de Parral.

Las palabras de Espinoza pueden sonar ambiguas para alguien que desconozca la historia de la región. Se trata, sin embargo, de un testimonio alusivo a la eterna ilegalidad del rancho, que desde finales de la década de 1970 fue ruta principal en el cruce de mariguana, y que en los años posteriores fue empleada para la introducción de cocaína. Durante dos décadas, autoridades mexicanas, ya sean del estado o de la federación, han realizado operaciones que oficialmente buscaron desarticular organizaciones criminales, y que al final resultaron en nada. Lo que allí se ve, es lo mismo que puede atestiguarse en cualquier ejido perdido en las tierras áridas que componen los tres mil 200 kilómetros de frontera: una industria millonaria de la que se sirven no solamente pobladores y traficantes de drogas o humanos, sino la misma autoridad.
El ajetreo fijado por los emigrantes es una escala menor de lo que ocurre en Sonora. Palomas es una ciudad pequeña, en la cual se articulan los cruces por el desierto, igual que ocurre en Altar o en Caborca, desde donde se desplazan indocumentados a los dos puntos de mayor dinámica de cruce que existen en la frontera de México y Estados Unidos, el ejido el Sásabe y un punto más remoto conocido como la Puerta, que da hacia la reservación de los indios Papagos, o Tohono O’odham, como les llaman los norteamericanos, involucrados también en esa enorme red criminal. La industria ilegal no se esconde. Palomas cuenta con siete hoteles y más de 10 casas de huéspedes, transporte colectivo y conexiones de polleros que jamás se ocultan de la policía.
En septiembre, la drasticidad de vigilancia federal reclamada por Bill Richardson, el gobernador de Nuevo México, obligó al gobierno de Chihuahua a demoler varias fincas abandonadas que servían de refugió a traficantes e indocumentados en ciernes. Pero la medida no sirvió de gran cosa. En una ranchería donde su centenar de habitantes vive de los emigrantes, el derrumbe de las ruinas y los antecedentes noticiosos contribuyeron al aumento del negocio. Hoy los dueños de las pocas casas que siguen en pie venden resguardo a una nutrida concurrencia que conoció de las Chepas por la gran cobertura mediática que se le dio.
“En realidad, la situación sigue en lo mismo”, insiste el alcalde de Columbus. “tenemos más patrullas del estado y del gobierno federal, la migra y otros departamentos, pero el ambiente sigue igual: no hay más ni menos gente pasando”.
El 16 de marzo, Espinoza fue uno de los invitados de honor en la inauguración del museo y las nuevas oficinas del Parque Estatal Pancho Villa. Se trata de un complejo que costó 1.7 millones de dólares al estado, y que es hasta hoy el más ambicioso proyecto dentro del parque de 54 hectáreas, en cuyos límites patrullan los Minuteman. Es una gran contradicción, pero válida, según Armando Martínez, el encargado del parque.

“Ellos están en su derecho y solicitaron nuestro permiso”, dice refiriéndose al grupo antiinmigrante. “Y aunque este es un parque que celebra la unión de dos pueblos, estamos en un país de leyes que respeta la libre expresión”.

Martínez es de origen mexicano y con antepasados que emigraron sin documentos, como el alcalde Espinoza, quien fue subalterno suyo en la división de parques estatales. También nació en Columbus, y a través del tiempo ha sido testigo del imparable flujo de indocumentados por su región. Siente orgullo de que los latinoamericanos por fin hayan unido fuerzas para reclamar derechos, pero guarda cautela, porque en su posición no le queda sino ceñirse a lo que marcan los estatutos, dice. Hasta ahora, los Minuteman no han cometido excesos dentro del parque, y tampoco han emprendido ofensivas violentas como se manifestaron las semanas recientes en otros puntos del país.

“Hay que tener mucho cuidado en elegir las palabras para opinar de un tema tan delicado”, dice el alcalde Espinoza. “Es una situación muy delicada, no sólo para los hispanos que están aquí, sino también para los que quieren venir. Yo les digo a mis chavalos que somos hispanos, que su mamá viene de México, y que no pueden olvidarse de sus raíces”.

El ánimo en Columbus, donde 80 por ciento de la población es de origen mexicano, es verdaderamente una cuestión de sensibilidad, y Espinoza lo vive en casa. Él tiene una hija adolescente, de 14 años, que considera como criminal a quien se interna sin documentos a su país. Pero al mismo tiempo, dice su padre, tiene conciencia de que todos ellos llegan buscando la sobrevivencia.  Es un conflicto que parece diseminado en toda la Unión, y al mismo tiempo es el detonante de la gran tensión que comienza a vivirse. Apenas el viernes, Antonio Villaraigosa, el alcalde de Los Ángeles, reveló al diario La Opinión, que ha sido amenazado de muerte por grupos extremistas, quienes ya incendiaron un restaurante mexicano en San Diego y han querido amedrentar a otros líderes y políticos hispanos.

“No creo que sea una situación de ‘nosotros contra ellos”, dice Espinoza. “Este es un país de inmigrantes, y lo que pasa es que mucha gente que tiene muchos años se olvida que provienen de inmigrantes, y eso incluye a los hispanos”.

Los Minuteman quemaron una bandera mexicana los días previos. Pero el ala que opera en Columbus no ha llegado tan lejos. De hecho, la conferencia del jueves era para fijar su postura en contra de los movimientos de los inmigrantes mexicanos, sobre todo, y no pudieron hacerlo. En las Chepas, una brigada contratada por el gobierno federal comenzó a colocar postes para sustituir la barda de maderos y alambrado con púas que marcaba la frontera. Se pretende una obra de 17 millas, unos 23 kilómetros, que servirán, dice la autoridad, para contener el flujo de indocumentados. Los Minuteman estarán allí, también, cumpliendo una función que consideran útil, pero que en verdad estorba, dice Espinoza que le dijo un amigo suyo, que es patrullero fronterizo en la zona.

“No creo que vaya a haber problemas aquí”, dice, apoyado por el desaire del pueblo a la convocatoria del grupo extremista y a los comentarios que le hizo su amigo el migra. “Y no lo creo, porque además tenemos muchas leyes, y se respetan. Pero yo si quiero decir algo, que Columbus no es una zona de contingencia, como dice el gobernador, y quiero decirlo porque esta ley nos ha afectado en el comercio, porque ya no viene tanta gente, y eso quiero dejarlo muy claro: aquí las cosas están como siempre han estado, sin problemas”.

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