Peritos del Servicio Secreto estadounidense y del Banco de México coincidieron en sus dictámenes: Newton Peter Van Drumer fue uno de los mejores falsificadores de dólares en el mundo.
Desde su cuartel general de la colonia Satélite, en Ciudad Juárez, este canadiense de origen holandés introdujo en el mercado financiero: 20 millones de dólares en billetes fabricados de su propia mano.
Cuando fue detenido por agentes de la Policía Judicial del Estado, el sábado 26 de febrero de 1989, Van Drumer tenía en su poder una enorme remesa de billetes verdes recién impresos. He aquí la historia de uno de los genios de la falsificación que tuvo por sede a esta fronteriza ciudad.
Era una casa común, o casi. Las paredes de un verde diluido por el sol, la única ventana frontal permanentemente cubierta por una pesada cortina y la puerta de acero de la entrada no la distinguían mucho del resto. En todo caso, la basura y el polvo de la acera le daban un aire de abandono. Aun así, era la más famosa de la cuadra.
Su morador, un hombre de aspecto amable, rubio y regordete, era tan excéntrico como el enorme poste de madera que la compañía de luz había incrustado por el techo, a mitad de la pequeña estancia de la finca. Sus vecinos de Ciudad Satélite, una colonia popular al oriente de Ciudad Juárez, jamás conocieron su nombre. Todos le llamaban El gringo loco.
Newton Peter Van Drumer estaba muy lejos de ser lo que aparentaba. El canadiense de origen holandés era, sin que nadie sospechara, uno de los falsificadores más talentosos de la historia reciente, que logró colocar más de 20 millones de dólares en gran parte del continente. Y la casucha insignificante por la que nadie daba nada, era su centro de operaciones.
Van Drumer, que empleaba como alias el nombre de Roberto Schultz, fue apresado el sábado 26 de febrero de 1989 por agentes de la policía judicial. No tuvo coartada. El comando que penetró a la vivienda lo halló parado sobre una de sus máquinas impresoras, cambiando placas, y en el resto de las habitaciones dio con la evidencia más comprometedora: 50 millones de dólares falsos.
Desde 1986 en que se instaló en el 1812 de la calle Júpiter, la fabricación industrial de los billetes permitió al Cártel de Medellín lavar fortunas en Centro y Sudamérica, e inundó mercados cambiarios de Guadalajara, Monterrey, Torreón, Juárez y casi toda la frontera sur de los Estados Unidos, además de Panamá.
Estuvo a punto de ser el mejor de todos los tiempos. El Servicio Secreto de los Estados Unidos de hecho lo cataloga como el cuarto falsificador más grande del siglo. A sus dólares les faltaron un par de detalles microscópicos para ser perfectos. Por eso, cuando rindió su declaración ministerial, no tuvo empacho en decir que no era un criminal, sino “un artista”.
LA IGLESIA EN MANOS DE LUTERO
Los orígenes criminales de Van Drumer se encuentran en Illinois y Minnesota. Ahí se sabía que era profesor de diseño y un hombre sumamente culto que consumía libros de filosofía. Pero, en realidad, dedicaba horas intensas a perfeccionar falsificaciones de documentos de gobierno, algo que a principios de los 80´s le llevó a prisión por primera vez.
Sus padres, Luck Van Drumer y Laura Bula, dos inmigrantes holandeses que llegaron a Canadá en los albores del siglo, fueron parte fundamental en su formación intelectual, han dicho autoridades norteamericanas.
De su natal Ontario emigró joven a Chicago, una metrópoli que le ofrecía todo lo que había soñado. Es lo que se sabe de su vida.
Renuente a hablar del pasado, Van Drumer ha platicado su historia de tal forma que él mismo tejió parte de su leyenda.
“En realidad soy una víctima del gobierno de los Estados Unidos”, dijo a las autoridades mexicanas tras su captura.
“En 1982, cuando estuve en una prisión en Minnesota por falsificar documentos oficiales, me pusieron en una imprenta donde hice lo que quise. Era un taller dentro de la penitenciaría en donde se imprimían documentos oficiales, por lo que mi envío ahí fue una aberración: era como enviar un chivo a que cuidara la lechuga o como poner la Iglesia en manos de Lutero”.
Ahí trabajó con la misma concentración de los años en libertad, y aprendió los secretos necesarios que, con el tiempo, pulió tanto que mantuvo en jaque a los gobiernos de media docena de países. Sin embargo, -dijo a cuanto reportero atendió-, sus conocimientos fueron aprovechados por las mismas autoridades.
“En realidad se trató de una maniobra maquiavélica. El gobierno de Estados Unidos me utilizó para desprestigiar a una de sus dependencias: el Departamento de Inmigración y Naturalización de los Estados Unidos”.
Su versión jamás fue confirmada por autoridad alguna de ese país, aunque tampoco desmentida.
En 1985 obtuvo su libertad condicional. Pero las actividades que desarrolló una vez fuera de prisión son tan desconocidas como su adolescencia y niñez. La movilidad de la que gozó jamás inquietó a nadie. Así, en 1986 decidió romper de nueva cuenta la ley, y faltó a su palabra de arraigo territorial para escapar hacia México.
La ciudad a la que llegó le resultó un paraíso: una tierra inundada de dólares provenientes del narcotráfico en la que sus falsificaciones pasarían inadvertidas.
EL VECINO QUE NO HACE RUIDO
Se le veía salir poco, regularmente de noche o muy temprano, a la par que el sol. Van Drumer había contraído nupcias con una mexicana mucho más joven llamada Alicia Vázquez, a quien tampoco le gustaba exhibirse. El comportamiento de ambos era un contraste con el ajetreo del vecindario. Ningún ruido, ni música ni televisión, ni fiestas ni escándalos.
“Era un viejo tranquilo. Cuando estaba uno afuera cruzaba y saludaba, pero nada más. Nunca se paró a platicar con nadie, y su mujer menos; ella sí que no hablaba”, dice Alejandro Álvarez, quien fue vecino de la casa más próxima a la que ocupó el matrimonio.
El hombre siempre vistió overol. La grasa en la ropa y las manos nunca lo delató. Al contrario. La gente lo creía mecánico de algún taller al otro lado del río. Pero el motor que aceitaba a diario no era el de ningún automóvil, sino el de la silenciosa máquina en la que imprimía sin descanso billetes de 5, 10 y 50 dólares.
Las impresiones logradas por Van Drumer eran arte puro. Los peritos del Servicio Secreto y del Banco de México coincidieron en sus dictámenes. En la escala de la perfección, las réplicas alcanzaban el ocho. El papel utilizado por el falsificador era ligeramente más delgado que el empleado por el Departamento del Tesoro, un detalle que desaparecía con el uso corriente. La única particularidad pendiente eran las milimétricas fibras de puntos divergentes que tenían los dólares reales de ese tiempo.
La forma en que logró esa aproximación, la cuarta más pulida en la historia de las falsificaciones recientes, según los expertos, dio origen a un proyecto de gobierno que a principios de los 90 trabajó en el diseño de nuevos billetes cuya reproducción es casi imposible.
En 1996, los departamentos de Hacienda y del Tesoro en conjunto con la Oficina de Imprenta y Grabado lanzaron a las calles los nuevos billetes de esa generación. Los primeros en salir fueron los de 100 dólares. En los años siguientes se pusieron en circulación los de 50 (octubre del 97), 20 (septiembre del 98) y cinco dólares (noviembre del 99).
Las innovaciones del nuevo papel moneda atendieron los flancos débiles de antaño. Se trabajó en aspectos visuales que ahora hacen más fácil la identificación de los falsos a simple vista: un sistema de gota que permite ver a contraluz el rostro impreso en el papel, el retrato deliberadamente fuera de foco para provocar una ilusión borrosa, un hilo finísimo que cambia de color según la posición del portador y una línea multitono difícil de imitar.
EL HOMBRE ES UN ARTISTA
Es probable que esos candados no logren desanimar a los grandes falsificadores. Van Drumer era de los que creían que su trabajo era una combinación de técnica y estudios prolongados, pero también presumía de un don especial que le permitía alcanzar grados de excelencia.
“He dedicado muchos años de mi vida a perfeccionar mi técnica. Falsifico billetes y documentos desde hace mucho tiempo. Pero, para ser sincero, debo decir que inicié con esto antes, porque tenía tendencias subconscientes”, dijo en 1990, cuando se le dictó sentencia.
Lejos de abrumarse por su detención, el holandés, como le apodó la prensa, sentía un gran orgullo por lo que él mismo llamaba su obra.
“No sé si soy un artista o un tonto… aunque me inclino a creer lo segundo y no lo primero, porque si fuera inteligente no estaría aquí”, solía decir.
Lo único que lamentó siempre fue la interrupción de una técnica en la que trabajaba los meses previos a su detención, pues con ella, decía, ni el mejor de los peritos del mundo hubiera podido detectar la falsedad de la moneda.
Durante tres años ese pequeño detalle no hizo falta. Entre octubre de 1986 y febrero de 1989 colocó en las calles más de nueve millones de dólares falsos, según cálculos de las autoridades. Él mismo hablaba de la circulación de al menos 23 millones.
La primera camada que envió fue de 180 mil dólares, el 13 de octubre de 1986. Los dólares, colocados en bolsas de hule, los entregó a uno de sus socios, un juarense llamado Juan Serna. El dinero se internó sin problemas en El Paso, Texas, pero el flujo se vio interrumpido meses más tarde, cuando agentes del Servicio de Aduanas detuvieron a Serna en poder de un cargamento de cocaína.
La circulación de los dólares en esa ciudad era la prueba de fuego que esperaba Van Drumer. Animado porque ninguno de ellos fue detectado, buscó una de las plazas con mayor circulante del país. En noviembre de ese mismo año, introdujo un millón de dólares en Monterrey, y en un segundo envío colocó otros 600 mil. Sin embargo, Gaspar Gutiérrez, el hombre que los trasladó, fue también detenido con droga. El ejército lo arrestó en Torreón.
La detención lo puso en alerta. Durante 1987 la producción de dólares se suspendió. Pero el 23 de diciembre de 1988 reanudó la impresión con una intensidad bárbara. Ese día envió 970 mil dólares a Monterrey, y en enero y febrero puso en las calles de Guadalajara, Juárez y Chihuahua cerca de cinco millones más. Su imprenta era la máquina de los huevos de oro.
LOS ERRORES DEL HIJO MENOR
El vínculo de su actividad con el mundo de las drogas no era circunstancial, o al menos así pensaban los investigadores. El hecho de que dos de sus principales colaboradores hubieran sido detenidos en posesión de mariguana y cocaína, significaba que ambas actividades andaban la misma vereda que conducía por atajos a la vida pública sin tanto riesgo. A pesar del tamaño de la industria ilegal del falsificador, nadie sospechó el nivel de sociedad que había tejido.
Van Drumer se encargó de poner en su dimensión justa la propagación y el vehículo que representaban sus billetes: varios de ellos, millones aún sin cuantificar, habían sido empleados por los cerebros financieros del Cártel de Medellín, entonces la organización criminal más poderosa del orbe.
De las miles de pacas de dólares falsos que encontró la policía en la casa de Ciudad Satélite, al menos 25 millones eran encargo directo de la organización, reveló José Refugio Ruvalcaba. El dinero falso serviría, según el comandante de la Policía Judicial de Chihuahua, para facilitar el lavado del dinero producto de la venta de droga.
Ruvalcaba no concluyó la investigación en los tres años siguientes que se mantuvo al frente de la corporación, y no lo hizo jamás. En diciembre de 1993 fue liquidado por otros barones de la droga junto a dos de sus hijos.
Van Drumer tenía todo medido. Su idea era reunir 20 millones de dólares de los buenos, para luego retirarse a vivir a cualquier paraíso terrenal. A sus 62 años, los que tenía cuando se le capturó, guardaba un corazón frágil y enfermo. Su genio no se agotaba, pero carecía de fuerzas para seguir al frente de un imperio millonario que, sin embargo, disponía de muy pocos soldados.
Al llegar a Juárez y trazar su plan criminal, pensó muy bien las cosas. No era necesario involucrar a muchas personas en algo que requería más cerebro que manos. Así que se valió de uno de sus cuñados, y tíos y primos de su mujer. Un organigrama breve, apenas de seis miembros.
Aun así, el núcleo fue roto de la manera más impredecible: uno de sus hijos, menor de edad, salió una mañana con algunos dólares de fabricación casera y se lanzó a las calles para gastarlos.
El 13 de mayo de 1988 el hijo del falsificador fue detenido por la policía después de que intentó vender algunos billetes en una casa de cambio. Durante unas horas se le sometió a interrogatorios, pero no pudo arrancársele más que un dato verdadero: su nombre.
Con el billete e identidad en su poder, la policía compartió informes con las autoridades norteamericanas. Meses después, cuando los datos fueron verificados en los sistemas de cómputo, el Servicio Secreto supo del paradero de Van Drumer, cuatro años después de que violó su libertad condicional en Minnesota. No fue todo. A finales de ese año, Luck Van Drumer, su padre, también fue detenido en posesión de casi cien mil dólares falsos.
El viernes 24 de febrero, luego de varias semanas de coordinación, se acordó el plan del día siguiente: se llegaría temprano en vehículos civiles, sin sirenas, y se procedería a penetrar a la imprenta de la calle Júpiter.
Van Drumer llevaba horas encerrado. Sus vecinos dijeron que durante días vieron sólo entrar y salir a su mujer. Trabajaba en la elaboración del pedido que supuestamente le habían encargado los colombianos, y por eso ni él ni sus socios se percataron jamás de la presencia de los agentes. Lo sorprendieron en total faena.
“Estaba parado ante las prensas, imprimiendo billetes falsos cuando se penetró a la vivienda”, dijo Bill Driscoll, el agente de la Oficina del Servicio Secreto en El Paso, que tomó parte de aquella operación.
Así, sin falsedad, terminaron sus días de falsificador.
QUINIENTOS DOLARES AL AMIGO PRESO
El aire ardía la tarde en que Van Drumer dejó la prisión, el 29 de agosto de 1999. A sus 73 años movió con esfuerzo su gigantesca figura. 1.80 metros y 120 kilos no bastaban, sin embargo, para despojarlo de la imagen de granjero bondadoso.
Los 10 años y seis meses que vivió en el Centro de Readaptación Social de Ciudad Juárez lo dejaron exhausto, a pesar de la promesa que hizo aquel lejano febrero de 1989. “Mi único propósito será dormir 24 horas”, había dicho. “Es todo de lo que tengo de que preocuparme”.
Con 10 operaciones para mantenerle vivo el corazón, Van Drumer latía sólo por sus recuerdos y las amistades nacidas en cautiverio. Una de ellas, quizá la más polémica, con otro genio: Abdul Latif Sharif, un químico egipcio a quien se le tiene como asesino de varias mujeres.
Convencido de la inocencia de su amigo, a principios del 2001 le envió dinero para sortear los gastos de sus defensores. Desde su exilio en Chicago, en donde vivía de la asistencia pública en espera de su muerte, Newton Peter Van Drumer le envió 500 dólares.
Dólares buenos, verdaderos, de los que no pudo reunir 20 millones, cantidad que le parecía poca cosa una década atrás.