“Para quienes viven en el Distrito Federal, Juárez es como “el patito feo” de todas las ciudades. El ejemplo constante de lo malo, de los asesinatos, del narcotráfico, del pésimo vivir. Pero no es así, en Chihuahua hay gente que vive en paz, productiva, trabajadora, que educa a sus hijos, los apoya y los enseña a ser hombres”.
 
TESTIMONIO    

Almargen.com.mx
Ciudad de México

Hace ya mucho tiempo, alrededor de 17 años atrás, conversaba con un desconocido en la  barra de una cantina.

En ese entonces, en Ciudad Juárez la hora de cierre para los “tugurios” era mucho más amplia, las 6, las 7, las 8 de la mañana. No importaba realmente.

Eso que ahora llaman “feminicidios”, no ocurría, o por lo menos nadie se daba cuenta y tampoco los explotaban. Los asaltos eran inusuales y no existía ésta violencia que hoy “mata” a mi tierra.

Ese desconocido, me decía que él nunca viviría con sus hijos en una ciudad como Juárez, que era evidente la inseguridad que se daba en todos lados.

La vida de noche, las cantinas, la droga, el alcohol, las pandillas, todo eran una justificación para él.

Entonces, y con apenas 18 años de edad, le contesté con firmeza que nunca había percibido a mi ciudad de esa manera. Crecí en una colonia brava, la Hidalgo.

Y me extendí, nombrando a mi padre, el profesor Manuel Guaderrama, y a mi madre, por supuesto, Graciela Miramontes, para decir que una educación familiar puede ser todo o nada a la hora de ser un buen hombre.

Que pese a vivir en un entorno en el que Los Ortizes, los Gatos, los Uruguaynos y los demás pandilleros se daban con todo, mis valores y afán de supervivencia me habían alejado de todo eso.

Tenía respeto por la vida, por los símbolos patrios –cantar el himno nacional en la escuela primaria Cuauhtémoc era un honor–, pero sobre todo, y vuelvo a repetirlo, amar el entorno de una familia que finalmente fue moldeando mi vida y existir.

En 1996, decidí venir a la Ciudad de México a probar suerte. No me ha ido mal. Conozco y veo todos los días de la violencia que envuelve a esta megametrópoli.

Para quienes viven en el Distrito Federal, Juárez es como “el patito feo” de todas las ciudades. De lo que no debe ocurrir. El ejemplo constante de lo malo, de los asesinatos, del narcotráfico, del pésimo vivir.

Penosamente, esa imagen se trasladó a otras regiones del estado. Los crímenes contra mujeres ya no son algo exclusivo de la frontera, sino un denominador común de lo que acontece en Chihuahua.

Pero no es así, en Chihuahua hay gente que vive en paz, productiva, trabajadora, que educa a sus hijos, los apoya y los enseña a ser hombres.

En Chihuahua, también hay muchos mexicanos que viven en pobreza, y que morirán así de no cambiar nuestra forma de ayudarlos. Otros, que llegaron igual –y existen muchas historias de ese tipo–, tienen hoy lo suficiente para vivir bien holgadamente.

Hace poco, alguien me preguntó que si sería capaz de continuar viviendo en México y formar aquí a mi hija de 6 años. Le contesté que sí.

Me advirtió que esta ciudad, en la que tengo más de ocho años viviendo, es mala, que destroza, que aniquila.

Ver a mi familia: a mi hija y a mi esposa, me catapulta a otra dimensión. Esa precisamente es mi esperanza, y eso es lo que debería mover a mis paisanos juarenses.

En una de sus primeras películas, creo que Jesusita en Chihuahua, Pedro Infante entonó una canción cuyas estrofas quiero reproducir: “Porque a ti debo la vida, porque a ti debo mi amor, quiero ser agradecido pa´ cantarte esta canción. Ser del Norte es mi fortuna, ser formal mi pretensión, y así somos los del Norte, puritito corazón…”

* José Guaderrema Miramontes nació en Ciudad Juárez y hace 17 años que ejerce el periodismo.

Por admin

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