Por cada cuatro hombres, una mujer consume drogas en México. La forma en que evolucionó este fenómeno, es algo que el Estado prefiere esquivar: Para ellos no existe contingencia, a pesar de las dolorosas secuelas de la adicción. De Tijuana a Ciudad Juárez, de Chihuahua al DF, la mujer va con sobrecarga. No sólo la sociedad le ve y le juzga con mayor severidad que a los adictos, sino que las puertas hacia una eventual recuperación, le son cerradas justo por ese conservadurismo rancio. ¿Cuál es el escenario actual de ellas y el consumo? Nadie lo sabe, porque el gobierno tampoco ha empleado herramientas de medición confiables. Pero algunas investigaciones académicas, dan idea de esta enorme erosión.

La droga comenzó a llevarse la vida de muchas mexicanas, pero nadie advirtió el impacto hasta hace una década, cuando los registros de defunciones por cáncer de pulmón, sida y sobredosis iniciaron su escalada sigilosa hasta la cumbre de las amenazas letales para la mujer. El fallecimiento es, sin embargo, la consecuencia final de un consumo creciente, que en la antesala desgarra el tejido social.

En el transcurso de unos cuantos años, cerraron la brecha de consumo de drogas, legales o ilegales, que las distanciaban de los hombres. Si bien el país carece de herramientas confiables para medir la evolución, hoy se piensa que al menos ellas agotan la cuarta parte de mariguana, cocaína, crack, metanfetaminas, heroína y psicotrópicos que circulan en México, y los niveles aumentan cuando se trata de alcohol y tabaco.

El de las mujeres, es también un fenómeno de consumo desestimado durante años por el Estado. Desde la década de 1980, las estadísticas del sector salud -cuestionadas por su mala representatividad-, daban muestra del uso, casual o sostenido, de un considerable porcentaje femenino. El Centro de Integración Juvenil, la única instancia pública que atiende adicciones, estimó entonces que por cada doce hombres, había una mujer que se drogaba.

Lo que motivó el crecimiento de esos números tampoco tiene un respaldo documentado, dicen algunos investigadores. Pero hay coincidencias cuando se menciona el poder adquisitivo de la mujer, su nivel de independencia y el consumo de alcohol y tabaco, que aparecen como las drogas promotoras de adicciones mucho más complejas.

Ciudades como Tijuana y Juárez, fueron desde el nacimiento de la década de 1970, un indicador de lo que aguardaba al resto del país. Allí, la instalación de industria maquiladora abrió a las mujeres las puertas del mercado laboral y estableció con ello cambios inéditos dentro de la cultura de las familias mexicanas.

En muchos casos, el hombre dejó de ser figura imprescindible en el sustento del hogar. Y a la par que los niveles de consumo de drogas ilegales como la mariguana y los solventes en sectores masculinos, ellas tuvieron acceso como nunca antes, al alcohol y el tabaco.

“En las ciudades fronterizas, principalmente Tijuana y Ciudad Juárez, hay un paulatino involucramiento de las mujeres en el consumo de drogas ilegales por el fenómeno de los cholos”, dice el investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Hugo Almada, quien ha encabezado estudios sobre el impacto del uso de drogas desde mediados de la década de 1990.

Ambas ciudades ocuparon en su industria de manera casi exclusiva mano de obra femenina, hasta principios de 1980. Diversos estudios realizados desde entonces, las ubican como las urbes del país con mayor cantidad de madres solteras, y un cuarto de siglo después encabezan también las tablas de consumo per cápita de casi todas las drogas, ya sea entre adultos varones, adolescentes y mujeres.

Desde los resultados que arrojó la Encuesta Nacional de Adicciones en 1998, el consumo en ellas doblaba las cifras del resto del país, una tendencia que hasta el 2002, cuando se dieron los resultados de la más reciente medición pública, se mantiene casi inalterable: Tijuana registra un 14.7 por ciento de residentes que dijeron haber probado droga alguna vez, y Ciudad Juárez registra el 9.2 por ciento, seguida de Guadalajara con el 7.6 y el Distrito Federal con el 7.2 por ciento.

Apegados a los números formales revelados hace tres años, en México hay 3.5 millones de personas que alguna vez consumieron droga, sin incluir el tabaco y el alcohol, y la proporción es de cuatro varones por cada mujer. La diferencia entre ambos, sin embargo, es menor en el centro del país, donde por cada 3.3 hombres, una mujer declaró haber consumido estupefacientes.

Investigadores como Almada o Pablo González, el director de Investigaciones Sociales de la Universidad Autónoma de Baja California, dicen que esas cifras se encuentran muy por debajo de la realidad. Como sea, la cantidad de centros de rehabilitación, además de insuficientes son, la mayoría de las veces, inadecuados. Pero lo más grave que ellos ven, es la ausencia de recursos que aplica el Estado para resolver un fenómeno social cuya magnitud, juzgan impresionante.

En el 2000, González emprendió un censo de centros de rehabilitación en Baja California y pudo documentar la operación de 150, tan solo en las zonas urbanas. De ellas, la inmensa mayoría nacieron de asociaciones civiles y privadas, y trabajaban con escasa metodología profesional. De hecho, se trata más bien de grupos de autoayuda.

Eso impacta directamente en la comunidad femenina que consume drogas, debido a que es un sistema que se les cierra casi en automático.

“Las estrategias en esos centros no son acordes a la naturaleza de la mujer”, dice el sociólogo. “Se aplican metodologías muy generales, a las que comúnmente llegan varones llevados por la fuerza o que buscan el respaldo de otros adictos en recuperación. Pero muy poca gente acude de manera voluntaria, tal y como suelen hacerlo las mujeres que buscan ayuda”.

Las condiciones actuales vaticinan tiempos peores. El arribo a las drogas que han hecho adolescentes, incluye también a las mujeres. Lenta pero inexorablemente, la temprana incursión al consumo cerrará todavía más la distancia entre ambos sexos. La droga ilegal que prefieren las adolescentes es la mariguana, y a ella le siguen las metanfetaminas, la cocaína, los inhalantes y los alucinógenos, según la Secretaría de Salud.

Abiertos los caminos hacia un consumo cada vez más elevado, las mujeres tienen la paradoja de un sistema cerrado para su eventual recuperación. Y todo eso comienza a degenerar en lo social, donde ellas cargan con el estigma mayor y la responsabilidad que históricamente se les ha conferido como sostén de la moral dentro de la familia, dicen los especialistas.

El uso de la cocaína y otras drogas de fuerte estímulo, es señalado como uno de los elementos primordiales en la violencia intrafamiliar. Si la degradación que suelen experimentar algunas mujeres es dramática, la vida de los hijos de padres adictos, dicen que es peor.

Cada 19 horas, María del Socorro Roacho Delgadillo debe poner bajo custodia de la Procuraduría de la Defensa del Menor a un niño maltratado. Roacho es la responsable del Departamento de Trabajo Social en la Dirección de Seguridad Pública de Chihuahua, una ciudad cuya calidad de vida, dicen sus autoridades, se encuentra dentro de las cinco primeras de México.

Pero de cada tres niños que llegan a su oficina, dos sufrieron maltrato físico porque sus padres se hallaban influidos por alcohol o cocaína.

A partir del consumo creciente de cocaína, dice Hugo Almada, existe un incremento sostenido de violencia en Juárez y Tijuana.

“Un hogar en donde se consume coca, es un hogar degradado”, explica. “Eso lo he visto como terapeuta; es un componente del enorme desgarre social de una ciudad como Juárez, por ejemplo. La violencia intrafamiliar se ha disparado, viéndolo de manera general, a partir del consumo”.

Meses atrás, Almada se reunió con coordinadores de agrupaciones civiles que trabajan con niños maltratados. Él dice que el 70 por ciento de los casos eran por agresiones físicas y en todos, el agresor, que incluía también a mujeres, declaró haber actuado bajo el influjo de cocaína y alcohol.

El que mujeres y hombres sean consumidores habituales, influye también en las propias adicciones tempranas de sus hijos. En San Luis Potosí, por ejemplo, el Centro de Integración Juvenil registró aumentos alarmantes en los consumos de niñas y adolescentes. Desde el 2001, la cantidad de menores atendidos sobrepasó los 270 casos anuales.

Si bien las causas que detonan el uso de drogas son múltiples, como señaló el 26 de junio un informe del Instituto Nacional de las Mujeres, no se tienen cifras concretas que midan el impacto a partir de clases sociales. Todas son susceptibles de caer en adicción, a juzgar por el conjunto de factores que ellas mismas elaboraron.

La violencia y la pobreza, sin embargo, encabezan la lista de circunstancias que orillan al empleo de drogas y alcohol. Pero también influyen la desintegración familiar, la crisis de identidad, la frustración profesional, la presión de la pareja para que lo acompañe a reuniones donde el consumo es desmedido, la falta de oportunidades, el estrés, la idea de aumentar la capacidad del trabajo, y hasta el placer.

Sin embargo, a diferencia de los varones, la crítica social y familiar es inclemente.

“Las mujeres son señaladas mucho más que los hombres, porque en su cuerpo se han depositado valores de castidad, bondad, pasividad y sensibilidad, como parte moral de la sociedad humana: es por eso que las mujeres adictas mantienen en silencio el uso de drogas, lo que prácticamente las excluye de la posibilidad de prevención y recuperación”, dice el informe.

Lo que señalan tiene fundamentos diarios.

En diciembre, el director de la Unidad de Tratamiento de Consulta Externa del Centro de Integración Juvenil de Tijuana, Rafael Palacios Lazos, dijo que la incidencia de consumo entre mujeres madres de familia se convirtió en una preocupación prioritaria, debido a la repercusión que ello tenía entre sus hijos y parejas, y finalmente en la sociedad.

Esa carga de responsabilidad conferida a la mujer por el funcionario, fue algo que respondió de inmediato una regidora, Rosalba López Regalado, quién preside la comisión de Equidad y Género en el municipio.

“Socialmente está aceptado que un varón tenga el problema de adicciones y hay quien lo acompaña en su rehabilitación; puede ser su mamá, su esposa o su hermana, pero en el caso de las mujeres generalmente se quedan solas y no sólo no hay quién las apoye, sino que la misma sociedad las margina”, dijo.

El reproche social y familiar, creen algunos especialistas, ha incidido en aumentos de enfermedades crónico-degenerativas, nacidas del consumo de drogas ilegales, tabaco y alcohol.

Roberto Quiroz Sáenz es el epidemiólogo del Hospital de Zona número seis del Instituto Mexicano del Seguro Social. El año pasado, fue quién advirtió que el cáncer de pulmón y el sida, figuran entre las principales causas de muerte de mujeres en Ciudad Juárez.

En el municipio, el cáncer cervicouterino y el cáncer de mama, fueron rebasados hace tiempo en la escala de enfermedades funestas.

“Se pensaba que el cáncer de pulmón no existía entre las mujeres”, dice. “Pero por las circunstancias sociales de los malos hábitos y por el trabajo, favorece que se incremente y tenga cifras similares a las de los hombres”.

La realidad de Juárez es la del resto del país, a juzgar por un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El 99 por ciento de la población consumidora de cocaína tiene una historia previa de consumo de drogas como el tabaco, el alcohol y la mariguana, dice el estudio Historia Natural del Consumo de la Cocaína, realizado por la Facultad de Medicina y el Instituto de Psiquiatría Ramón de la Fuente.

Pero nadie que no sea investigador o adicto en recuperación permanente, repara en ello. Las mujeres, más que los varones, van a la deriva en el impredecible mundo de las drogas.

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