… Quien no ha besado en El Chamizal, no descubrirá jamás el verdadero encanto de Ciudad Juárez.
Dicen que quien no ha besado en El Chamizal, no descubrirá jamás el verdadero encanto de Ciudad Juárez.
No es más que un dicho local, aunque tampoco se trata de una exageración: día y noche las parejas sufren de impertinentes apariciones de policías que, dicen, cuidan el cumplimiento de las normas morales.
Pero las 330 hectáreas que constituyen el más importante parque de la ciudad tienen una historia menos romántica, que requirió de años de reclamos diplomáticos para que fueran devueltas a México.
Hasta 1848, la región careció de un sentido fronterizo. En ese año, tras firmarse el Tratado Guadalupe-Hidalgo, la frontera se estableció en la línea media del río Bravo.
Eran tiempos aquellos en los que las lluvias se abatían fuerte. En una crecida, meses después de firmado el tratado, una de esas precipitaciones hizo crecer el río al punto de modificar su cauce.
Los terrenos de lo que hoy es El Chamizal, quedaron entonces del lado norteamericano.
En 1867 México presentó el primero de los reclamos al gobierno de los Estados Unidos, y con ello dio inicio un largo proceso diplomático que terminaría casi 100 años después con la devolución de las tierras.
Es historia que a nadie importa. Al menos a nadie de los que ahí van a esconder sus amores secretos, o a sacar sus lujurias.
El Chamizal debe su nombre a la planta del chamizo. En el siglo antepasado, toda esa vastedad estaba cubierta de ella, algo que parece increíble hoy, cuando no se ve una sola de esas plantas por ninguna parte de la ciudad.
Pero también el chamizo era como se llamaba a las chozas construidas en la región, en los tiempos del México independiente. Eso dicen los historiadores.
Antes de que el río las colocara del lado norteamericano, parte de esas tierras pertenecieron a un particular llamado Pedro García, cuyo hijo Pedro N. García fue muchos años después alcalde de la ciudad. De las 330 hectáreas devueltas a México, 60 le pertenecían.
García fue el primero en reclamar las tierras al gobierno de los Estados Unidos tras el cambio del cauce, pero fracasó en su intento por recuperarlas.
En 1967, cuando fueron entregadas formalmente a México, nadie se acordó de él. Eso ocurrió hasta 1997, 30 años después, cuando el gobierno pensó en entregarle un reconocimiento al exalcalde e hijo sobreviviente de García.
El documento mediante el cual se formalizó la devolución de el Chamizal fue firmado el 28 de octubre de 1967 por los entonces presidentes Lyndón B. Jonson y Gustavo Díaz Ordaz.
La explicación del gobierno mexicano para no regresar las 60 hectáreas a los García fue simple, e irrevocable: México debió comprar terrenos que luego permutó por un trozo de las 330 hectáreas.
El gobierno federal se hizo cargo del parque hasta 1989, año en el que la desaparecida Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue) concedió el manejo y posesión al municipio.
El tiempo ha hecho estragos a ese “pulmón” –único por cierto- conque cuenta la ciudad.
En 1996, un grupo de ecologistas dieron las primeras palabras de alarma ante el deterioro del parque.
Los árboles, casi todos, estaban enfermos, plagados y secos por la falta de agua.
El cemento vertido sobre las brechas, que dieron nacimiento a las banquetas; la falta de irrigación artificial y la falta de mantenimiento dejaron a los árboles en un estado de agonía. Eso fue hace nueve años, pero las cosas no han cambiado mucho.
Antes de cerrarse para siempre, la Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar ordenó un censo de árboles enfermos. De 500 que se vieron, 270 estaban dañados por gusano telarañero y otro tipo de plagas que al final terminaron con la vida de todos esos álamos y olmos.
El Chamizal, a 38 años de su devolución, luce más recuperado que entonces. En sus largos laberintos y bajo la sombra de sus árboles, se han procreado miles de nuevos juarenses. Es lo que se dice, también. Y en esto, aunque sea un mero dicho, puede que tampoco se exagere.